Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
24-11-2024
Libros, amistad valiosa
No pocas veces, despiertan con nosotros. Sus magulladas esquinas reflejan signo del avance lector y a pesar del vicio en Internet, cut and paste, la amistad fraterna, lectiva e indispensable de los libros, es valiosa. Más que eso: insustituible.
¿Ha tenido la rarísima experiencia de ver a un joven leyendo en el microbús, mientras que espera en alguna dependencia o señalizando con un marcador fosforescente las páginas de un libro que absorbe su atención?
Aunque suene boba la pregunta, nunca nos la hacemos porque nos trina absolutamente normal que eso sea una reminiscencia de un pasado muy, pero muy lejano. ¿O no? ¡Dígalo con franqueza!
Ahora los chicos, los grandes, los intelectuales a la carta de las organizaciones de nuevos gángsteres, los escolares y universitarios, todos a una, como en Fuente Ovejuna, acuden y piratean su ciencia de Internet!
Y la premisa es que si está on line, es por “algo”. ¿Y las fake news o textos malos?
¡Y para desverguenza absoluta, estas promociones cuasi iletradas, no hesitan en rubricar lo que no es suyo y que ni siquiera comprueban si está correcto o es una mala copia de otra más defectuosa aún!
Somos muchos los que hemos ganado miopía o presbicia, merced al intenso ejercicio de la lectura.
De algún modo, la conquista de los libros, su recorrido íntimo, detallista, esforzado, con mataburro (peruanismo que alude al diccionario) en mano y a prueba de Ortega y Gassets, Unamunos, Valle Inclanes, Dumas, Balzacs, Víctor Hugos, Tolstois, Stendahls, por citar apenas a unos cuantos, nos transportaba al clímax de circunstancias en que los libros eran devorados por nosotros.
Leer entre los criollos la galana pluma de Porras y sus discursos-libros, la erudición periodística y buida de Mariátegui, la vibrante exégesis de Haya de la Torre y muchos más, demandaba paciencia, ganas y, sobre todo, impulso indetenible de aprender.
A muchos jovencitos les es imposible comprender cómo antes no había Internet y menos botoncitos que presionar para obtener las respuestas como conejos del sombrero de un mago.
Lustros atrás, la sentencia: “todo está en Internet” hubiera llevado al emisor, directamente al manicomio.
Y, a veces estos chicos no es que carezcan de libros a la mano, algunos tienen la suerte de contar con una extraordinaria biblioteca en casa. (Por cierto, que raras veces visitan. Jamás devoran).
Entonces, las conclusiones advienen aquí y fuera del mismo modo: ¿mató Internet la lectura física, la investigación procelosa, la curiosidad metódica, la arquitectura que conduce a las grandes construcciones del pensamiento, en suma, robotizó Internet al hombre?
Es tanta la mecanización (una forma de envilecimiento), que la propaganda ha logrado imponer la falacia que basta con poseer la computadora (el fierro), olvidando la lección fundamental que quien la opera es un hombre de carne y hueso.
Dicen los idiotas metidos a filósofos e intelectuales de quiosco: ¡lo que vale es la voluntad! ¡Así se generan puestos de trabajo para más profesionales de la educación! (No me pregunte qué significa la especie).
La polémica es ardorosa. Quienes sostienen que sí, no dudan un ápice en presionar los botones correspondientes que les dictan las orientaciones de cada momento de su vida.
Ignoramos cómo harán cuando les toque la comisión de tareas humanas, simplemente humanas. Los que aún albergan esperanza de custodiar la creación cultural refieren que el control estriba en el hombre o mujer involucrado en la aventura y no les falta razón. Por tanto, la robotización no ha triunfado integralmente.
Los libros, mis amigos, lo fueron siempre. Desde cuándo no entendía gran cosa y rebuscaba en la colección argentina Tor de grandes autores y que revisaba cuando párvulo y que mi padre compraba todas las semanas.
Numerosos lectores con bondad generosa y ocio militante, critican siempre el uso de términos “difíciles” en mis modestos artículos, que los “obligan” a acudir al diccionario.
¿No es gratificante investigar o descubrir qué significan las palabras? ¿O hay que berrear jerga o monosílabas simiescas y absurdas?
Leer es un deber contra la ignorancia. Allí no queda el asunto. Instar a la lectura, otra tarea misionera. Cada profano que cruza el umbral de uno o varios libros, iluminará con sus conocimientos e informaciones la hermosa alameda de la creación y de la pregunta.
Libros, amistad valiosa.
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Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
24-11-2024
Libros, amistad valiosa
No pocas veces, despiertan con nosotros. Sus magulladas esquinas reflejan signo del avance lector y a pesar del vicio en Internet, cut and paste, la amistad fraterna, lectiva e indispensable de los libros, es valiosa. Más que eso: insustituible.
¿Ha tenido la rarísima experiencia de ver a un joven leyendo en el microbús, mientras que espera en alguna dependencia o señalizando con un marcador fosforescente las páginas de un libro que absorbe su atención?
Aunque suene boba la pregunta, nunca nos la hacemos porque nos trina absolutamente normal que eso sea una reminiscencia de un pasado muy, pero muy lejano. ¿O no? ¡Dígalo con franqueza!
Ahora los chicos, los grandes, los intelectuales a la carta de las organizaciones de nuevos gángsteres, los escolares y universitarios, todos a una, como en Fuente Ovejuna, acuden y piratean su ciencia de Internet!
Y la premisa es que si está on line, es por “algo”. ¿Y las fake news o textos malos?
¡Y para desverguenza absoluta, estas promociones cuasi iletradas, no hesitan en rubricar lo que no es suyo y que ni siquiera comprueban si está correcto o es una mala copia de otra más defectuosa aún!
Somos muchos los que hemos ganado miopía o presbicia, merced al intenso ejercicio de la lectura.
De algún modo, la conquista de los libros, su recorrido íntimo, detallista, esforzado, con mataburro (peruanismo que alude al diccionario) en mano y a prueba de Ortega y Gassets, Unamunos, Valle Inclanes, Dumas, Balzacs, Víctor Hugos, Tolstois, Stendahls, por citar apenas a unos cuantos, nos transportaba al clímax de circunstancias en que los libros eran devorados por nosotros.
Leer entre los criollos la galana pluma de Porras y sus discursos-libros, la erudición periodística y buida de Mariátegui, la vibrante exégesis de Haya de la Torre y muchos más, demandaba paciencia, ganas y, sobre todo, impulso indetenible de aprender.
A muchos jovencitos les es imposible comprender cómo antes no había Internet y menos botoncitos que presionar para obtener las respuestas como conejos del sombrero de un mago.
Lustros atrás, la sentencia: “todo está en Internet” hubiera llevado al emisor, directamente al manicomio.
Y, a veces estos chicos no es que carezcan de libros a la mano, algunos tienen la suerte de contar con una extraordinaria biblioteca en casa. (Por cierto, que raras veces visitan. Jamás devoran).
Entonces, las conclusiones advienen aquí y fuera del mismo modo: ¿mató Internet la lectura física, la investigación procelosa, la curiosidad metódica, la arquitectura que conduce a las grandes construcciones del pensamiento, en suma, robotizó Internet al hombre?
Es tanta la mecanización (una forma de envilecimiento), que la propaganda ha logrado imponer la falacia que basta con poseer la computadora (el fierro), olvidando la lección fundamental que quien la opera es un hombre de carne y hueso.
Dicen los idiotas metidos a filósofos e intelectuales de quiosco: ¡lo que vale es la voluntad! ¡Así se generan puestos de trabajo para más profesionales de la educación! (No me pregunte qué significa la especie).
La polémica es ardorosa. Quienes sostienen que sí, no dudan un ápice en presionar los botones correspondientes que les dictan las orientaciones de cada momento de su vida.
Ignoramos cómo harán cuando les toque la comisión de tareas humanas, simplemente humanas. Los que aún albergan esperanza de custodiar la creación cultural refieren que el control estriba en el hombre o mujer involucrado en la aventura y no les falta razón. Por tanto, la robotización no ha triunfado integralmente.
Los libros, mis amigos, lo fueron siempre. Desde cuándo no entendía gran cosa y rebuscaba en la colección argentina Tor de grandes autores y que revisaba cuando párvulo y que mi padre compraba todas las semanas.
Numerosos lectores con bondad generosa y ocio militante, critican siempre el uso de términos “difíciles” en mis modestos artículos, que los “obligan” a acudir al diccionario.
¿No es gratificante investigar o descubrir qué significan las palabras? ¿O hay que berrear jerga o monosílabas simiescas y absurdas?
Leer es un deber contra la ignorancia. Allí no queda el asunto. Instar a la lectura, otra tarea misionera. Cada profano que cruza el umbral de uno o varios libros, iluminará con sus conocimientos e informaciones la hermosa alameda de la creación y de la pregunta.
Libros, amistad valiosa.