¡La corrupción nuestra de cada día!
Desde la tierna infancia hasta el anochecer de nuestras vidas oímos referencias y condenas a la corrupción.
Se pronuncian los políticos, funcionarios, profesores, todos en general abominamos de la corrupción que cada día parece crecer más y malogra nuestros proyectos de vida.
Si la corrupción existe, muta insolente, reina impune, gobierna por doquier, es por la simple razón que la permitimos, prohijamos y reputamos, no como la plaga cancerosa que es sino como una forma de habilidad que celebramos con estupidez manifiesta.
Al presidente ladrón no se le juzga; al edil ratero se le perdona; al legislador tarado se le reelige; al burócrata leguleyo se le aumenta el sueldo y al político vendepatria y mercenario se le lleva a los más altos cargos.
Por ejemplo ¿para qué debieran servir los partidos políticos?: sólo como usinas y fábricas de funcionarios del Estado cuya primera y fundamental premisa debiera ser: ¡el robo es un crimen!
Si aplicáramos la sentencia en cualquier colectividad contemporánea en el Perú, nos quedaríamos sin clubes electorales o patotas agrupadas para delinquir.
En éstas “el robo es su divisa” y por el tiempo cortísimo, 4 ó 5 años, que dure el mandato que se entrega bobamente en las urnas a reconocidos truhanes y facinerosos.
La corrupción produce éxitos recusables cuando los clubes electorales generan delincuentes de hablar gárrulo, placer en el hurto, sonrisa cómplice en los contratos bajo la mesa y conchabo infame para estafar al Perú vía concesiones, privatizaciones, TLCs y demás monsergas que impone la globalización.
“Las sociedades tartufas que premian la hipocresía, elevan a estúpidos a la talla de prohombres o intelectuales sin que lo sean, lastran su existencia, envilecen su presente y su futuro porque acomodan su pasado con memoria selectiva pero, lo que es peor, producen eructos históricos de ínfima calidad. No parece raro, entonces, que pandillas de necios que viven de dólares foráneos se hayan aupado y creído el papel de formadores de opinión o que políticos ignaros y tímidos, no puedan exigir un comportamiento moral porque simplemente carecen de ella por gráciles concesiones que otorgan bajo el supuesto muelle que nadie reclama.
¡Mentira! Quienes no vivimos de la mermelada que pagan las empresas transnacionales que sufragan a borrachitos sociales o que declinamos los favores compradores de conciencia, tenemos la hermandad espiritual y el compromiso indeclinable con don Manuel González Prada de romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Aunque eso moleste, urtique o soliviante las faltriqueras de paniaguados por doquier. Arriba o abajo.” La sociedad tartufa http://www.voltairenet.org/article145715.html
¿Es invencible la corrupción?
¿Quién no ha escuchado el conocido lamento: así es el Perú?
Al término de la II guerra mundial, los alemanes derrotados no sólo afrontaban la carga emotiva de sus crímenes, también tenían sus principales –comenzando con Berlín- ciudades destruidas a punta de bombardeos.
Igual les pasó a los japoneses. Peor aún, a posteriori Hiroshima y Nagasaki, la destrucción era la vista más común en cualquier parte.
Comieron con racionamiento, vistieron con modestia, trabajaron 15 o más horas diarias. No vivieron empeñados al tonito quejumbroso que nada arregla. Literalmente se tragaron el orgullo y renacieron.
¿Qué son hoy Alemania y Japón?
No hay malas ni buenas masas, sólo hay buenos o malos dirigentes, dijo Haya de la Torre. La sentencia no puede ser más oportuna. En Perú tenemos un gravísimo déficit de liderazgo.
Hemos conocido políticos rateros y cobardes, inmorales y de largas uñas con el dinero del pueblo. Mentirosos y demagogos baratos cuya oratoria hastiaba y a uno de ellos apenas le dio en su postulación presidencial 5.8% (y con ayuda).
El líder o lideresa no sólo debe serlo, sino parecerlo, en su ejecutoria diaria, en el trato con su familia o en su centro de trabajo.
A los réprobos, reincidentes, contumaces y pícaros que aprovechan las coyunturas para reinsertarse tramposamente hay que llevarlos al Tribunal Moral que es más efectivo que las leyes penales que sirven para todo, menos para castigar a los rufianes.
Señalar al delincuente a su paso por las calles, recordarles la saga de sus fechorías y el crimen que ello fue, será una gran acción para separar la paja del trigo. ¡Y vamos a ver cuántos de los actuales gritones serán castigados!
Sí podemos vencer a la corrupción. Es cuestión de entrenarse y hacerlo todos los días.
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¡La corrupción nuestra de cada día!
Desde la tierna infancia hasta el anochecer de nuestras vidas oímos referencias y condenas a la corrupción.
Se pronuncian los políticos, funcionarios, profesores, todos en general abominamos de la corrupción que cada día parece crecer más y malogra nuestros proyectos de vida.
Si la corrupción existe, muta insolente, reina impune, gobierna por doquier, es por la simple razón que la permitimos, prohijamos y reputamos, no como la plaga cancerosa que es sino como una forma de habilidad que celebramos con estupidez manifiesta.
Al presidente ladrón no se le juzga; al edil ratero se le perdona; al legislador tarado se le reelige; al burócrata leguleyo se le aumenta el sueldo y al político vendepatria y mercenario se le lleva a los más altos cargos.
Por ejemplo ¿para qué debieran servir los partidos políticos?: sólo como usinas y fábricas de funcionarios del Estado cuya primera y fundamental premisa debiera ser: ¡el robo es un crimen!
Si aplicáramos la sentencia en cualquier colectividad contemporánea en el Perú, nos quedaríamos sin clubes electorales o patotas agrupadas para delinquir.
En éstas “el robo es su divisa” y por el tiempo cortísimo, 4 ó 5 años, que dure el mandato que se entrega bobamente en las urnas a reconocidos truhanes y facinerosos.
La corrupción produce éxitos recusables cuando los clubes electorales generan delincuentes de hablar gárrulo, placer en el hurto, sonrisa cómplice en los contratos bajo la mesa y conchabo infame para estafar al Perú vía concesiones, privatizaciones, TLCs y demás monsergas que impone la globalización.
“Las sociedades tartufas que premian la hipocresía, elevan a estúpidos a la talla de prohombres o intelectuales sin que lo sean, lastran su existencia, envilecen su presente y su futuro porque acomodan su pasado con memoria selectiva pero, lo que es peor, producen eructos históricos de ínfima calidad. No parece raro, entonces, que pandillas de necios que viven de dólares foráneos se hayan aupado y creído el papel de formadores de opinión o que políticos ignaros y tímidos, no puedan exigir un comportamiento moral porque simplemente carecen de ella por gráciles concesiones que otorgan bajo el supuesto muelle que nadie reclama.
¡Mentira! Quienes no vivimos de la mermelada que pagan las empresas transnacionales que sufragan a borrachitos sociales o que declinamos los favores compradores de conciencia, tenemos la hermandad espiritual y el compromiso indeclinable con don Manuel González Prada de romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz. Aunque eso moleste, urtique o soliviante las faltriqueras de paniaguados por doquier. Arriba o abajo.” La sociedad tartufa http://www.voltairenet.org/article145715.html
¿Es invencible la corrupción?
¿Quién no ha escuchado el conocido lamento: así es el Perú?
Al término de la II guerra mundial, los alemanes derrotados no sólo afrontaban la carga emotiva de sus crímenes, también tenían sus principales –comenzando con Berlín- ciudades destruidas a punta de bombardeos.
Igual les pasó a los japoneses. Peor aún, a posteriori Hiroshima y Nagasaki, la destrucción era la vista más común en cualquier parte.
Comieron con racionamiento, vistieron con modestia, trabajaron 15 o más horas diarias. No vivieron empeñados al tonito quejumbroso que nada arregla. Literalmente se tragaron el orgullo y renacieron.
¿Qué son hoy Alemania y Japón?
No hay malas ni buenas masas, sólo hay buenos o malos dirigentes, dijo Haya de la Torre. La sentencia no puede ser más oportuna. En Perú tenemos un gravísimo déficit de liderazgo.
Hemos conocido políticos rateros y cobardes, inmorales y de largas uñas con el dinero del pueblo. Mentirosos y demagogos baratos cuya oratoria hastiaba y a uno de ellos apenas le dio en su postulación presidencial 5.8% (y con ayuda).
El líder o lideresa no sólo debe serlo, sino parecerlo, en su ejecutoria diaria, en el trato con su familia o en su centro de trabajo.
A los réprobos, reincidentes, contumaces y pícaros que aprovechan las coyunturas para reinsertarse tramposamente hay que llevarlos al Tribunal Moral que es más efectivo que las leyes penales que sirven para todo, menos para castigar a los rufianes.
Señalar al delincuente a su paso por las calles, recordarles la saga de sus fechorías y el crimen que ello fue, será una gran acción para separar la paja del trigo. ¡Y vamos a ver cuántos de los actuales gritones serán castigados!
Sí podemos vencer a la corrupción. Es cuestión de entrenarse y hacerlo todos los días.