
Cancillería: al pan, pan; y al vino, vino
¿Por qué el actual ministro Héctor Béjar, en su mensaje príncipe, hizo mención intensa sobre el coronavirus cuando Cancillería tiene poco o nada que ver con ese terrible flagelo?
Mucho mejor hubiera sido dedicarlo a ideas de cómo mejorar el trabajo que realizan los consulados y embajadas en todo el mundo o fórmulas como atender y brindar óptimo servicio a los millones de peruanos que vivimos en el exterior.
No existe comunicación local o global entre ese ministerio y los peruanos en el exterior que enviamos más de 3 mil millones de dólares anualmente para ayudar en algo a nuestros familiares y amistades. Eso sí habría constituido un mensaje potente y apropiado.
El ministerio de Relaciones Exteriores gasta cientos de millones de dólares que el Estado le otorga cada año y nunca rinde cuentas. Es un misterio. ¿Cuántos millonarios existen en el 80 por ciento de diplomáticos que dicen servir al pueblo peruano?
Un ejemplo. ¿Para qué ternemos embajada en el Vaticano? ¿Nos van a vender a precio de costo las estampitas, los rosarios o crucifijos? Y así como esa, muchas otras legaciones que, literalmente, no producen ningún beneficio al Perú.
Cuando los españoles invadieron nuestro territorio no sabían cómo comunicarse con el Inca Atahualpa y se vieron obligados a enviar a dos lugareños a España y que podrían haber sido de la zona de Tumbes. Después de dos años regresaron al Perú y fueron los traductores oficiales entre ibéricos y nuestros incas.
Pero ese fue el gran error de los invasores al confiar en los que fueron denominados como los felipillos. Estos individuos traicionaron a su mejor antojo todo lo que el Inca decía de los españoles y viceversa, creando serios problemas entre los dos bandos. Y aquí comienza nuestra verdadera, real y cruel historia.
Yo estoy en la plena convicción que esos Felipillos dejaron descendencia y hasta hoy venimos sufriendo los estragos, después de cientos años y casi todo el Perú los conoce porque son una constante de traiciones y mentiras en nuestra vida pública. Y también privada.
Cuanto más pronto el accionar de Cancillería se dedique a auditar no sólo las cifras de consulados y embajadas y su manejo dinerario, sino también de la actitud de estos diplomáticos en su servicio al connacional, mejores serán los resultados. De otro modo, las esperanzas troncharán en lamentos y nada habrá cambiado dentro del Perú. Y, por supuesto, menos fuera de la Patria.
En algún momento volveremos sobre los Felipillos y sus delegados contemporáneos especialistas en la mentira, la farsa y el engaño permanente. Nuestra historia requiere limpiar de manchas y para siempre. Es la oportunidad.
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Cancillería: al pan, pan; y al vino, vino
¿Por qué el actual ministro Héctor Béjar, en su mensaje príncipe, hizo mención intensa sobre el coronavirus cuando Cancillería tiene poco o nada que ver con ese terrible flagelo?
Mucho mejor hubiera sido dedicarlo a ideas de cómo mejorar el trabajo que realizan los consulados y embajadas en todo el mundo o fórmulas como atender y brindar óptimo servicio a los millones de peruanos que vivimos en el exterior.
No existe comunicación local o global entre ese ministerio y los peruanos en el exterior que enviamos más de 3 mil millones de dólares anualmente para ayudar en algo a nuestros familiares y amistades. Eso sí habría constituido un mensaje potente y apropiado.
El ministerio de Relaciones Exteriores gasta cientos de millones de dólares que el Estado le otorga cada año y nunca rinde cuentas. Es un misterio. ¿Cuántos millonarios existen en el 80 por ciento de diplomáticos que dicen servir al pueblo peruano?
Un ejemplo. ¿Para qué ternemos embajada en el Vaticano? ¿Nos van a vender a precio de costo las estampitas, los rosarios o crucifijos? Y así como esa, muchas otras legaciones que, literalmente, no producen ningún beneficio al Perú.
Cuando los españoles invadieron nuestro territorio no sabían cómo comunicarse con el Inca Atahualpa y se vieron obligados a enviar a dos lugareños a España y que podrían haber sido de la zona de Tumbes. Después de dos años regresaron al Perú y fueron los traductores oficiales entre ibéricos y nuestros incas.
Pero ese fue el gran error de los invasores al confiar en los que fueron denominados como los felipillos. Estos individuos traicionaron a su mejor antojo todo lo que el Inca decía de los españoles y viceversa, creando serios problemas entre los dos bandos. Y aquí comienza nuestra verdadera, real y cruel historia.
Yo estoy en la plena convicción que esos Felipillos dejaron descendencia y hasta hoy venimos sufriendo los estragos, después de cientos años y casi todo el Perú los conoce porque son una constante de traiciones y mentiras en nuestra vida pública. Y también privada.
Cuanto más pronto el accionar de Cancillería se dedique a auditar no sólo las cifras de consulados y embajadas y su manejo dinerario, sino también de la actitud de estos diplomáticos en su servicio al connacional, mejores serán los resultados. De otro modo, las esperanzas troncharán en lamentos y nada habrá cambiado dentro del Perú. Y, por supuesto, menos fuera de la Patria.
En algún momento volveremos sobre los Felipillos y sus delegados contemporáneos especialistas en la mentira, la farsa y el engaño permanente. Nuestra historia requiere limpiar de manchas y para siempre. Es la oportunidad.