Política

Werther: morir de amor

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Werther: morir de amor
Werther: morir de amor
12 de febrero del 2021

Werther: morir de amor

El Gran Teatro Nacional estrenó en Lima con la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario, la hermosa ópera Werther del francés Jules Massenet, inspirada en “Las desventuras del joven Werther” de Goethe. El excelente director español Oliver Díaz dirigió un grupo de solistas bastante homogéneo, con su compatriota Carol García en el rol de Charlotte, la peruana Ximena Agurto en el rol de su hermana Sophie y sobre todo con la participación del cantante chileno Jonathan Tetelman en el rol principal del personaje del atormentado Werther. Este tenor ya tiene una rica trayectoria en los principales teatros líricos del mundo. Su debut en Lima ha sido una grata e inolvidable sorpresa, pues por su impecable voz para cantar el rol, su presencia y su trabajo actoral minucioso en los detalles, nos hacen presagiar que este artista estará pronto entre los grandes. Hizo bien el chileno de mantener la voz en el registro medio, pudiendo acentuar los extremos. Al interpretar Werther no cabe aumentar más el dramatismo, ni en lo actoral, ni en lo vocal. El éxtasis lírico que ya lo hay en abundancia en la obra, y está tan bien explicitado en el texto de la obra y en el libreto de la ópera.

Desde que se publicó la obra de Goethe, hubieron muchos intentos de llevarla a la ópera, aunque algunos se limitaron a hacer solo algunas arias sobre el tema. Si bien los libretistas de Massenet, respetaron la trama original y mantienen los mismos personajes, atenúan un poco los raptos exacerbados del personaje principal y le dan mayor presencia al rol de Charlotte y a la interacción entre ella y Werther. Los libretistas franceses le dan también a los personajes femeninos un toque de elegancia y sensualidad y dejan de ser simplemente accesorios pues se roban a veces, por así decirlo, el rol principal. El personaje de Werther al final, en la versión operística, muere incluso en los brazos de Charlotte, lo cual no ocurre en la obra original de Goethe. Massenet acentúa el dramatismo en escenas como en el hermoso dúo del tercer acto, pero hubiese sido un exceso meter más drama en la escena final, que escenifica el canto final de un hombre moribundo, en un momento supremo en el que todo está ya perdido y en el cual solo cabe tener el tono de la confesión o la confidencia póstuma.

El compositor solía decir que había puesto en la composición de esta obra toda su alma y es en efecto lo que la obra nos transmite. Detrás de la personalidad abnegada y de alguna manera prudente y tímida de Charlote se siente una pasión que hierve a borbotones. El manejo musical de la pasión femenina en Massenet, es simplemente magistral. Cuando pensamos mutatis mutandis en su otra heroína que fue Manon, donde mas bien el compositor, retrata a la mujer extrovertida y sensual, que no esconde su vocación de libertina por no decir de prostituta, vemos también un personaje multifacético, capaz de comportarse también como esposa y como hermana. Al margen de esa vida exterior de Manon, el compositor nos muestra en ella, a un ser con una vida interior muy rica y compleja. El genial francés tenía una paleta musical muy rica para diseñar sus personajes femeninos. La obra de Goethe sale enriquecida al pasar por la inspiración de Massenet, como también el Otello de Shakespeare, sale enriquecido con la música de Verdi.

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Volver a ver esta obra me ha llevado a múltiples reflexiones: sobre la ópera misma, el tema mismo del suicidio y mas aún el suicidio juvenil que no deja de tener una preocupante actualidad. Es la tercera causa de muerte entre los jóvenes. Es paradójico que sea un tema persistente, en una época de la vida en la cual se supone hay la energía para ver el futuro con espíritu positivo. Hay diferencias sin embargo en el suicidio juvenil cuando el elemento desencadenante es un hecho puntual, como puede serlo la frustración de no pasar exitosamente el examen de acceso a las prestigiosas universidades (como suele serlo en Japón o China) o un fracaso profesional, cuando lo comparamos con el suicidio, como producto de los desgarros de una relación pasional frustrada o inconclusa. Es la segundo tipo de suicidio que vamos a analizar tomando como referencia la temática del Werther.

En lo musical hay muchas formas de interpretar el Werther de Massenet, pero lo curioso es que aunque el libreto original de la ópera es en francés -aunque la primera presentación se hizo en Viena y fue en una traducción al alemán- y es cantada usualmente en francés, los mejores intérpretes para ese rol no han sido necesariamente tenores franceses. La versión que muchos consideran referencial desde los años 70 fue la de Alfredo Kraus, un exquisito tenor español, que acentuaba con su porte aristocrático y su bien trabajada voz, el lado lírico y explícitamente romántico del personaje. Werther, ya sabemos que era un personaje suicida pero también, era un hombre sensible a la naturaleza, al amor mismo, al contacto con la gente sencilla y con los niños. El mundo interior de Werther es muy rico y el que sea suicida en nada disminuye la riqueza de su personalidad y por lo mismo interpretar a Werther con un histrionismo exagerado no es algo que dé un retrato fiel del mismo. No es necesario por lo mismo, cantar el personaje con una voz de tenor heroico, marcado desde el inicio por la fatalidad y envolverlo desde la partida con un manto fúnebre. La voz justamente de tenore di grazia que era la de Kraus, le permitía transmitir a la perfección su percepción del personaje.
Al otro extremo de la interpretación, tenemos hoy en día la construcción musical que hace del personaje, el excepcional tenor alemán Jonas Kaufmann, cuya voz portentosa, nos da una lectura diferente del personaje. Con esa voz tan cuajada en los suicidas personajes wagnerianos, Kaufmann nos regala en sus diversas interpretaciones, un Werther con acentos oscuros, ya herido desde el comienzo, para quien el suicidio no es sino la estocada final, el rejón de muerte, la crónica de una muerte anunciada. Werther en sus cartas y escritos pregona en forma reiterada su deseo de morir en el texto original de Goethe, y lo dice a lo largo y ancho de la obra. Curiosamente ese disparo que terminó con la vida de Werther, también fue el detonador inicial a fines del siglo XVIII del movimiento literario denominado “romanticismo” que a partir de Alemania se propagó por Europa. La publicación del Werther generó una epidemia de suicidios de jóvenes, que sobrepasó las 40 víctimas y la obra incluso fue prohibida en algunos lugares, para evitar que otros jóvenes, vestidos con el chaleco amarillo, imitando al personaje, pusiesen también punto final a sus vidas.

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La puesta en escena, presentada en Lima ha sido minimalista y con un hábil trabajo de iluminación que nos permitía concentrarnos de lleno en los personajes. Paneles gigantes que reproducían el texto de algunas cartas en francés, enmarcaban las escenas. Solo en el tercer acto se agrega un escritorio al escenario y la escena final de la muerte de Werther ocurre en un cuartucho muy simple. Es la forma moderna de hacer las cosas. El barroquismo ya no cabe en las puestas en escena modernas. Una proliferación de objetos y de mobiliario distraen innecesariamente la concentración. No suman para comprender la acción, mas bien restan. Ya la vida moderna nos da a cada instante demasiada información, redundante, banal, secundaria e innecesaria por lo que cuando de buen grado queremos ver una obra teatral o escuchar/ver una ópera, lo mejor es que nuestra atención no se pierda en lo accesorio o banal. Y para eso fue una excepcional idea traer a un escenógrafo tan experimentado como el colombiano/argentino Alejando Chacón. Difícil de olvidar la magistral puesta en escena que el mismo Chacón, nos dio del Don Carlos de Verdi hace algunos años, con una decoración sobria, que permitía percibir y sentir la densidad de cada personaje y cada vez que intervenía uno, nos daba la impresión que llenaba toda la escena. Los personajes de Schiller en esta conmovedora ópera de Verdi, parecían esculpidos en el mármol, cuya blancura sobresalía frente al fondo oscuro, arropados con la sublime música del genial italiano.

Hablar del Werther de Goethe o de Massenet, es hablar del tema del suicidio que de alguna manera a pesar de su recurrencia y hasta banalidad suele ser un tema tabú, sobre el cual mucho se piensa y poco se habla. El suicidado de alguna manera acusa a su entorno o a la sociedad de algo y la reacción del entorno suele ser de culpabilidad, de no haber hecho caso a una callada súplica o a una demanda de atención por parte del suicidado. Si bien el suicidado a final de cuentas es el único responsable de sus actos, la idea no se gesta de un momento a otro. El suicidio como en el caso de Werther se premedita poco a poco, hasta que se instala como una especie de necesidad en la conciencia y solo hace falta el estímulo externo que desencadena la decisión final. Uno de los principales interrogantes que enfrentamos los psicólogos cuando tratamos a pacientes suicidas, es el por qué frente a frustraciones masivas, de separación o de pérdida o de ruptura de algún tipo de relaciones, algunos tienen tentaciones suicidas y otros no. Uno llega a comprender las necesidades del ser humano, pero difícilmente comprende qué es lo que satisface realmente el deseo del hombre, y la forma cómo procesa el ver frustradas la satisfacción de sus necesidades o deseos. Renunciar a la vida es muchas veces llevar la libertad hasta sus últimas consecuencias, pero eso no significa ser dueño de certitud alguna. Albert Camus y otros planteaban que el suicidarse o no, es quizás la disyuntiva esencial del ser humano. La duda sin embargo, frente a lo que busca el suicidado siempre está plagada de la misma incertidumbre, por muy explicativas o argumentativas que a veces sean las cartas o mensajes que deja el suicidado. Ya en la primera página del Werther de Goethe, las preguntas están hechas sin tapujos y de diversas formas. ¿Qué es lo que busca en el fondo de su corazón el hombre?, ¿Por qué se queja?

Para elucidar estas eternas preguntas el arte siempre nos dio respuestas más aproximadas, aunque nunca definitivas, que aquellas que tanteó la ciencia. El análisis que en algunos casos
podemos hacer en casos precisos del rol que puede tener un entorno específico para desencadenar una decisión definitiva e irreversible, nos lleva a pensar cómo una sociedad puede muchas veces desencadenar toda una serie de situaciones cuya suma total tendrá una víctima precisa, pero esta vez ya no en la ficción, sino en la vida misma.

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Ocurre que este año se cumplen 50 años del suicidio de Gabrielle Russier, la joven profesora francesa que se suicidó porque la sociedad bastante intolerante todavía, de fines de los años 60’ se interpuso entre ella y la relación pasional que ella sostuvo con un alumno suyo, con quién tenía una diferencia de 16 años. El 16 y ella 32. En el Hollywood actual quizás a pocos sorprenda que Madonna o Jennifer López hayan tenido mas de 20 años de diferencia sobre algunas de sus ex parejas recientes. Pero la posibilidad de transgresión ilimitada del mundo de la farándula moderna poco tiene que ver con la rigidez que todavía tenía la sociedad francesa de los 60, bastante estática en sus costumbres conservadoras y con una estructura patriarcal casi inmutable que fue removida justamente por los sucesos del mayo del 68.

“Prohibido prohibir”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible” eran algunos de los slogans que se leían en los muros de París en esos días que nació el amor entre Gabrielle y Christian. La aparición de la píldora anticonceptiva, la legalización del divorcio y los debates sobre el aborto que ya comenzaban, indicaban que se estaba entrando a una mutación social, abierta a un mundo totalmente nuevo, mas tolerante hacia nuevas formas de ser y de pensar. Es justamente con el ecran de fondo de esos días de mayo del 68, de revueltas estudiantiles, de paros obreros y algunas barricadas, que nació la relación pasional entre el alumno Christian Rossi y la profesora Gabrielle Russier, que llevó al joven estudiante a enfrentarse contra su familia y a la profesora de alguna manera contra la sociedad. Ella fue acusada de seducir a un menor de edad, y fue expulsada de su trabajo, detenida dos veces por la policía y el fue sometido a un tratamiento psiquiátrico, algo impensable en estos días. La paradoja es que la Francia actual tiene como presidente a Emmanuel Macron, un alumno que se casó con su profesora del colegio, la cual le lleva a él, 24 años de diferencia. Increíble paradoja y la mejor prueba que en muchas cosas las sociedades evolucionan y se vuelven mas tolerantes. La situación también en otros lugares suele ser a la inversa, pues el ex presidente de Brasil, Michel Temer, le llevaba casi 40 años de diferencia a su actual esposa. En la Francia actual casi 20% de las mujeres están casadas o conviven con hombres menores que ellas.

La relación pasional que llevó al suicidio a Gabrielle Russier, tiene diversos elementos que nos hacen pensar en Werther. Las cartas mismas que ella escribió cuando estaba en prisión nos muestran la forma dolorosa de cómo ella procesaba su dolorosa situación, su abatimiento y su desazón. Ella no vio otra salida que el suicidio al igual que el personaje de Goethe. Hay una fase o etapa en el proceso mental del suicida que se caracteriza por una rabia o cólera violenta a una sociedad que se interpone a la persona y al objeto de su deseo. Muchas veces por eso los crímenes pasionales, suelen ser un asesinato que precede un suicidio y a veces implican hasta la muerte de un tercero cuando hay celos de por medio. Le debemos al genio de Goethe el haber intuido de forma tan genial, la forma como funciona en la mente la mecánica del comportamiento suicida y lo difícil que es detener dicho mecanismo cuando este se desencadena,
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y la violencia de las emociones dirigidas hacia sí mismo, al entorno y hacia el mismo objeto amado que tal decisión implica. Nada mas dramático que la carta dirigida por Werther a Charlotte, no enviada y encontrada después que el muere y en la cual había escrito:
“Me acosté y al levantarme esta mañana no obstante la carencia de sueño, he encontrado en mi corazón esta resolución firme inquebrantable ¡Quiero morir!. No es desesperanza. Es la incertidumbre de que he acabado mi carrera y de que me he sacrificado por ti. Sí Charlotte ¿Por qué te lo he de negar? Es preciso que uno de los tres muera y quiero morir yo. ¡Oh querida mía! Una idea furiosa ha penetrado a mi despedazado corazón muchas veces...,matar a tu esposo.. a ti … y a mí,. ¡Sea pues, esto último!”

La muerte de Gabrielle Russier, lejos de ser un hecho banal, fue algo que de alguna manera conmocionó a Francia. Dos años después de lo ocurrido se hizo una película, “Mourir d´aimer” que causo furor gracias sobre todo al talento de Annie Girardot y la música para la banda sonora fue compuesta por Charles Aznavour. El talentoso compositor hizo también la letra de la canción, que de alguna manera es una reflexión sobre esa trágica historia, que nos habla sobre esa cercanía y hasta complicidad que tienen Eros y Thanatos, el amor y la muerte, cuando la pasión esta de por medio. Los artistas y los poetas mejor que nadie saben descifrar esos hieroglifos, que describen las contradicciones del alma humana y sobre todo el dolor que precede una decisión irreversible.

“Amor que no lastima, da lástima” escribía un poeta peruano y esa paradoja encierra una gran verdad. El amor pasión puede a veces llevar a la locura o a la muerte. Los inicios de una pasión pueden llenarnos de un entusiasmo ilusorio, pero los campos de aterrizaje muchas veces inevitables son la locura o la muerte.
Los personajes suicidarios como el de Mme. Bovary y de Ana Karenina poblarán todavía por un buen tiempo la subjetividad occidental porque fueron servidas por la pluma incomparable de Flaubert y de Tolstoi, pero basta leer la prensa amarilla de casi cada día para encontrar el estrago causado por ese vaivén entre amor y muerte a lo cual lleva la pasión. La música popular a veces tiene letras que en su inocente superficialidad tratan estos temas. Pienso en esa canción caribeña que hace algunos años los cultores de la salsa escuchaban acompañado por el Gran Combo de Puerto Rico. La canción en su simplicidad muestra las obsesiones recurrentes del loco enamorado:

“A Goyito Sabater lo tienen en psiquiatría Por decirle a una mujer Del modo que la quería. Y esto fue lo que dijo Goyito Sabater Esta tonta tontería:
Tu espejo quisiera ser Para tus bellezas ver Y también quisiera ser El jabón que te perfuma
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Para envolverte en mi espuma Y besar toda tu piel.”

Para la película que relata la tragedia de Gabrielle Russier, Charles Aznavour compuso no solo la música de la banda sonora sino un texto, que como muchos de los que escribió alcanzan un nivel poético equivalente al de los grandes vates. Aznavour tenía esa sensibilidad que le permitía en el texto de sus canciones, reflejar el drama cotidiano de la gente común, aquello que el común de los mortales siempre piensa y no sabe expresar. ¿No es eso justamente lo que buscaban los grandes poetas románticos, el mismo Goethe, Schiller o Novalis? Mal se ha hecho en el mundo occidental en crear muchas veces, una brecha que separe la música y la poesía popular, de otra que pretende ser mas docta y mas rebuscada. Sobre todo cuando la inspiración del artista está confrontada frente a esas situaciones extremas que combinan el amor y la muerte. Cuando trata esos temas Aznavour, la inspiración fluye con una capacidad de belleza ilimitada. En el texto de la canción “Morir de amar” inspirado en la muerte de Gabrielle Russier, lo logra:

“Un mundo cruel me ha condenado “Les parois de ma vie sont lisses Sin compasión me ha sentenciado Je m´accroche mais je glisse En cambio no siento temor Lentement vers ma destinée Morir de amar Mourir d´aimer
Y mientras se juzga mi vida Tandis que le monde me juge No veo mas que una salida Je ne vois pour moi qu´un refuge Que es encontrar en mi corazón Toute issue m´etant condamnée Morir de amar Mourir d´aimer
Morir de amor Mourir d´amour Es morir solo en la oscuridad De plein gré s´enfoncer dans la nuit Cara a cara con la soledad Payer l´amour au pris de sa vie Sin poder implorar Sin poder implorar ni clemencia ni piedad Pecher contre le corps mais non contre l´esprit.

El genio de Aznavour logra el tono preciso para hablar de algo doloroso y grave como lo es una muerte por amor. Ese es el tono de voz que en algún lugar dentro de sus tumbas escuchan todavía Werther y Gabrielle, como las melodías de los viejos tangos, que tienen mucho de olor a vida pero también gusto a muerte.

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El Gran Teatro Nacional estrenó en Lima con la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil Bicentenario, la hermosa ópera Werther del francés Jules Massenet, inspirada en “Las desventuras del joven Werther” de Goethe. El excelente director español Oliver Díaz dirigió un grupo de solistas bastante homogéneo, con su compatriota Carol García en el rol de Charlotte, la peruana Ximena Agurto en el rol de su hermana Sophie y sobre todo con la participación del cantante chileno Jonathan Tetelman en el rol principal del personaje del atormentado Werther. Este tenor ya tiene una rica trayectoria en los principales teatros líricos del mundo. Su debut en Lima ha sido una grata e inolvidable sorpresa, pues por su impecable voz para cantar el rol, su presencia y su trabajo actoral minucioso en los detalles, nos hacen presagiar que este artista estará pronto entre los grandes. Hizo bien el chileno de mantener la voz en el registro medio, pudiendo acentuar los extremos. Al interpretar Werther no cabe aumentar más el dramatismo, ni en lo actoral, ni en lo vocal. El éxtasis lírico que ya lo hay en abundancia en la obra, y está tan bien explicitado en el texto de la obra y en el libreto de la ópera.

Desde que se publicó la obra de Goethe, hubieron muchos intentos de llevarla a la ópera, aunque algunos se limitaron a hacer solo algunas arias sobre el tema. Si bien los libretistas de Massenet, respetaron la trama original y mantienen los mismos personajes, atenúan un poco los raptos exacerbados del personaje principal y le dan mayor presencia al rol de Charlotte y a la interacción entre ella y Werther. Los libretistas franceses le dan también a los personajes femeninos un toque de elegancia y sensualidad y dejan de ser simplemente accesorios pues se roban a veces, por así decirlo, el rol principal. El personaje de Werther al final, en la versión operística, muere incluso en los brazos de Charlotte, lo cual no ocurre en la obra original de Goethe. Massenet acentúa el dramatismo en escenas como en el hermoso dúo del tercer acto, pero hubiese sido un exceso meter más drama en la escena final, que escenifica el canto final de un hombre moribundo, en un momento supremo en el que todo está ya perdido y en el cual solo cabe tener el tono de la confesión o la confidencia póstuma.

El compositor solía decir que había puesto en la composición de esta obra toda su alma y es en efecto lo que la obra nos transmite. Detrás de la personalidad abnegada y de alguna manera prudente y tímida de Charlote se siente una pasión que hierve a borbotones. El manejo musical de la pasión femenina en Massenet, es simplemente magistral. Cuando pensamos mutatis mutandis en su otra heroína que fue Manon, donde mas bien el compositor, retrata a la mujer extrovertida y sensual, que no esconde su vocación de libertina por no decir de prostituta, vemos también un personaje multifacético, capaz de comportarse también como esposa y como hermana. Al margen de esa vida exterior de Manon, el compositor nos muestra en ella, a un ser con una vida interior muy rica y compleja. El genial francés tenía una paleta musical muy rica para diseñar sus personajes femeninos. La obra de Goethe sale enriquecida al pasar por la inspiración de Massenet, como también el Otello de Shakespeare, sale enriquecido con la música de Verdi.

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Volver a ver esta obra me ha llevado a múltiples reflexiones: sobre la ópera misma, el tema mismo del suicidio y mas aún el suicidio juvenil que no deja de tener una preocupante actualidad. Es la tercera causa de muerte entre los jóvenes. Es paradójico que sea un tema persistente, en una época de la vida en la cual se supone hay la energía para ver el futuro con espíritu positivo. Hay diferencias sin embargo en el suicidio juvenil cuando el elemento desencadenante es un hecho puntual, como puede serlo la frustración de no pasar exitosamente el examen de acceso a las prestigiosas universidades (como suele serlo en Japón o China) o un fracaso profesional, cuando lo comparamos con el suicidio, como producto de los desgarros de una relación pasional frustrada o inconclusa. Es la segundo tipo de suicidio que vamos a analizar tomando como referencia la temática del Werther.

En lo musical hay muchas formas de interpretar el Werther de Massenet, pero lo curioso es que aunque el libreto original de la ópera es en francés -aunque la primera presentación se hizo en Viena y fue en una traducción al alemán- y es cantada usualmente en francés, los mejores intérpretes para ese rol no han sido necesariamente tenores franceses. La versión que muchos consideran referencial desde los años 70 fue la de Alfredo Kraus, un exquisito tenor español, que acentuaba con su porte aristocrático y su bien trabajada voz, el lado lírico y explícitamente romántico del personaje. Werther, ya sabemos que era un personaje suicida pero también, era un hombre sensible a la naturaleza, al amor mismo, al contacto con la gente sencilla y con los niños. El mundo interior de Werther es muy rico y el que sea suicida en nada disminuye la riqueza de su personalidad y por lo mismo interpretar a Werther con un histrionismo exagerado no es algo que dé un retrato fiel del mismo. No es necesario por lo mismo, cantar el personaje con una voz de tenor heroico, marcado desde el inicio por la fatalidad y envolverlo desde la partida con un manto fúnebre. La voz justamente de tenore di grazia que era la de Kraus, le permitía transmitir a la perfección su percepción del personaje.
Al otro extremo de la interpretación, tenemos hoy en día la construcción musical que hace del personaje, el excepcional tenor alemán Jonas Kaufmann, cuya voz portentosa, nos da una lectura diferente del personaje. Con esa voz tan cuajada en los suicidas personajes wagnerianos, Kaufmann nos regala en sus diversas interpretaciones, un Werther con acentos oscuros, ya herido desde el comienzo, para quien el suicidio no es sino la estocada final, el rejón de muerte, la crónica de una muerte anunciada. Werther en sus cartas y escritos pregona en forma reiterada su deseo de morir en el texto original de Goethe, y lo dice a lo largo y ancho de la obra. Curiosamente ese disparo que terminó con la vida de Werther, también fue el detonador inicial a fines del siglo XVIII del movimiento literario denominado “romanticismo” que a partir de Alemania se propagó por Europa. La publicación del Werther generó una epidemia de suicidios de jóvenes, que sobrepasó las 40 víctimas y la obra incluso fue prohibida en algunos lugares, para evitar que otros jóvenes, vestidos con el chaleco amarillo, imitando al personaje, pusiesen también punto final a sus vidas.

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La puesta en escena, presentada en Lima ha sido minimalista y con un hábil trabajo de iluminación que nos permitía concentrarnos de lleno en los personajes. Paneles gigantes que reproducían el texto de algunas cartas en francés, enmarcaban las escenas. Solo en el tercer acto se agrega un escritorio al escenario y la escena final de la muerte de Werther ocurre en un cuartucho muy simple. Es la forma moderna de hacer las cosas. El barroquismo ya no cabe en las puestas en escena modernas. Una proliferación de objetos y de mobiliario distraen innecesariamente la concentración. No suman para comprender la acción, mas bien restan. Ya la vida moderna nos da a cada instante demasiada información, redundante, banal, secundaria e innecesaria por lo que cuando de buen grado queremos ver una obra teatral o escuchar/ver una ópera, lo mejor es que nuestra atención no se pierda en lo accesorio o banal. Y para eso fue una excepcional idea traer a un escenógrafo tan experimentado como el colombiano/argentino Alejando Chacón. Difícil de olvidar la magistral puesta en escena que el mismo Chacón, nos dio del Don Carlos de Verdi hace algunos años, con una decoración sobria, que permitía percibir y sentir la densidad de cada personaje y cada vez que intervenía uno, nos daba la impresión que llenaba toda la escena. Los personajes de Schiller en esta conmovedora ópera de Verdi, parecían esculpidos en el mármol, cuya blancura sobresalía frente al fondo oscuro, arropados con la sublime música del genial italiano.

Hablar del Werther de Goethe o de Massenet, es hablar del tema del suicidio que de alguna manera a pesar de su recurrencia y hasta banalidad suele ser un tema tabú, sobre el cual mucho se piensa y poco se habla. El suicidado de alguna manera acusa a su entorno o a la sociedad de algo y la reacción del entorno suele ser de culpabilidad, de no haber hecho caso a una callada súplica o a una demanda de atención por parte del suicidado. Si bien el suicidado a final de cuentas es el único responsable de sus actos, la idea no se gesta de un momento a otro. El suicidio como en el caso de Werther se premedita poco a poco, hasta que se instala como una especie de necesidad en la conciencia y solo hace falta el estímulo externo que desencadena la decisión final. Uno de los principales interrogantes que enfrentamos los psicólogos cuando tratamos a pacientes suicidas, es el por qué frente a frustraciones masivas, de separación o de pérdida o de ruptura de algún tipo de relaciones, algunos tienen tentaciones suicidas y otros no. Uno llega a comprender las necesidades del ser humano, pero difícilmente comprende qué es lo que satisface realmente el deseo del hombre, y la forma cómo procesa el ver frustradas la satisfacción de sus necesidades o deseos. Renunciar a la vida es muchas veces llevar la libertad hasta sus últimas consecuencias, pero eso no significa ser dueño de certitud alguna. Albert Camus y otros planteaban que el suicidarse o no, es quizás la disyuntiva esencial del ser humano. La duda sin embargo, frente a lo que busca el suicidado siempre está plagada de la misma incertidumbre, por muy explicativas o argumentativas que a veces sean las cartas o mensajes que deja el suicidado. Ya en la primera página del Werther de Goethe, las preguntas están hechas sin tapujos y de diversas formas. ¿Qué es lo que busca en el fondo de su corazón el hombre?, ¿Por qué se queja?

Para elucidar estas eternas preguntas el arte siempre nos dio respuestas más aproximadas, aunque nunca definitivas, que aquellas que tanteó la ciencia. El análisis que en algunos casos
podemos hacer en casos precisos del rol que puede tener un entorno específico para desencadenar una decisión definitiva e irreversible, nos lleva a pensar cómo una sociedad puede muchas veces desencadenar toda una serie de situaciones cuya suma total tendrá una víctima precisa, pero esta vez ya no en la ficción, sino en la vida misma.

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Ocurre que este año se cumplen 50 años del suicidio de Gabrielle Russier, la joven profesora francesa que se suicidó porque la sociedad bastante intolerante todavía, de fines de los años 60’ se interpuso entre ella y la relación pasional que ella sostuvo con un alumno suyo, con quién tenía una diferencia de 16 años. El 16 y ella 32. En el Hollywood actual quizás a pocos sorprenda que Madonna o Jennifer López hayan tenido mas de 20 años de diferencia sobre algunas de sus ex parejas recientes. Pero la posibilidad de transgresión ilimitada del mundo de la farándula moderna poco tiene que ver con la rigidez que todavía tenía la sociedad francesa de los 60, bastante estática en sus costumbres conservadoras y con una estructura patriarcal casi inmutable que fue removida justamente por los sucesos del mayo del 68.

“Prohibido prohibir”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible” eran algunos de los slogans que se leían en los muros de París en esos días que nació el amor entre Gabrielle y Christian. La aparición de la píldora anticonceptiva, la legalización del divorcio y los debates sobre el aborto que ya comenzaban, indicaban que se estaba entrando a una mutación social, abierta a un mundo totalmente nuevo, mas tolerante hacia nuevas formas de ser y de pensar. Es justamente con el ecran de fondo de esos días de mayo del 68, de revueltas estudiantiles, de paros obreros y algunas barricadas, que nació la relación pasional entre el alumno Christian Rossi y la profesora Gabrielle Russier, que llevó al joven estudiante a enfrentarse contra su familia y a la profesora de alguna manera contra la sociedad. Ella fue acusada de seducir a un menor de edad, y fue expulsada de su trabajo, detenida dos veces por la policía y el fue sometido a un tratamiento psiquiátrico, algo impensable en estos días. La paradoja es que la Francia actual tiene como presidente a Emmanuel Macron, un alumno que se casó con su profesora del colegio, la cual le lleva a él, 24 años de diferencia. Increíble paradoja y la mejor prueba que en muchas cosas las sociedades evolucionan y se vuelven mas tolerantes. La situación también en otros lugares suele ser a la inversa, pues el ex presidente de Brasil, Michel Temer, le llevaba casi 40 años de diferencia a su actual esposa. En la Francia actual casi 20% de las mujeres están casadas o conviven con hombres menores que ellas.

La relación pasional que llevó al suicidio a Gabrielle Russier, tiene diversos elementos que nos hacen pensar en Werther. Las cartas mismas que ella escribió cuando estaba en prisión nos muestran la forma dolorosa de cómo ella procesaba su dolorosa situación, su abatimiento y su desazón. Ella no vio otra salida que el suicidio al igual que el personaje de Goethe. Hay una fase o etapa en el proceso mental del suicida que se caracteriza por una rabia o cólera violenta a una sociedad que se interpone a la persona y al objeto de su deseo. Muchas veces por eso los crímenes pasionales, suelen ser un asesinato que precede un suicidio y a veces implican hasta la muerte de un tercero cuando hay celos de por medio. Le debemos al genio de Goethe el haber intuido de forma tan genial, la forma como funciona en la mente la mecánica del comportamiento suicida y lo difícil que es detener dicho mecanismo cuando este se desencadena,
5
y la violencia de las emociones dirigidas hacia sí mismo, al entorno y hacia el mismo objeto amado que tal decisión implica. Nada mas dramático que la carta dirigida por Werther a Charlotte, no enviada y encontrada después que el muere y en la cual había escrito:
“Me acosté y al levantarme esta mañana no obstante la carencia de sueño, he encontrado en mi corazón esta resolución firme inquebrantable ¡Quiero morir!. No es desesperanza. Es la incertidumbre de que he acabado mi carrera y de que me he sacrificado por ti. Sí Charlotte ¿Por qué te lo he de negar? Es preciso que uno de los tres muera y quiero morir yo. ¡Oh querida mía! Una idea furiosa ha penetrado a mi despedazado corazón muchas veces...,matar a tu esposo.. a ti … y a mí,. ¡Sea pues, esto último!”

La muerte de Gabrielle Russier, lejos de ser un hecho banal, fue algo que de alguna manera conmocionó a Francia. Dos años después de lo ocurrido se hizo una película, “Mourir d´aimer” que causo furor gracias sobre todo al talento de Annie Girardot y la música para la banda sonora fue compuesta por Charles Aznavour. El talentoso compositor hizo también la letra de la canción, que de alguna manera es una reflexión sobre esa trágica historia, que nos habla sobre esa cercanía y hasta complicidad que tienen Eros y Thanatos, el amor y la muerte, cuando la pasión esta de por medio. Los artistas y los poetas mejor que nadie saben descifrar esos hieroglifos, que describen las contradicciones del alma humana y sobre todo el dolor que precede una decisión irreversible.

“Amor que no lastima, da lástima” escribía un poeta peruano y esa paradoja encierra una gran verdad. El amor pasión puede a veces llevar a la locura o a la muerte. Los inicios de una pasión pueden llenarnos de un entusiasmo ilusorio, pero los campos de aterrizaje muchas veces inevitables son la locura o la muerte.
Los personajes suicidarios como el de Mme. Bovary y de Ana Karenina poblarán todavía por un buen tiempo la subjetividad occidental porque fueron servidas por la pluma incomparable de Flaubert y de Tolstoi, pero basta leer la prensa amarilla de casi cada día para encontrar el estrago causado por ese vaivén entre amor y muerte a lo cual lleva la pasión. La música popular a veces tiene letras que en su inocente superficialidad tratan estos temas. Pienso en esa canción caribeña que hace algunos años los cultores de la salsa escuchaban acompañado por el Gran Combo de Puerto Rico. La canción en su simplicidad muestra las obsesiones recurrentes del loco enamorado:

“A Goyito Sabater lo tienen en psiquiatría Por decirle a una mujer Del modo que la quería. Y esto fue lo que dijo Goyito Sabater Esta tonta tontería:
Tu espejo quisiera ser Para tus bellezas ver Y también quisiera ser El jabón que te perfuma
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Para envolverte en mi espuma Y besar toda tu piel.”

Para la película que relata la tragedia de Gabrielle Russier, Charles Aznavour compuso no solo la música de la banda sonora sino un texto, que como muchos de los que escribió alcanzan un nivel poético equivalente al de los grandes vates. Aznavour tenía esa sensibilidad que le permitía en el texto de sus canciones, reflejar el drama cotidiano de la gente común, aquello que el común de los mortales siempre piensa y no sabe expresar. ¿No es eso justamente lo que buscaban los grandes poetas románticos, el mismo Goethe, Schiller o Novalis? Mal se ha hecho en el mundo occidental en crear muchas veces, una brecha que separe la música y la poesía popular, de otra que pretende ser mas docta y mas rebuscada. Sobre todo cuando la inspiración del artista está confrontada frente a esas situaciones extremas que combinan el amor y la muerte. Cuando trata esos temas Aznavour, la inspiración fluye con una capacidad de belleza ilimitada. En el texto de la canción “Morir de amar” inspirado en la muerte de Gabrielle Russier, lo logra:

“Un mundo cruel me ha condenado “Les parois de ma vie sont lisses Sin compasión me ha sentenciado Je m´accroche mais je glisse En cambio no siento temor Lentement vers ma destinée Morir de amar Mourir d´aimer
Y mientras se juzga mi vida Tandis que le monde me juge No veo mas que una salida Je ne vois pour moi qu´un refuge Que es encontrar en mi corazón Toute issue m´etant condamnée Morir de amar Mourir d´aimer
Morir de amor Mourir d´amour Es morir solo en la oscuridad De plein gré s´enfoncer dans la nuit Cara a cara con la soledad Payer l´amour au pris de sa vie Sin poder implorar Sin poder implorar ni clemencia ni piedad Pecher contre le corps mais non contre l´esprit.

El genio de Aznavour logra el tono preciso para hablar de algo doloroso y grave como lo es una muerte por amor. Ese es el tono de voz que en algún lugar dentro de sus tumbas escuchan todavía Werther y Gabrielle, como las melodías de los viejos tangos, que tienen mucho de olor a vida pero también gusto a muerte.

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