Tarapacá: ¡Gloria y honor a los que lucharon por la Patria!
Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
27-11-2024
Tarapacá: ¡Gloria y honor a los que lucharon por la Patria!
Hoy, un 27 de noviembre de 1879, las fuerzas peruanas en Tarapacá –entonces nuestro territorio-, consiguieron derrotar al poderoso ejército invasor chileno. Gloria y honor para esos hombres valiosos que, sabedores de su inferioridad logística y militar, entregaron todo.
La guerra de invasión y rapiñesca que planteó Chile desde el 5 de abril de ese fatídico 1879, fue también llamada, más apropiadamente, del guano y del salitre. La fantasía poética “del Pacífico” ha sido una claudicación inaceptable que historiadores genuflexos aceptaron y repiten como loros diplomados.
Años atrás espeté a dos historiadores, brillantes investigadores y mejores escritores, que eso de “guerra del Pacífico” era una monserga inventada por los chilenos para disimular la barbarie de sus hordas, una vez invadido y capturado el Perú entero. ¡No se atrevieron siquiera a musitar la más mínima respuesta!
Recordar las gestas heroicas sí es un deber que Perú debe reiterar en la búsqueda de su propia respuesta, a pesar de sus pésimos dirigentes y con independencia plena de dictados foráneos e importados como parte de una cultura de esclavitud.
¿Qué no podemos darnos una respuesta legítima y propia? ¿Quién lo dice? Perú funciona en su vasto territorio, a pesar de sus adalides de juguete, inmorales y mediocres. Son las nuevas promociones dispuestas a desalojar a los viejos en camino a la tumba, las portadoras de las nuevas banderas de insurgencia y liberación.
Desde aquel año, cuando Chile país con el que no teníamos límites de ninguna especie, nos declarara la guerra que culminó en la quiebra y la fractura integral más luenga de la historia, Perú, su Estado, sus diferentes gobiernos e instituciones, tienen pendiente un asunto a sí mismos. ¡No al sur o a ningún otro punto cardinal: Perú se debe una respuesta integral, propia, crítica, exigente, raigal y constructiva!
Luego de la muerte del almirante Miguel Grau y la captura del extraordinario blindado Huáscar (Punta Angamos, 8-10-79), es decir, destruido el poderío naval del Perú, la escuadra chilena se hizo dueña absoluta del mar, hecho que permitió a los estrategas militares de ese país, ejecutar finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra de invasión de Chile en 1879, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.
Cuando estalló el conflicto, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por 4,800 hombres poco más o menos, desperdigados en guarniciones ubicadas en diferentes regiones del territorio nacional. La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. El comando general del ejército peruano se ejercía a través de tres generales de división, veinte generales de brigada y 74 coroneles. Los batallones eran el Pichincha, Zepita, Ayacucho, Callao, Cusco, Puno, Cazadores y Lima.
La caballería era más modesta aún: 780 hombres divididos en tres regimientos: El legendario Húsares de Junín, los Guías y los Lanceros de Torata. La artillería estaba compuesta por los regimientos Dos de Mayo y Artillería de Campaña, con un total de 1,000 hombres. Sin embargo, la mayor parte de la artillería peruana era estática y se concentraba en el puerto del Callao.
En ese entonces la unidad táctica del ejército peruano era el batallón, integrado por doce compañías de cincuenta hombres cada una. En la práctica sin embargo, la mayoría de los batallones no superaban los quinientos hombres.
Recurriendo a las reservas, para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, número que resultaría muy inferior al de las tropas chilenas.
Ese 27 de noviembre los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.
Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar la victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iniciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.
Tarapacá, desafortunadamente, no cambió los resultados estratégicos del conflicto y el ejercito peruano se dirigió hacia el puerto de Arica. Coincidentemente uno de los próximos objetivos chilenos era capturar dicha posición.
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27-11-2024
Tarapacá: ¡Gloria y honor a los que lucharon por la Patria!
Hoy, un 27 de noviembre de 1879, las fuerzas peruanas en Tarapacá –entonces nuestro territorio-, consiguieron derrotar al poderoso ejército invasor chileno. Gloria y honor para esos hombres valiosos que, sabedores de su inferioridad logística y militar, entregaron todo.
La guerra de invasión y rapiñesca que planteó Chile desde el 5 de abril de ese fatídico 1879, fue también llamada, más apropiadamente, del guano y del salitre. La fantasía poética “del Pacífico” ha sido una claudicación inaceptable que historiadores genuflexos aceptaron y repiten como loros diplomados.
Años atrás espeté a dos historiadores, brillantes investigadores y mejores escritores, que eso de “guerra del Pacífico” era una monserga inventada por los chilenos para disimular la barbarie de sus hordas, una vez invadido y capturado el Perú entero. ¡No se atrevieron siquiera a musitar la más mínima respuesta!
Recordar las gestas heroicas sí es un deber que Perú debe reiterar en la búsqueda de su propia respuesta, a pesar de sus pésimos dirigentes y con independencia plena de dictados foráneos e importados como parte de una cultura de esclavitud.
¿Qué no podemos darnos una respuesta legítima y propia? ¿Quién lo dice? Perú funciona en su vasto territorio, a pesar de sus adalides de juguete, inmorales y mediocres. Son las nuevas promociones dispuestas a desalojar a los viejos en camino a la tumba, las portadoras de las nuevas banderas de insurgencia y liberación.
Desde aquel año, cuando Chile país con el que no teníamos límites de ninguna especie, nos declarara la guerra que culminó en la quiebra y la fractura integral más luenga de la historia, Perú, su Estado, sus diferentes gobiernos e instituciones, tienen pendiente un asunto a sí mismos. ¡No al sur o a ningún otro punto cardinal: Perú se debe una respuesta integral, propia, crítica, exigente, raigal y constructiva!
Luego de la muerte del almirante Miguel Grau y la captura del extraordinario blindado Huáscar (Punta Angamos, 8-10-79), es decir, destruido el poderío naval del Perú, la escuadra chilena se hizo dueña absoluta del mar, hecho que permitió a los estrategas militares de ese país, ejecutar finalmente la primera fase de la campaña terrestre de la guerra de invasión de Chile en 1879, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.
Cuando estalló el conflicto, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por 4,800 hombres poco más o menos, desperdigados en guarniciones ubicadas en diferentes regiones del territorio nacional. La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. El comando general del ejército peruano se ejercía a través de tres generales de división, veinte generales de brigada y 74 coroneles. Los batallones eran el Pichincha, Zepita, Ayacucho, Callao, Cusco, Puno, Cazadores y Lima.
La caballería era más modesta aún: 780 hombres divididos en tres regimientos: El legendario Húsares de Junín, los Guías y los Lanceros de Torata. La artillería estaba compuesta por los regimientos Dos de Mayo y Artillería de Campaña, con un total de 1,000 hombres. Sin embargo, la mayor parte de la artillería peruana era estática y se concentraba en el puerto del Callao.
En ese entonces la unidad táctica del ejército peruano era el batallón, integrado por doce compañías de cincuenta hombres cada una. En la práctica sin embargo, la mayoría de los batallones no superaban los quinientos hombres.
Recurriendo a las reservas, para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, número que resultaría muy inferior al de las tropas chilenas.
Ese 27 de noviembre los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.
Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar la victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iniciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.
Tarapacá, desafortunadamente, no cambió los resultados estratégicos del conflicto y el ejercito peruano se dirigió hacia el puerto de Arica. Coincidentemente uno de los próximos objetivos chilenos era capturar dicha posición.