Perú: ¿guarismos o ciudadanos?
Los tecnócratas, esos gélidos burócratas que todo lo ven números y resultados, como si los ciudadanos fueran máquinas productoras de dinero con su trabajo, tienden a privilegiar en sus estudios el “costo-beneficio”. La ecuación no entiende de derechos humanos, pandemias, inestabilidades políticas.
Y cuando hay muertos por violencia, basta que aquella “sirva” para la “defensa de la democracia” y bienvenidos los balazos o perdigonazos porque a los “enemigos” hay que darles con todo.
El primer ministro Otárola ha dicho que “les ha costado” tranquilizar al país o algo similar. ¿Dónde vive este caballero? ¿No se da cuenta que quien siembra vientos, cosecha tempestades? ¡Con qué facilidad olvidó ya, para decir semejante bobada, que las aguas están muy lejos de estar quietas!
Imprescindible recordar que “el pueblo es más sabio que todos los sabios”.
¡Estamos noticiados, para ciertos peruanoides, los habitantes de este país, son tan sólo fríos e impersonales guarismos! ¡De ninguna manera, hombres o mujeres de carne y hueso! ¡Por tanto, el patrón crematístico, el mundo del dólar y las divisas, del euro o del yen, son las consideraciones fundamentales en el cerebro, minusválido y vendepatria, de estos miembros del gabinete!
¿Es disyuntiva válida equiparar guarismos a ciudadanos? Alguna vez la Constitución en su Preámbulo subrayaba el fin supremo del quehacer público y privado, simbolizando en el ser humano tal distinción.
A tenor del bombardeo que miedos de comunicación, hacen expresa y también subliminalmente, las 24 horas del día, hemos vuelto a ser guarismos vulgares, números de nómina, patanes sin nombre o apellido. La insolencia de un lenguaje tecnocrático, aplicada a la cosa pública, así lo demuestra palmariamente.
Hablando de Constituciones. Si hay algo que ha sido abaleado, violado, y servido de cualquier cosa, menos de referencia sagrada y cardinal en Perú, este esperpento ha sido la Carta Magna en sus múltiples versiones.
A mayor belleza conceptual, poemas de honda emoción formal, los crímenes aumentaron su epidemia y hay traidores que en nombre de la Constitución la horadan, la retuercen, la insultan y zahieren diariamente.
¿Con qué derecho pueden disponer los ministros o los burócratas de la honra ciudadana de los peruanos? Cada vez que se habla con berreo, de yuppies graduados con mejor destreza en inglés que en castellano, se enuncia el enajenamiento de los peruanos como seres pensantes y vivos.
Pero, la verdad es que para los voceros de la mendacidad, los únicos vivos son ellos mismos, rectores infalibles del destino histórico y de “cambio responsable” de un país de hinojos mendigando por el visto bueno de Gringolandia.
¿Tienen reacción los partidos o el partido? ¡Nada de nada! ¡Es más, creen que el lenguaje no tiene importancia porque eso “pasa siempre”! Cuando un pueblo y sus castas políticas declinan la defensa de sí mismas, vía el torpe renunciamiento hasta de sus más elementales fórmulas cívicas, se llega al filo de la navaja en que todos se cortan y los más débiles quedan donde siempre estuvieron: convidados de piedra eternos, recurso palurdo de discurso episódico, pretexto significativo para no hacer nada para ellos!
¿Cuánto valen las protestas ciudadanas ante los monstruosos intereses bancarios?
¿Qué del repudio a servicios telefónicos que suben de precio cuando les da la gana?
¿Por qué hay que pagar tarifas altísimas por una electricidad que en cualquier momento se va y gracias a la ineficiencia del proveedor del servicio?
Los peruanos somos de carne y hueso, los guarismos son para las estadísticas. ¡Y ni un muerto más, no vale ninguna excusa!
El vivo vive del tonto, el tonto de su trabajo y los mercenarios ocasionales, en todos los gobiernos, montan sus fortunas, riquezas misteriosas, sobre el aplastamiento espiritual, periodístico, económico y político de quienes no saben defender su calidad ciudadana!
¡Tomar a lo serio las cosas del Perú! dijo bien, decenios atrás, don Manuel González Prada.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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Perú: ¿guarismos o ciudadanos?
Los tecnócratas, esos gélidos burócratas que todo lo ven números y resultados, como si los ciudadanos fueran máquinas productoras de dinero con su trabajo, tienden a privilegiar en sus estudios el “costo-beneficio”. La ecuación no entiende de derechos humanos, pandemias, inestabilidades políticas.
Y cuando hay muertos por violencia, basta que aquella “sirva” para la “defensa de la democracia” y bienvenidos los balazos o perdigonazos porque a los “enemigos” hay que darles con todo.
El primer ministro Otárola ha dicho que “les ha costado” tranquilizar al país o algo similar. ¿Dónde vive este caballero? ¿No se da cuenta que quien siembra vientos, cosecha tempestades? ¡Con qué facilidad olvidó ya, para decir semejante bobada, que las aguas están muy lejos de estar quietas!
Imprescindible recordar que “el pueblo es más sabio que todos los sabios”.
¡Estamos noticiados, para ciertos peruanoides, los habitantes de este país, son tan sólo fríos e impersonales guarismos! ¡De ninguna manera, hombres o mujeres de carne y hueso! ¡Por tanto, el patrón crematístico, el mundo del dólar y las divisas, del euro o del yen, son las consideraciones fundamentales en el cerebro, minusválido y vendepatria, de estos miembros del gabinete!
¿Es disyuntiva válida equiparar guarismos a ciudadanos? Alguna vez la Constitución en su Preámbulo subrayaba el fin supremo del quehacer público y privado, simbolizando en el ser humano tal distinción.
A tenor del bombardeo que miedos de comunicación, hacen expresa y también subliminalmente, las 24 horas del día, hemos vuelto a ser guarismos vulgares, números de nómina, patanes sin nombre o apellido. La insolencia de un lenguaje tecnocrático, aplicada a la cosa pública, así lo demuestra palmariamente.
Hablando de Constituciones. Si hay algo que ha sido abaleado, violado, y servido de cualquier cosa, menos de referencia sagrada y cardinal en Perú, este esperpento ha sido la Carta Magna en sus múltiples versiones.
A mayor belleza conceptual, poemas de honda emoción formal, los crímenes aumentaron su epidemia y hay traidores que en nombre de la Constitución la horadan, la retuercen, la insultan y zahieren diariamente.
¿Con qué derecho pueden disponer los ministros o los burócratas de la honra ciudadana de los peruanos? Cada vez que se habla con berreo, de yuppies graduados con mejor destreza en inglés que en castellano, se enuncia el enajenamiento de los peruanos como seres pensantes y vivos.
Pero, la verdad es que para los voceros de la mendacidad, los únicos vivos son ellos mismos, rectores infalibles del destino histórico y de “cambio responsable” de un país de hinojos mendigando por el visto bueno de Gringolandia.
¿Tienen reacción los partidos o el partido? ¡Nada de nada! ¡Es más, creen que el lenguaje no tiene importancia porque eso “pasa siempre”! Cuando un pueblo y sus castas políticas declinan la defensa de sí mismas, vía el torpe renunciamiento hasta de sus más elementales fórmulas cívicas, se llega al filo de la navaja en que todos se cortan y los más débiles quedan donde siempre estuvieron: convidados de piedra eternos, recurso palurdo de discurso episódico, pretexto significativo para no hacer nada para ellos!
¿Cuánto valen las protestas ciudadanas ante los monstruosos intereses bancarios?
¿Qué del repudio a servicios telefónicos que suben de precio cuando les da la gana?
¿Por qué hay que pagar tarifas altísimas por una electricidad que en cualquier momento se va y gracias a la ineficiencia del proveedor del servicio?
Los peruanos somos de carne y hueso, los guarismos son para las estadísticas. ¡Y ni un muerto más, no vale ninguna excusa!
El vivo vive del tonto, el tonto de su trabajo y los mercenarios ocasionales, en todos los gobiernos, montan sus fortunas, riquezas misteriosas, sobre el aplastamiento espiritual, periodístico, económico y político de quienes no saben defender su calidad ciudadana!
¡Tomar a lo serio las cosas del Perú! dijo bien, decenios atrás, don Manuel González Prada.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!