Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
12-12-2024
¡Perú: a cocachos y caballazos!
Cocacho: golpe dado en la cabeza con los nudillos.
Una parte del poema de Nicomedes Santa Cruz, A cocachos aprendí:
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron “mano ‘e fierro”,
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.
Una de las más efectivas políticas “culturales” de todos los gobiernos, desde hace más de 200 años, es el caballazo y el cocacho. Después abundan las quejas, denuncias, ayes acongojados, rabias y análisis sociológicos, psicológicos, periodísticos, estratégicos, que lucen la culposa circunstancia del después y no del antes. Las administraciones más hacedoras, son aquellas que gozan hasta el paroxismo bajo la premisa de ¡a caballazo y cocacho limpios!
Y los cocachos, como cereza del pastel, marcan su presencia indeleble en la historia nacional en cualquier etapa.
Para evitar que algún sabio de quiosco o de periodismo por correspondencia, desate sus iras tremebundas, es preciso acudir al mataburro, esta vez –como en otras- al prestigioso Larousse en su bella edición reciente:
Caballazo s.m. Chile y Perú. Encontronazo que da un jinete a otro o a una persona de a pie, echándole encima el caballo.
Perú fue hecho, y en permanente mutación desordenada, atolondrada, sin principio ni fin, y con poetas que cantan sus pesares y barbaridades, a caballazos y cocachos.
La peruanización del caballazo y el cocacho, extendió sus efectos a la política. A modo del embrague automovilístico, aquí se privilegia la metida de pata y luego advienen –si llegan alguna vez- los cambios.
Más que el clásico abuso de dominio, que ocurre porque hay voluntarios bobos que así lo permiten con su inacción o estupidez pseudo-intelectual, los caballazos y cocachos demuestran la vejez o anquilosamiento de las sociedades y sus vectores.
Verbi gracia: una administración cualquiera puede regalar vía concesiones abusivas y dañinas, porciones importantes del Perú y la sociedad en su conjunto es incapaz de aprehender el asunto. No lo entiende, a lo más, apenas regala algún interés colateral y una que otra declaración periodística, muy de pasadita para no dejar de hacerlo.
La impresionante mediocridad del periodismo radial, televisivo o escrito, con alguna excepción notoria, consagra a esta disciplina profesional como damisela de compañía, cómplice del robo y maquilladora de los efectos desnacionalizantes y de riesgos geopolíticos en comparación con otras latitudes.
La verdad de las primeras planas no siempre es auténtica porque sublima o tira al suelo cualquier ocurrencia y todo depende del cristal con que se mire. El ciudadano lee el titular y adoptará patrones informativos de extrema fragilidad.
Pero, no pidamos tanto. Rara vez aparece en nuestra plana mediática una exégesis de cómo se mueven los poderes en Latinoamérica y ¡mucho menos! cómo ello afecta al Perú, su posición geográfica y su privilegiado margesí de riquezas naturales, motivo y elan de la ambición de tirios y troyanos.
El caballazo y el cocacho actúan, imponen, discurren por avenidas legales que podrán ser discutidas –ellos lo saben- por años de años y la conclusión anticipada será la misma: ineficacia, porque el marco jurídico ampara la inversión con trucos y adendas y la libera de disciplinas tributarias, las privilegia y las diferencia del resto. Si todas esas virtudes favorecieran al Perú entonces serían absolutamente innecesarios los tan mentados caballazos y cocachos.
El gobernante típico dispara primero y luego pregunta el nombre de su víctima. A veces ofrece disculpas, pero el dicho popular grafica muy bien su ociosidad: después de burro muerto, pasto.
A diestra y siniestra en nuestra disparatada organización política, los clubes electorales exhiben sin vergüenza, las mismas taras: angurria, ganas de robar, elan imparable para llevarse el país completo.
Los caballazos y cocachos se ven en todo el comportamiento societal peruano. Al usuario le clavan un importe que nunca le consultaron y resulta que así se hicieron obras importantes para el gas de Camisea. ¡Fíjese en su recibo si reconoce todos los conceptos!
Una presidente alienta un debate estéril sobre la pena de muerte, a sabiendas que es un distractivo y no pocos ministros se suman a los caballazos y cocachos al pueblo.
Si el violentismo terrorista anestesió al alma nacional y lo tornó insensible a los dinamitazos, ejecuciones, masacres y bombazos, en una selva de terror; la profunda mediocridad de gobernantes sumió a millones en la desesperanza, la falta de reacción y el mutismo más severo.
La cultura del caballazo y del cocacho es muy rentable, tanto o más que los mismos negociados aunque hay que reconocer que, de repente, son parte y mecanismo de aquellos.
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Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
12-12-2024
¡Perú: a cocachos y caballazos!
Cocacho: golpe dado en la cabeza con los nudillos.
Una parte del poema de Nicomedes Santa Cruz, A cocachos aprendí:
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron “mano ‘e fierro”,
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.
Una de las más efectivas políticas “culturales” de todos los gobiernos, desde hace más de 200 años, es el caballazo y el cocacho. Después abundan las quejas, denuncias, ayes acongojados, rabias y análisis sociológicos, psicológicos, periodísticos, estratégicos, que lucen la culposa circunstancia del después y no del antes. Las administraciones más hacedoras, son aquellas que gozan hasta el paroxismo bajo la premisa de ¡a caballazo y cocacho limpios!
Y los cocachos, como cereza del pastel, marcan su presencia indeleble en la historia nacional en cualquier etapa.
Para evitar que algún sabio de quiosco o de periodismo por correspondencia, desate sus iras tremebundas, es preciso acudir al mataburro, esta vez –como en otras- al prestigioso Larousse en su bella edición reciente:
Caballazo s.m. Chile y Perú. Encontronazo que da un jinete a otro o a una persona de a pie, echándole encima el caballo.
Perú fue hecho, y en permanente mutación desordenada, atolondrada, sin principio ni fin, y con poetas que cantan sus pesares y barbaridades, a caballazos y cocachos.
La peruanización del caballazo y el cocacho, extendió sus efectos a la política. A modo del embrague automovilístico, aquí se privilegia la metida de pata y luego advienen –si llegan alguna vez- los cambios.
Más que el clásico abuso de dominio, que ocurre porque hay voluntarios bobos que así lo permiten con su inacción o estupidez pseudo-intelectual, los caballazos y cocachos demuestran la vejez o anquilosamiento de las sociedades y sus vectores.
Verbi gracia: una administración cualquiera puede regalar vía concesiones abusivas y dañinas, porciones importantes del Perú y la sociedad en su conjunto es incapaz de aprehender el asunto. No lo entiende, a lo más, apenas regala algún interés colateral y una que otra declaración periodística, muy de pasadita para no dejar de hacerlo.
La impresionante mediocridad del periodismo radial, televisivo o escrito, con alguna excepción notoria, consagra a esta disciplina profesional como damisela de compañía, cómplice del robo y maquilladora de los efectos desnacionalizantes y de riesgos geopolíticos en comparación con otras latitudes.
La verdad de las primeras planas no siempre es auténtica porque sublima o tira al suelo cualquier ocurrencia y todo depende del cristal con que se mire. El ciudadano lee el titular y adoptará patrones informativos de extrema fragilidad.
Pero, no pidamos tanto. Rara vez aparece en nuestra plana mediática una exégesis de cómo se mueven los poderes en Latinoamérica y ¡mucho menos! cómo ello afecta al Perú, su posición geográfica y su privilegiado margesí de riquezas naturales, motivo y elan de la ambición de tirios y troyanos.
El caballazo y el cocacho actúan, imponen, discurren por avenidas legales que podrán ser discutidas –ellos lo saben- por años de años y la conclusión anticipada será la misma: ineficacia, porque el marco jurídico ampara la inversión con trucos y adendas y la libera de disciplinas tributarias, las privilegia y las diferencia del resto. Si todas esas virtudes favorecieran al Perú entonces serían absolutamente innecesarios los tan mentados caballazos y cocachos.
El gobernante típico dispara primero y luego pregunta el nombre de su víctima. A veces ofrece disculpas, pero el dicho popular grafica muy bien su ociosidad: después de burro muerto, pasto.
A diestra y siniestra en nuestra disparatada organización política, los clubes electorales exhiben sin vergüenza, las mismas taras: angurria, ganas de robar, elan imparable para llevarse el país completo.
Los caballazos y cocachos se ven en todo el comportamiento societal peruano. Al usuario le clavan un importe que nunca le consultaron y resulta que así se hicieron obras importantes para el gas de Camisea. ¡Fíjese en su recibo si reconoce todos los conceptos!
Una presidente alienta un debate estéril sobre la pena de muerte, a sabiendas que es un distractivo y no pocos ministros se suman a los caballazos y cocachos al pueblo.
Si el violentismo terrorista anestesió al alma nacional y lo tornó insensible a los dinamitazos, ejecuciones, masacres y bombazos, en una selva de terror; la profunda mediocridad de gobernantes sumió a millones en la desesperanza, la falta de reacción y el mutismo más severo.
La cultura del caballazo y del cocacho es muy rentable, tanto o más que los mismos negociados aunque hay que reconocer que, de repente, son parte y mecanismo de aquellos.