No hay vacuna contra lepra de nesciencia
Ya podemos decir que la peste de Wuhan está en retirada. No sé si hemos ganado la batalla con la vacuna. Tampoco sé si la inmunidad de rebaño ha tenido que ver con su retroceso. Mucho menos sé, si su reculada se debe a que terminó de cebarse con todos nosotros. Lo cierto es, que la deletérea peste ya se va alejando, aunque lentamente, pero ya se va apartando, aunque poco a poco, pero ya se va retirando.
De modo que, de la peste de Wuhan, ya podemos decir que nos hemos liberado, y aunque sea a media voz, ya podemos asegurar que la vencimos, la superamos y salimos victoriosos, pero no podemos decir lo mismo, de la maligna lepra de la nesciencia que nos eclipsa la humanidad, nos carcome el alma y nos arruina la vida.
Para esta siniestra malatía de la que padecemos la absoluta mayoría de los peruanos, no hay ni habrá remedio a corto plazo. Puesto que no existen vacunas, antídotos ni brebajes para combatirla. Tampoco existen campañas, cruzadas ni marchas de lucha contra ella. Y, desgraciadamente, avanza sin treguas, pausas, ni intervalos. Recorre asilada en nuestra lerda humanidad. Convive con nosotros, habla con nuestra voz, decide con nuestro consentimiento y actúa con nuestra voluntad.
Precisamente por eso, a pesar que poseemos muchas riquezas naturales, y pese a que somos la atracción turística para el mundo, no podemos construir el país que queremos, porque la lepra de la nesciencia que es tan aguda, profunda y acentuada, no nos permite pensar con algo de agudeza, hablar con un poco de propiedad, ni mirar con cierta claridad, mucho menos, decidir con un tanto de tino.
Devastado por esta plaga de la nesciencia, no sólo el poder ejecutivo navega en un oscuro océano de errores, de horrores y de incertidumbres, sino además, arruinados por este mismo mal, el Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Policía y todas las instituciones del país, se han vuelto casi inservibles, inoperantes e inútiles. Y la sociedad civil infectada por la misma pandemia de la nesciencia, no advierte su propio mal, por tanto, cree que cambiando por unos y otros a todos los que están en la función pública, mejorará la situación del país.
Lo sutil y discreto de la lepra de la nesciencia es que no nos damos cuenta de que casi todos padecemos de esta enfermedad. Por eso, estamos acostumbrados a paporretear, creer, pero no saber. Preferimos ver y oír, luego, repetir, pero no leer ni pensar. Creemos en el socialismo marxista, pero ignoramos el tipo de sociedad que construye. Pensamos que el neoliberalismo es el modelo que genera riqueza, pero no nos damos cuenta de que el rostro de país no ha cambiado. Reclamamos a gritos una nueva Constitución, sin siquiera haber leído la actual. Aseguramos que el presidente es ignorante, como si fuéramos brillantes. Decimos que Castillo ni siquiera sabe hablar, pero cuando estamos frente a los micrófonos y cámaras, terminamos balbuceando. Creemos que hemos “servido al país”, cuando por largos años nos hemos servido de él. Y cuando los pocos o los raros que somos inmunes a esa lepra de la nesciencia escribimos nuestro sobrio parecer, entonces sí, de inmediato salta un leproso para insultarnos. Otro, nos muestra sus amenazadores colmillos. Un tercero nos descalifica con furia.
Consecuentemente, una modesta opinión que bien podía servir para intercambiar ideas o cotejar puntos de vista para encontrar las causas de los problemas del país, termina en un vulgar rebuzno, en un grotesco graznido o en un fétido bufido.
Pero, ¿qué le vamos a hacer? Así reaccionan las víctimas y cómplices de la pandemia de la nesciencia. Ya lo había dicho, hace muchísimos años, el gran Schopenhauer en su “Paralipomena”: “la estulticia es la madre y el ama de cría del género humano”. Y lamentablemente, para esta lepra que es muy peruana, por ahora no existen vacunas.
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No hay vacuna contra lepra de nesciencia
Ya podemos decir que la peste de Wuhan está en retirada. No sé si hemos ganado la batalla con la vacuna. Tampoco sé si la inmunidad de rebaño ha tenido que ver con su retroceso. Mucho menos sé, si su reculada se debe a que terminó de cebarse con todos nosotros. Lo cierto es, que la deletérea peste ya se va alejando, aunque lentamente, pero ya se va apartando, aunque poco a poco, pero ya se va retirando.
De modo que, de la peste de Wuhan, ya podemos decir que nos hemos liberado, y aunque sea a media voz, ya podemos asegurar que la vencimos, la superamos y salimos victoriosos, pero no podemos decir lo mismo, de la maligna lepra de la nesciencia que nos eclipsa la humanidad, nos carcome el alma y nos arruina la vida.
Para esta siniestra malatía de la que padecemos la absoluta mayoría de los peruanos, no hay ni habrá remedio a corto plazo. Puesto que no existen vacunas, antídotos ni brebajes para combatirla. Tampoco existen campañas, cruzadas ni marchas de lucha contra ella. Y, desgraciadamente, avanza sin treguas, pausas, ni intervalos. Recorre asilada en nuestra lerda humanidad. Convive con nosotros, habla con nuestra voz, decide con nuestro consentimiento y actúa con nuestra voluntad.
Precisamente por eso, a pesar que poseemos muchas riquezas naturales, y pese a que somos la atracción turística para el mundo, no podemos construir el país que queremos, porque la lepra de la nesciencia que es tan aguda, profunda y acentuada, no nos permite pensar con algo de agudeza, hablar con un poco de propiedad, ni mirar con cierta claridad, mucho menos, decidir con un tanto de tino.
Devastado por esta plaga de la nesciencia, no sólo el poder ejecutivo navega en un oscuro océano de errores, de horrores y de incertidumbres, sino además, arruinados por este mismo mal, el Congreso, el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Policía y todas las instituciones del país, se han vuelto casi inservibles, inoperantes e inútiles. Y la sociedad civil infectada por la misma pandemia de la nesciencia, no advierte su propio mal, por tanto, cree que cambiando por unos y otros a todos los que están en la función pública, mejorará la situación del país.
Lo sutil y discreto de la lepra de la nesciencia es que no nos damos cuenta de que casi todos padecemos de esta enfermedad. Por eso, estamos acostumbrados a paporretear, creer, pero no saber. Preferimos ver y oír, luego, repetir, pero no leer ni pensar. Creemos en el socialismo marxista, pero ignoramos el tipo de sociedad que construye. Pensamos que el neoliberalismo es el modelo que genera riqueza, pero no nos damos cuenta de que el rostro de país no ha cambiado. Reclamamos a gritos una nueva Constitución, sin siquiera haber leído la actual. Aseguramos que el presidente es ignorante, como si fuéramos brillantes. Decimos que Castillo ni siquiera sabe hablar, pero cuando estamos frente a los micrófonos y cámaras, terminamos balbuceando. Creemos que hemos “servido al país”, cuando por largos años nos hemos servido de él. Y cuando los pocos o los raros que somos inmunes a esa lepra de la nesciencia escribimos nuestro sobrio parecer, entonces sí, de inmediato salta un leproso para insultarnos. Otro, nos muestra sus amenazadores colmillos. Un tercero nos descalifica con furia.
Consecuentemente, una modesta opinión que bien podía servir para intercambiar ideas o cotejar puntos de vista para encontrar las causas de los problemas del país, termina en un vulgar rebuzno, en un grotesco graznido o en un fétido bufido.
Pero, ¿qué le vamos a hacer? Así reaccionan las víctimas y cómplices de la pandemia de la nesciencia. Ya lo había dicho, hace muchísimos años, el gran Schopenhauer en su “Paralipomena”: “la estulticia es la madre y el ama de cría del género humano”. Y lamentablemente, para esta lepra que es muy peruana, por ahora no existen vacunas.