Meritocracia de burros
Salvo mejor opinión, siento que debe elevarse a axioma constitucional esa sentencia que proclama que: En Perú llueve para arriba.
Lo insólito y atrabiliario ocurre en nuestro país y siempre hay abogados, literatos, intelectuales, politólogos, periodistas, estrategas y toda clase de …istas, capaces de dar sustento a barrabasadas mayúsculas.
Enrique Santos Discépolo en 1934 fue autor del inmortal tango Cambalache y ¡diga usted si no se aplica lo de Argentina en los años 30, a nuestra realidad nacional en el 2020!:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.”
Luis Felipe Angell, el genial Sofocleto en su célebre Los cojudos, ensayó los siguientes conceptos:
“Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele, tiene color y temperatura, dimensión, forma y hasta sabor, diría. Se lanza un “¡cojudo!” al aire y es como si el idioma pusiera un huevo o pariera un “algo” capaz de hablar, moverse, crecer y multiplicarse en miles y miles de otros “cojudos” poliformos. Más allá del idioma, la cojudez nos penetró en la sangre y, a través de ella, nos invadió el cerebro. Se nos hizo indispensable para vivir, comunicarnos y resumir en sus tres sílabas todo el contexto espiritual, social, intelectual y material de nuestro pueblo. Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus posibilidades y variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda frontera que separaba a los demás cojudos de nosotros. Sin darnos cuenta fuimos elevando la cojudez al grado místico de abracadabra, de las varitas mágicas, del curalotodo y de la penicilina verbal. Pronto el cojudeo surgió como una de las profesiones liberales y como base inamovible de nuestro ordenamiento sociológico. De la noche a la mañana comenzamos a fabricar cojudos en serie, exportando a los más completos (muchos de ellos a través del Servicio Diplomático) para infiltrar la cojudez en los países vecinos, como hizo Inglaterra con China cuando introdujo el opio para desmoralizarla. El clima, el aire, el mar de nuestras costas, los microbios, el agua, el cielo e, inclusive, los rayos de la Luna al cruzar por la atmósfera, todo se volvió cojudo en el Perú, hasta que un día, de la manera más cojuda, comprendimos que no teníamos alternativa ni salida.
¿Navegaríamos en la historia como una flotilla de cojudos a la vela? No. Pero suicidarse era tan cojudo como seguir viviendo y sólo nos quedaba la resignación, que es otra reverenda cojudez. También nos quedaba el consuelo de acostumbrarnos a la idea de enfrentarnos a ella, de aceptar la realidad y de cojudearnos los unos a los otros proclamando ante la humanidad que éramos diferentes y originales.... Para esto era indispensable limpiar a la cojudez de toda implicancia escatológica y elevar su condición folclórica a la categoría de ciencia o filosofía social. Era necesario clasificar, definir, organizar, remontarse hasta los orígenes etimológicos de “lo cojudo” químicamente puro y legar ese estudio a las futuras generaciones, para que nuestros nietos se fueran acostumbrando a la idea de ser unos solemnes cojudos por los siglos de los siglos, amén. Esta es, modestamente, la tarea asumida en el presente libro, que aspira a convertirse en un volumen esencial para cualquier estudio contemporáneo o futuro de la sociedad peruana. Esperemos que así sea.
De lo contrario, el autor habrá perdido su tiempo como un pobre y triste cojudo”. Los cojudos, Lima 1976, pp. 13-14-15
En Huérfanos de horizonte histórico, 2005: https://www.voltairenet.org/article126610.html escribí:
“Ha dicho con la habitual ferocidad inteligente que le es característica, Javier Valle Riestra: “Es que la casta política no tiene más visión ni más meta que el reparto de escaños, de fajines ministeriales y de embajadas. Ellos aspiran a ser los príncipes de una monarquía siútica (cursi), hortera (de mal gusto), huachafa, que dura cinco años. Entre ellos se aplauden; entre ellos se festejan, entre ellos se encuestan. Lógicamente que están totalmente engañados. El país real marcha por otro riel, por otro lado, tal como lo anunciara hace 25 años Matos Mar. Por un lado el Perú de la bancocracia y de la Iglesia, el Perú de la burocracia costeña, y por otro lado el Perú informal, el del trueque, de adoración a santos no canonizados, que es el que va a terminar deglutiéndose al primero. Ya lo he dicho varias veces: en este banquete no ven lo que dice el firmamento, como en Babilonia: mane thecel fares (tus días están contados).”
Se impulsa la vacancia del presidente y lo hacen quienes poseen la estupidez como doctrina y la angurria de patrón de sus grises vidas.
Este país de desconcertadas gentes lo hicieron curas y abogados.
¿Admitirán las nuevas generaciones persistir en medio de una nada impresionante y huérfana de cualquier mérito?
He allí el reto. Decía bien González Prada: “Tomar a lo serio cosas del Perú”.
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Meritocracia de burros
Salvo mejor opinión, siento que debe elevarse a axioma constitucional esa sentencia que proclama que: En Perú llueve para arriba.
Lo insólito y atrabiliario ocurre en nuestro país y siempre hay abogados, literatos, intelectuales, politólogos, periodistas, estrategas y toda clase de …istas, capaces de dar sustento a barrabasadas mayúsculas.
Enrique Santos Discépolo en 1934 fue autor del inmortal tango Cambalache y ¡diga usted si no se aplica lo de Argentina en los años 30, a nuestra realidad nacional en el 2020!:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.”
Luis Felipe Angell, el genial Sofocleto en su célebre Los cojudos, ensayó los siguientes conceptos:
“Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele, tiene color y temperatura, dimensión, forma y hasta sabor, diría. Se lanza un “¡cojudo!” al aire y es como si el idioma pusiera un huevo o pariera un “algo” capaz de hablar, moverse, crecer y multiplicarse en miles y miles de otros “cojudos” poliformos. Más allá del idioma, la cojudez nos penetró en la sangre y, a través de ella, nos invadió el cerebro. Se nos hizo indispensable para vivir, comunicarnos y resumir en sus tres sílabas todo el contexto espiritual, social, intelectual y material de nuestro pueblo. Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus posibilidades y variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda frontera que separaba a los demás cojudos de nosotros. Sin darnos cuenta fuimos elevando la cojudez al grado místico de abracadabra, de las varitas mágicas, del curalotodo y de la penicilina verbal. Pronto el cojudeo surgió como una de las profesiones liberales y como base inamovible de nuestro ordenamiento sociológico. De la noche a la mañana comenzamos a fabricar cojudos en serie, exportando a los más completos (muchos de ellos a través del Servicio Diplomático) para infiltrar la cojudez en los países vecinos, como hizo Inglaterra con China cuando introdujo el opio para desmoralizarla. El clima, el aire, el mar de nuestras costas, los microbios, el agua, el cielo e, inclusive, los rayos de la Luna al cruzar por la atmósfera, todo se volvió cojudo en el Perú, hasta que un día, de la manera más cojuda, comprendimos que no teníamos alternativa ni salida.
¿Navegaríamos en la historia como una flotilla de cojudos a la vela? No. Pero suicidarse era tan cojudo como seguir viviendo y sólo nos quedaba la resignación, que es otra reverenda cojudez. También nos quedaba el consuelo de acostumbrarnos a la idea de enfrentarnos a ella, de aceptar la realidad y de cojudearnos los unos a los otros proclamando ante la humanidad que éramos diferentes y originales.... Para esto era indispensable limpiar a la cojudez de toda implicancia escatológica y elevar su condición folclórica a la categoría de ciencia o filosofía social. Era necesario clasificar, definir, organizar, remontarse hasta los orígenes etimológicos de “lo cojudo” químicamente puro y legar ese estudio a las futuras generaciones, para que nuestros nietos se fueran acostumbrando a la idea de ser unos solemnes cojudos por los siglos de los siglos, amén. Esta es, modestamente, la tarea asumida en el presente libro, que aspira a convertirse en un volumen esencial para cualquier estudio contemporáneo o futuro de la sociedad peruana. Esperemos que así sea.
De lo contrario, el autor habrá perdido su tiempo como un pobre y triste cojudo”. Los cojudos, Lima 1976, pp. 13-14-15
En Huérfanos de horizonte histórico, 2005: https://www.voltairenet.org/article126610.html escribí:
“Ha dicho con la habitual ferocidad inteligente que le es característica, Javier Valle Riestra: “Es que la casta política no tiene más visión ni más meta que el reparto de escaños, de fajines ministeriales y de embajadas. Ellos aspiran a ser los príncipes de una monarquía siútica (cursi), hortera (de mal gusto), huachafa, que dura cinco años. Entre ellos se aplauden; entre ellos se festejan, entre ellos se encuestan. Lógicamente que están totalmente engañados. El país real marcha por otro riel, por otro lado, tal como lo anunciara hace 25 años Matos Mar. Por un lado el Perú de la bancocracia y de la Iglesia, el Perú de la burocracia costeña, y por otro lado el Perú informal, el del trueque, de adoración a santos no canonizados, que es el que va a terminar deglutiéndose al primero. Ya lo he dicho varias veces: en este banquete no ven lo que dice el firmamento, como en Babilonia: mane thecel fares (tus días están contados).”
Se impulsa la vacancia del presidente y lo hacen quienes poseen la estupidez como doctrina y la angurria de patrón de sus grises vidas.
Este país de desconcertadas gentes lo hicieron curas y abogados.
¿Admitirán las nuevas generaciones persistir en medio de una nada impresionante y huérfana de cualquier mérito?
He allí el reto. Decía bien González Prada: “Tomar a lo serio cosas del Perú”.