
La bicameralidad
La presidenta de la Comisión de Constitución doña Patricia Juárez está sumamente preocupada por el país, demasiada conmovida por los ciudadanos, muy interesada por la situación de los pobladores. Es probable que en las noches esté desvelándose pensando en los asuntos de la patria. Dice que sólo ciento treinta congresistas no pueden representar a 33 millones de habitantes. Sostiene que necesariamente tiene que haber la Cámara de Senadores para que el Parlamento sea más ‘eficiente, reflexivo y equilibrado’.
Entonces, la señora que tiene miedo a la prensa, esa dama que cree que el edificio del Congreso es su casa, aquella que no se diferencia mucho del señor presidente, es decir, la presidenta del Parlamento, acude presta, solícita y puntual ante la Comisión de Constitución para sustentar el proyecto de ley ideado para restituir el Senado. Y tras ella y con el mismo ánimo y propósito, concurren también otros distraídos que no sólo, ignoran a cabalidad el sentir del país, sino que además, ni siquiera intuyen la opinión que tienen sus propios electores sobre la reinstalación de la Cámara de Senadores.
Claro está, que si en este entrañable país nuestro, abundasen los políticos de talla con espíritu de estadistas, si el Congreso estuviera poblado de insobornables patriotas, si los funcionarios públicos mostraran algo de principios republicanos, y si nuestras izquierdas no fueran bárbaramente dogmáticas y nuestras derechas naturalmente petrificadas en el tiempo, muchos ciudadanos estaríamos palmoteando la reinstauración de la Cámara de Senadores. Incluso, a una iniciativa congresal como ésta, la veríamos como una auténtica reivindicación al Senado de la República clausurado por la cleptocracia de fines del siglo pasado.
Pero, como es cruda y dolorosamente evidente, no tenemos estadistas, carecemos de patriotas y escasean los republicanos, consecuentemente, en estos tiempos de pobreza moral, de indigencia intelectual y de escasez de ideas, aún no es necesario, ni favorable, mucho menos, conveniente, la restitución del Senado. Pues, la sola idea de pensar en una Cámara de esa naturaleza, sugiere tener una pléyade de inteligencias, un conjunto de mentes lúcidas y una relación de seres brillantes. Ya que, serán ellos, los que tendrán que ser electos para ejercer la función de senadores. Y, a falta de ese tipo de seres –como nos está sucediendo en estos momentos–, los que volverán a habitar el edificio de la Plaza Bolívar, no serán sino las oscuras golondrinas del pasado. Entonces, otra vez veremos a los Becerril, los Merino, los Galarreta, las Chávez, las Bartra y a otros tantos, investidos de senadores.
De modo que, aun cuando este mediano Congreso aprobase el proyecto, no cabe duda de que inexorablemente está destinado al fracaso, condenado al rechazo colectivo, sentenciado al indefinido archivo. Y, no sólo por cuanto en estas circunstancias, sean otros los asuntos más urgentes y prioritarios del país, como la educación, la salud, la reactivación económica y la precariedad gubernamental, sino además, por cuanto la población ya se pronunció contundentemente al respecto. Pues, en el referéndum de diciembre de dos mil dieciocho, el 90% de la población electoral dijo NO a la bicameralidad.
De manera que, el hecho de que ninguno de los cinco autores del proyecto de restablecimiento de la bicameralidad haya advertido o haya tenido registrada en su retentiva, a esta soberana decisión de la ciudadanía, es una categórica muestra de que ignoran hasta la historia más reciente y que nunca han pensado, ni piensan, ni pensarán en el país. De lo contrario, no estarían empecinados en llevar al pleno, un proyecto destinado al herrumbroso tacho del Parlamento.
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La bicameralidad
La presidenta de la Comisión de Constitución doña Patricia Juárez está sumamente preocupada por el país, demasiada conmovida por los ciudadanos, muy interesada por la situación de los pobladores. Es probable que en las noches esté desvelándose pensando en los asuntos de la patria. Dice que sólo ciento treinta congresistas no pueden representar a 33 millones de habitantes. Sostiene que necesariamente tiene que haber la Cámara de Senadores para que el Parlamento sea más ‘eficiente, reflexivo y equilibrado’.
Entonces, la señora que tiene miedo a la prensa, esa dama que cree que el edificio del Congreso es su casa, aquella que no se diferencia mucho del señor presidente, es decir, la presidenta del Parlamento, acude presta, solícita y puntual ante la Comisión de Constitución para sustentar el proyecto de ley ideado para restituir el Senado. Y tras ella y con el mismo ánimo y propósito, concurren también otros distraídos que no sólo, ignoran a cabalidad el sentir del país, sino que además, ni siquiera intuyen la opinión que tienen sus propios electores sobre la reinstalación de la Cámara de Senadores.
Claro está, que si en este entrañable país nuestro, abundasen los políticos de talla con espíritu de estadistas, si el Congreso estuviera poblado de insobornables patriotas, si los funcionarios públicos mostraran algo de principios republicanos, y si nuestras izquierdas no fueran bárbaramente dogmáticas y nuestras derechas naturalmente petrificadas en el tiempo, muchos ciudadanos estaríamos palmoteando la reinstauración de la Cámara de Senadores. Incluso, a una iniciativa congresal como ésta, la veríamos como una auténtica reivindicación al Senado de la República clausurado por la cleptocracia de fines del siglo pasado.
Pero, como es cruda y dolorosamente evidente, no tenemos estadistas, carecemos de patriotas y escasean los republicanos, consecuentemente, en estos tiempos de pobreza moral, de indigencia intelectual y de escasez de ideas, aún no es necesario, ni favorable, mucho menos, conveniente, la restitución del Senado. Pues, la sola idea de pensar en una Cámara de esa naturaleza, sugiere tener una pléyade de inteligencias, un conjunto de mentes lúcidas y una relación de seres brillantes. Ya que, serán ellos, los que tendrán que ser electos para ejercer la función de senadores. Y, a falta de ese tipo de seres –como nos está sucediendo en estos momentos–, los que volverán a habitar el edificio de la Plaza Bolívar, no serán sino las oscuras golondrinas del pasado. Entonces, otra vez veremos a los Becerril, los Merino, los Galarreta, las Chávez, las Bartra y a otros tantos, investidos de senadores.
De modo que, aun cuando este mediano Congreso aprobase el proyecto, no cabe duda de que inexorablemente está destinado al fracaso, condenado al rechazo colectivo, sentenciado al indefinido archivo. Y, no sólo por cuanto en estas circunstancias, sean otros los asuntos más urgentes y prioritarios del país, como la educación, la salud, la reactivación económica y la precariedad gubernamental, sino además, por cuanto la población ya se pronunció contundentemente al respecto. Pues, en el referéndum de diciembre de dos mil dieciocho, el 90% de la población electoral dijo NO a la bicameralidad.
De manera que, el hecho de que ninguno de los cinco autores del proyecto de restablecimiento de la bicameralidad haya advertido o haya tenido registrada en su retentiva, a esta soberana decisión de la ciudadanía, es una categórica muestra de que ignoran hasta la historia más reciente y que nunca han pensado, ni piensan, ni pensarán en el país. De lo contrario, no estarían empecinados en llevar al pleno, un proyecto destinado al herrumbroso tacho del Parlamento.