
La angurria no es genética
Lo importante es que se tome conciencia, de una vez por todas, en el Perú, que no se es usurpador por propensión genética sino por default o renunciamiento del vecino o vecinos. Se apropia de algo quien toma conciencia que puede hacerlo por dejadez o negligencia del poseedor originario y la afirmación es muy sólida.
En efecto, el servilismo se ha convertido en una política de Estado.
La angurria no es genética. Tiene que ver con el grado de permisividad y estupidez que muestran los líderes que marcan el mal camino, la avenida del error a sus pueblos. Y los canallas cómplices son parte de este abominable cuadro.
Pandillas nativas huérfanas de cualquier concepto de amor nacional o identificación con el Perú, pululan en muchos medios de comunicación fabricando loas a la inversión y a sus infaltables contratos de estabilidad jurídica que hay que leer como licencia para explotar impunemente el país, irrespetando leyes laborales, pagando poco, discriminando y haciendo una chacra privada al país.
Y el silencio de castas políticas avejentadas no puede ser más oprobioso. ¿Cuántos políticos o dirigentes sindicales manejan conceptos geopolíticos de análisis de nuestra difícil vecindad con Chile, con Ecuador o con cualquier país limítrofe?
Quien abre las puertas y quita la vigilancia, no puede quejarse que los invasores lleguen y hagan cuanto les venga en gana. Más aún, si se les otorga, desde las ficticias altas cumbres del “poder”, administración precaria del gobierno, incentivos para que afinquen a su modo y conveniencia, intereses y réditos, los invasores dejan de serlo para convertirse en huéspedes con todas las de ley.
¿Y el pueblo? El pueblo siempre es el convidado de todos los discursos, y el ausente, consuetudinario de la supuesta obra que se hace en su nombre y con la subrayada circunstancia que quienes engrosan sus cuentas de ingresos son otros y no los peruanos.

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La angurria no es genética
Lo importante es que se tome conciencia, de una vez por todas, en el Perú, que no se es usurpador por propensión genética sino por default o renunciamiento del vecino o vecinos. Se apropia de algo quien toma conciencia que puede hacerlo por dejadez o negligencia del poseedor originario y la afirmación es muy sólida.
En efecto, el servilismo se ha convertido en una política de Estado.
La angurria no es genética. Tiene que ver con el grado de permisividad y estupidez que muestran los líderes que marcan el mal camino, la avenida del error a sus pueblos. Y los canallas cómplices son parte de este abominable cuadro.
Pandillas nativas huérfanas de cualquier concepto de amor nacional o identificación con el Perú, pululan en muchos medios de comunicación fabricando loas a la inversión y a sus infaltables contratos de estabilidad jurídica que hay que leer como licencia para explotar impunemente el país, irrespetando leyes laborales, pagando poco, discriminando y haciendo una chacra privada al país.
Y el silencio de castas políticas avejentadas no puede ser más oprobioso. ¿Cuántos políticos o dirigentes sindicales manejan conceptos geopolíticos de análisis de nuestra difícil vecindad con Chile, con Ecuador o con cualquier país limítrofe?
Quien abre las puertas y quita la vigilancia, no puede quejarse que los invasores lleguen y hagan cuanto les venga en gana. Más aún, si se les otorga, desde las ficticias altas cumbres del “poder”, administración precaria del gobierno, incentivos para que afinquen a su modo y conveniencia, intereses y réditos, los invasores dejan de serlo para convertirse en huéspedes con todas las de ley.
¿Y el pueblo? El pueblo siempre es el convidado de todos los discursos, y el ausente, consuetudinario de la supuesta obra que se hace en su nombre y con la subrayada circunstancia que quienes engrosan sus cuentas de ingresos son otros y no los peruanos.
