¡Impunidad, esa lacra bicentenaria!
Son tan despreciables sus beneficiarios que no vale la pena ni mencionarlos: diputados, senadores, presidentes, ministros, alcaldes, burócratas, gerentes en el Estado. Desde casi 200 años atrás han gozado de las mieles que la muelle sentencia hecha la ley, hecha la trampa, y que blinda a estos desclasados.
No trabajan para el Perú, su pueblo no les interesa, sus delitos tienen el barniz del oportunismo y una legalidad hechiza que cohonesta actos delincuenciales en los cuales participan actores secundarios, testaferros huérfanos de cerebro y cómplices que bailan al compás de migajas y son los que proclaman “más vale pájaro en mano, que ciento volando”.
En nuestro país y su desastroso enjambre legal, se producen contradicciones que los tinterillos sí saben explotar siempre en beneficio de quienes paguen tales maniobras. ¡Peor aún, los que hacen las leyes, las articulan de tal modo que nunca podrán ser pasibles de acusación penal y si eso ocurre, entonces el apelotonamiento del voto urgente, los salva de acusaciones de diverso calibre!
No puede ser de otro modo un país hecho por santurrones y abogados, al servicio mercenario de las más absurdas ambiciones, siempre que cumplan los requisitos del robo institucional, el discurso de orden y la placa conmemorativa. ¡Cuántas menciones en bronce sobre ídolos falsos hay en calles y plazas a lo largo y ancho del Perú! ¿No es acaso una realidad que el nombre de un ridículo traidor con sus botas a la Federica, bautiza avenidas importantes en todo el país?
Pocos días atrás dos grisáceos recibieron la solidaridad del blindaje por parte del una sub comisión congresal. Apóstoles reaccionarios esos jamás han destacado por ningún servicio al pueblo. El saldo contable sí hace presumir que sus largas y mediocres trayectorias enfilaron al enriquecimiento personal, torciendo ideas, traicionando principios, subvirtiendo la decencia para convertirla en vil negociado culpable.
¿Cómo es que los peruanos, generación tras generación, hayan asimilado la impunidad como una parte de su vida, la acepten a regañadientes pero concedan la chance que sus recipendiarios caminen como Pedro por su casa por el país que han saqueado mientras que fueron autoridades? Es un tema abstruso y que debiera llamar a debates encendidos y protestantes.
¿Y los intelectuales? No pocos de ellos han claudicado. La imbecilidad que no requiere de mayor explicación del escritor hispano-arequipeño, da muestra tamaña de a qué niveles llega la pequeñez humana en el estribo de una exitosa producción literaria que troca en fondo abisal. ¿Gratuita la desbarrancada?
¡Ni qué decir de nuestros animales políticos! Invertir la expresión y decir políticos animales acaso produciría una larga lista con nombres y apellidos, tíos, tíos abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, de muy proditor prestigio siempre a órdenes del conservadurismo y las oligarquías civiles o mixtas, civiles-militares.
La impunidad nos acompaña de manera perenne. ¿Cómo acabarla? He allí una interrogante que requiere la valentía de formularla como una de las tareas imprescindibles de la nueva era política que se avecina. De no hacerlo, seguiría más de lo mismo y transcurrirán otros 100 años para que nuevos gonfaloneros mercantiles de los centenarios hagan sus libracos, revistitas y diplomas para premiarse entre sí. ¡Qué desafachatez!
Decía bien Manuel González Prada: “tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es mojiganga”.
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¡Impunidad, esa lacra bicentenaria!
Son tan despreciables sus beneficiarios que no vale la pena ni mencionarlos: diputados, senadores, presidentes, ministros, alcaldes, burócratas, gerentes en el Estado. Desde casi 200 años atrás han gozado de las mieles que la muelle sentencia hecha la ley, hecha la trampa, y que blinda a estos desclasados.
No trabajan para el Perú, su pueblo no les interesa, sus delitos tienen el barniz del oportunismo y una legalidad hechiza que cohonesta actos delincuenciales en los cuales participan actores secundarios, testaferros huérfanos de cerebro y cómplices que bailan al compás de migajas y son los que proclaman “más vale pájaro en mano, que ciento volando”.
En nuestro país y su desastroso enjambre legal, se producen contradicciones que los tinterillos sí saben explotar siempre en beneficio de quienes paguen tales maniobras. ¡Peor aún, los que hacen las leyes, las articulan de tal modo que nunca podrán ser pasibles de acusación penal y si eso ocurre, entonces el apelotonamiento del voto urgente, los salva de acusaciones de diverso calibre!
No puede ser de otro modo un país hecho por santurrones y abogados, al servicio mercenario de las más absurdas ambiciones, siempre que cumplan los requisitos del robo institucional, el discurso de orden y la placa conmemorativa. ¡Cuántas menciones en bronce sobre ídolos falsos hay en calles y plazas a lo largo y ancho del Perú! ¿No es acaso una realidad que el nombre de un ridículo traidor con sus botas a la Federica, bautiza avenidas importantes en todo el país?
Pocos días atrás dos grisáceos recibieron la solidaridad del blindaje por parte del una sub comisión congresal. Apóstoles reaccionarios esos jamás han destacado por ningún servicio al pueblo. El saldo contable sí hace presumir que sus largas y mediocres trayectorias enfilaron al enriquecimiento personal, torciendo ideas, traicionando principios, subvirtiendo la decencia para convertirla en vil negociado culpable.
¿Cómo es que los peruanos, generación tras generación, hayan asimilado la impunidad como una parte de su vida, la acepten a regañadientes pero concedan la chance que sus recipendiarios caminen como Pedro por su casa por el país que han saqueado mientras que fueron autoridades? Es un tema abstruso y que debiera llamar a debates encendidos y protestantes.
¿Y los intelectuales? No pocos de ellos han claudicado. La imbecilidad que no requiere de mayor explicación del escritor hispano-arequipeño, da muestra tamaña de a qué niveles llega la pequeñez humana en el estribo de una exitosa producción literaria que troca en fondo abisal. ¿Gratuita la desbarrancada?
¡Ni qué decir de nuestros animales políticos! Invertir la expresión y decir políticos animales acaso produciría una larga lista con nombres y apellidos, tíos, tíos abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, de muy proditor prestigio siempre a órdenes del conservadurismo y las oligarquías civiles o mixtas, civiles-militares.
La impunidad nos acompaña de manera perenne. ¿Cómo acabarla? He allí una interrogante que requiere la valentía de formularla como una de las tareas imprescindibles de la nueva era política que se avecina. De no hacerlo, seguiría más de lo mismo y transcurrirán otros 100 años para que nuevos gonfaloneros mercantiles de los centenarios hagan sus libracos, revistitas y diplomas para premiarse entre sí. ¡Qué desafachatez!
Decía bien Manuel González Prada: “tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es mojiganga”.