¿Exceso de confianza? ¡NO! ¡Demasiada estupidez!
Ante la descomunal y aterradora acción letal del coronavirus en todo el país, una colega se preguntaba muy temprano ayer: “¿exceso de confianza de la población y autoridades?”. Debo corregir, no fue eso, sí fue ¡demasiada estupidez!
Presumir que nuestras multitudes se inscribirían en los rudimentos básicos de disciplina: distancia social, lavado de manos y mascarilla, fue incorrecto. Pero más torpe sí que lo fue alentar el “paulatino” retorno a los microbuses, a las oficinas, a los mercados, a la venta callejera, etc. Si las políticas se miden por resultados, estos son catastróficos.
Digamos de paso que no comulgamos con las pandillas que han escogido como blanco al presidente Vizcarra y le hacen responsable hasta del maullido de un gato o del sonido oxidado de cualquier puerta. Ese escapismo tropical es propio de países bananeros, dentro de los cuales ¡qué duda cabe!, nos inscribimos con algún dudoso lustre meritorio.
Ceder a la presión empresarial que ha demostrado una inmarcesible brutalidad porque sólo cree en el Dios billete y le importa ¡un ardite! la vida de los empleados y trabajadores, mientras que produzcan engordando las cuentas corrientes, como ha hecho el gobierno de Vizcarra, patentiza la captura de un Estado al servicio total de grupúsculos cerriles y fanáticos.
Lo que acontece por nuestros pagos es aún más surreal: ¡la ausencia absoluta de liderazgo desde la sociedad civil! Sin partidos políticos, sólo clubes electorales –pisco y butifarra a la vieja usanza-, plenos en logreros en pos de puestos en el Estado –lo que fuera con tal de tener fines de mes seguros- el pueblo camina absolutamente desorientado y la pandemia contagia y asesina ¡todos los días!
¿Salud mental? ¿Qué salud mental pueden mostrar burócratas desquiciados llenos de consultorías y estudios inútiles en que bota la plata el Estado, si son absolutamente inservibles? ¿por qué se contrata a tanto vago lleno de diplomas que tan sólo sabe cobrar por sus monsergas que no resuelven álgidos problemas como los que laceran la debilísima urdimbre social peruana?
No hay buenas ni malas masas, sólo hay buenos y malos dirigentes enunció muchas veces Haya de la Torre y también repitió dos términos: hacer y organizar. Sus supuestos seguidores, deshacen y desorganizan y ya van por el 2.8% con el peligro de desaparecer del horizonte político peruano.
¿Dónde están los jóvenes y su relevo generacional? Creer que el “éxito” es cambiar de trabajo cada seis meses o mostrar a quien se “impresione”, las más importantes tarjetas de crédito o que viajar a Gringolandia o Europa (cuando se podía hacerlo), es la coronación brillante del ciclo no es sino poseer la inteligencia de un imbécil carismático.
¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
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¿Exceso de confianza? ¡NO! ¡Demasiada estupidez!
Ante la descomunal y aterradora acción letal del coronavirus en todo el país, una colega se preguntaba muy temprano ayer: “¿exceso de confianza de la población y autoridades?”. Debo corregir, no fue eso, sí fue ¡demasiada estupidez!
Presumir que nuestras multitudes se inscribirían en los rudimentos básicos de disciplina: distancia social, lavado de manos y mascarilla, fue incorrecto. Pero más torpe sí que lo fue alentar el “paulatino” retorno a los microbuses, a las oficinas, a los mercados, a la venta callejera, etc. Si las políticas se miden por resultados, estos son catastróficos.
Digamos de paso que no comulgamos con las pandillas que han escogido como blanco al presidente Vizcarra y le hacen responsable hasta del maullido de un gato o del sonido oxidado de cualquier puerta. Ese escapismo tropical es propio de países bananeros, dentro de los cuales ¡qué duda cabe!, nos inscribimos con algún dudoso lustre meritorio.
Ceder a la presión empresarial que ha demostrado una inmarcesible brutalidad porque sólo cree en el Dios billete y le importa ¡un ardite! la vida de los empleados y trabajadores, mientras que produzcan engordando las cuentas corrientes, como ha hecho el gobierno de Vizcarra, patentiza la captura de un Estado al servicio total de grupúsculos cerriles y fanáticos.
Lo que acontece por nuestros pagos es aún más surreal: ¡la ausencia absoluta de liderazgo desde la sociedad civil! Sin partidos políticos, sólo clubes electorales –pisco y butifarra a la vieja usanza-, plenos en logreros en pos de puestos en el Estado –lo que fuera con tal de tener fines de mes seguros- el pueblo camina absolutamente desorientado y la pandemia contagia y asesina ¡todos los días!
¿Salud mental? ¿Qué salud mental pueden mostrar burócratas desquiciados llenos de consultorías y estudios inútiles en que bota la plata el Estado, si son absolutamente inservibles? ¿por qué se contrata a tanto vago lleno de diplomas que tan sólo sabe cobrar por sus monsergas que no resuelven álgidos problemas como los que laceran la debilísima urdimbre social peruana?
No hay buenas ni malas masas, sólo hay buenos y malos dirigentes enunció muchas veces Haya de la Torre y también repitió dos términos: hacer y organizar. Sus supuestos seguidores, deshacen y desorganizan y ya van por el 2.8% con el peligro de desaparecer del horizonte político peruano.
¿Dónde están los jóvenes y su relevo generacional? Creer que el “éxito” es cambiar de trabajo cada seis meses o mostrar a quien se “impresione”, las más importantes tarjetas de crédito o que viajar a Gringolandia o Europa (cuando se podía hacerlo), es la coronación brillante del ciclo no es sino poseer la inteligencia de un imbécil carismático.
¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!