Estados Unidos: entre un pasado problemático y un futuro incierto

Estados Unidos: entre un pasado problemático y un futuro incierto
Las celebraciones por el día de la Independencia, este 4 de julio del 2020, no han sido nada felices para los norteamericanos. Con cifras que se acercan a los más de 110,000 fallecidos y más de 1 millón 900 mil infectados, la atmósfera no es la más propicia. Era imposible que lo sean, pues al margen de la pandemia que ya dura 4 meses, hay un ambiente de tensión, de conflicto y violencia por los problemas raciales y excesos de la policía, que ha durado en forma continua más tres semanas y que de diversas formas continúa todavía.
Los problemas raciales en realidad nunca estuvieron ausentes, pero que esta vez a causa de las violencias policiacas con sus consecuentes víctimas de afroamericanos, que tampoco nunca dejaron de haber, adquirieron una dimensión con consecuencias políticas inesperadas. Los norteamericanos de alguna manera se resignaron a vivir con este problema no resuelto, como alguien que no se acuerda que detrás de esa cicatriz, hubo alguna vez una herida.
A eso hay que agregarle la crisis económica, debido al paro laboral, que en muchos sectores continúa todavía, pues la recuperación será lenta y difícil y es muy arduo que todos los millones de norteamericanos que han perdido sus puestos de trabajo los vuelvan a recuperar. La situación de inestabilidad social y económica tiene para rato y en lo que se denomina “la nueva normalidad” difícilmente las cosas volverán a ser como antes y la recuperación del empleo que ya comenzaba a notarse hasta febrero, antes que se declarase la pandemia, dificultosamente se volverá a producir, ni tanto ni en la forma como se esperaba y definitivamente no en proporción a lo que se quisiese.
Para colmo los Estados Unidos se encuentran ad portas, a menos de 4 meses de una de las elecciones más cruciales en las últimas décadas. Con un presidente errático, cuya estrategia para combatir la pandemia ha sido poco exitosa, con una política exterior que hace agua en todos sus flancos, agudizando las tensiones con sus enemigos tradicionales, la China, Rusia e Irán sobre todo. Peor aun creándose enemistades con sus aliados de la Unión Europea sobre diversos temas ligados sobre todo al comercio y la defensa, pero también a la falta de consenso sobre el cambio climático. En algo que si ha habido consenso es en el apuro de encontrar una vacuna para la actual pandemia entre laboratorios norteamericanos y europeos, pero eso es algo demasiado puntual, aunque urgente, dentro de un mar de divergencias.
Lo que incluso ha ocurrido, y que es algo que otros años hubiese parecido impensable, es la decisión de la Unión Europea de negarle provisoriamente, la visa de entrada a los turistas norteamericanos, pues el desastroso manejo de la pandemia en los Estados Unidos hace temer que turistas norteamericanos que puedan tener contagio, invadan Europa como lo suelen hacer cada año los meses de julio y agosto todos los años.
Es increíble que el país que era durante décadas, el más envidiado por sus logros y nivel de vida, el que tenía la cantidad de turistas más codiciados por cualquier país, ahora esté prácticamente en una condición de paria. Los grotescos problemas raciales ocurridos en los Estados Unidos en las últimas semanas, sumados al crecimiento exorbitante de los contagios y muertes, han modificado para muchos que veían a los Estados Unidos con buenos ojos, la imagen de ese país. Las primeras encuestas que comienzan a aparecer nos dan una percepción inédita y hasta desconcertante. En un país como Francia, que fue socorrida en las dos guerras mundiales por los Estados Unidos y que desde la Guerra de Independencia norteamericana en 1776 y la Revolución Francesa de 1789 tiene lazos muy fuertes con dicho país, la imagen se ha deteriorado en casi 50 %.
Uno de cada dos franceses ahora observa dicho país con desconfianza. El caso es aún peor en Italia. Hoy en día solo 6% de los italianos considera que el gran país del norte es un país aliado. Italia fue uno de los países desde el cual llegaron la mayor cantidad de inmigrantes desde fines del siglo XIX y hasta entrado el siglo XX. La impronta de la inmigración italiana se observa y se siente mucho en las grandes ciudades sobre todo del Este de los Estados Unidos. En Nueva York por todos lados, pero también en Boston o en Filadelfia. Hay gente, zonas y barrios con inmigrantes de muchos países, pero los italianos se caracterizan por el hecho de que quizás son aquellos inmigrantes que mejor se asimilaron a lo que inicialmente ofrecía el sueño americano. ¿Qué cosa de grave ha podido pasar, para que hoy solo 6% de los italianos que viven en Italia confíen en los Estados Unidos? La respuesta a la causa de esto tiene un nombre y un apellido: Donald Trump.
Detrás del manejo desastroso de la pandemia y el exacerbamiento de la tensión racial que hay, está este exitoso hombre de negocios, que sin tener una trayectoria política anterior (sin haber sido congresista o senador o gobernador de un estado), llegó en una forma desconcertante a ser presidente de los Estados Unidos. Hombre instintivo e impulsivo, hábil negociador, pero también inescrupuloso manipulador, poseedor o poseído por un ego a prueba de balas, se ha caracterizado por una forma autoritaria de ejercer el poder, desde que llegó a él, por no querer confiar o considerar amigos sino a aquellos que aceptan la imposición de su voluntad.
La voluntad política, en el caso de Trump, es cualquier cosa que se le ocurra imponer de una forma heterodoxa, o sea a su manera. Puede ser incluso, el sacar un conejo bajo la manga como fue el acercamiento inicial con Corea del Norte o el acercamiento a los antiamericanos países musulmanes, a través de una aproximación política y comercial con los ricos países musulmanes del Golfo. Hasta allí llegaban o llegan las iniciativas desconcertantes pero válidas al fin y al cabo. En el caso de la guerra comercial con China, Trump acertó en muchas cosas y comenzó a consolidar su popularidad. A diferencia de los políticos tradicionales muy aferrados a la parsimonia diplomática y sus sofisticados y burocráticos rituales Trump optó por el enfrentamiento abierto con China, ganando parte de la batalla, lo cual parecía impensable. Logró equilibrar en mucho, por su habilidad de negociador el increíble balance de la política comercial que estaba en forma exorbitante a favor de China. Las negociaciones han tenido altibajos, pero todo indica que Trump por el momento salió airoso de ese enfrentamiento. A regañadientes los chinos aceptaron muchas de las exigencias de Trump. Varias veces estuvieron ambos países a punto de patear el tablero. El presidente de los Estados Unidos, hábilmente hacia coincidir sus avances en la negociación con China, para que esta también le diera réditos políticos en su agenda interna, sacándole provecho a esta negociación de tal manera que le sirviese para su reelección.
Pero los temas que han generado esa desconfianza hacia los Estados Unidos, no hacia el pueblo americano, no son tanto las marchas y contramarchas de Trump en su política exterior, que cada país lleva de alguna manera diferente, de acuerdo a sus intereses específicos, sino a la percepción que él tiene de la política interna en su propio país. Visto desde fuera y desde adentro, esta política encarnada por Trump, se caracteriza por el denial (el rechazo, el acantonarse a negar la evidencia), el rechazo a aceptar que hay cosas negativas que no se pueden hacer o defender y para probar las cuales, las evidencias son más que suficientes y tienen un peso contundente.
Primero fue el rechazo por parte de Trump, a lo que la comunidad internacional había ya logrado con los Estados Unidos en relación al cambio climático y en la firma de tratados promovidos por Naciones Unidas para disminuir el efecto invernadero. Sobre este tema la comunidad internacional, se resignó a aceptar que después de todo, un país, aún como los Estados Unidos que es uno de los primeros en producir emisión de gases que producen el efecto invernadero, tenía la libertad soberana de firmar los tratados sobre el tema o no, o renunciar a ellos.
Trump y la pandemia
Pero el denial más grande y que está generando el cambio de percepción que se tiene de dicho país es el denial de Trump, desde el inicio y de alguna manera hasta ahora, de la forma de tomar medidas preventivas contra la pandemia. El estaba más centrado en buscar culpables del origen de ésta, lo que en otras palabras significaba politizar el tema, acusando a China, refiriéndose al coronavirus muchas veces como “el virus chino”. Haciendo eso, más que apoyando el asesoramiento de los científicos sobre el manejo técnico del tratamiento debido y retardando el impulso de medidas para que el contagio no se propague. Hasta en las decisiones más banales para evitar el contagio como lo son el uso de mascarillas y el evitar el distanciamiento social, Trump ha tenido una actitud reticente y no colaborativa. Felizmente nunca dijo que no era necesario lavarse las manos. El resultado es la situación actual que se ha vuelto de alguna manera incontrolable. Recién hace unos días, después de los recientes rebrotes exorbitantes en Florida, Texas, Arizona y también California, el vicepresidente Pence y el General Surgeon (equivalente al ministro de Salud) han decidido pedirles a los norteamericanos que usen mascarillas y tomen en cuenta el distanciamiento social. El mismo Trump, hasta ahora rechaza usarla.
En su convocatoria el 3 de julio, a una ceremonia al pie del impresionante Monte Rushmore donde están talladas las gigantescas efigies de los rostros de Washington, Jefferson, Lincoln y Theodor Roosevelt, se veía que la mayoría de los asistentes no usaba mascarillas, ni ejecutaban el distanciamiento social pertinente, siguiendo el mal ejemplo del presidente. En vez de aprovechar en esa convocatoria, que era una gran oportunidad para hablar sobre la gravedad de la situación sanitaria, aunque eso hubiese sido opacar una ocasión celebratoria como esa, el presidente habló como siempre de lo mismo, auto felicitándose que todo iba bien, que la economía se estaba recuperando, denunciando a todos aquellos que se oponen a que los negocios abran, que la maquinaria económica no puede parar y que había un complot de una pandilla de izquierdistas y radicales que no quieren que las cosas mejoren, para sacar provecho de las contradicciones y montando mítines y marchas que crean contextos ideales para el saqueo y la violencia.
Un discurso divisionista, que en vez de suscitar, más bien obstaculizó los resortes de solidaridad, que en el fondo de sí tienen los norteamericanos. Discurso un poco autista, ajeno a la realidad, sin ningún sentido de las urgencias que aquejan en este momento a ese gran país. Un discurso buscando enemigos por doquier y teñido por la obsesión de volver a ganar las elecciones el próximo 3 de noviembre, metiendo más leña al fuego. Invocando a cada momento, temas que dividen a los norteamericanos, en días en que más que nunca la invocación a la unidad era requerida. Lo mismo ocurrió en las palabras que dirigió al día siguiente, el 4 de julio en Washington. Diferente escenario, palabras disímiles pero la misma, grotescamente ingenua y recurrente obsesión: nosotros somos los buenos y en el otro lado están los malvados que solo buscan hacer el mal a los Estados Unidos, desaprovechando así, otra vez, la invocación a la unidad que los norteamericanos republicanos y demócratas, blancos y negros, piden en este complicado momento de su historia a gritos: un líder que los ayude a curar antiguas heridas, que personifique un liderazgo constructivo en momentos de total incertidumbre, como lo fueron Lincoln y Roosevelt, los cuales después de circunstancias tan adversas como lo fueron la guerra civil para el uno y los remanentes de la depresión del 29 para el otro, con liderazgo y convicción generaron consensos y sacaron el país adelante.
Esa fórmula del ataque a rajatabla, no tocando los temas de una urgencia evidente, le pasó la factura al presidente Woodrow Wilson, al querer tapar el sol con un dedo al pretender decir que la gripe española de 1918 no tenía la gravedad que tenía, cuando la gente se estaba muriendo por millares y también lo mismo le ocurrió al presidente Hoover, al querer aminorar los estragos que estaba creando el desempleo, como producto de la crisis de 1929. Negar la evidencia y no sopesar la gravedad de los hechos y la urgencia de solucionarlos, por lo menos nombrándola, poniéndolos en el tapete e invocando consensos, en una actitud evasiva y para colmo enfrentándose a la prensa, lo cual nunca ha sido favorable electoralmente en los Estados Unidos. Creer que repitiendo día a día que su no reelección llevará al poder a radicales izquierdistas, repitiendo hasta el cansancio que sus rivales “lo único que quieren es destruir a los Estados Unidos”, es un error político fatal. Propiciando el miedo y el divisionismo en las actuales circunstancias, con un lenguaje trasnochado propio de la guerra fría de los años 50 ó 60, es simplemente garantizarse una derrota electoral.
Es increíble que un hombre por otro lado tan sagaz como Trump, esté pisando el palito, por su arrogancia de no escuchar a sus asesores, que evidentemente los tiene y que son muy buenos. Por temor de perder la preferencia de estar en el entorno del presidente Trump, muchos líderes del partido republicano no se lo dicen directamente al presidente, pero ya comienzan a entrar en trompo, están al borde del desmayo y hasta la desesperación, por la forma como el presidente está manejando la campaña. Tal como van las cosas no solamente parece que perderán la presidencia, sino el control de la cámara de Representantes y del Senado.
Nunca como ahora el pueblo de los Estados Unidos busca un líder que les proponga soluciones y consensos y no acentúe las brechas entre ellos, de quien puedan recibir una ayuda para sus problemas reales, en suma alguien en quien puedan confiar, en un mundo que definitivamente a causa de la pandemia ya no será como el de antes. Para los norteamericanos ya no será el escenario de un American dream como lo quisiesen, pero sueñan con un mundo que por lo menos quisieran que deje de ser una pesadilla, donde pandemia incontrolada y violencia racial no impidan una cotidianeidad tranquila, en la que uno pueda ir a trabajar y los niños al colegio sin mayores peligros y sobresaltos.
En el Independence Day, el 4 de julio, la idea es justamente celebrar esa unidad que tuvieron los Padres Fundadores, cada uno de ellos, con una talla excepcional para el liderazgo, con diferencia de puntos de vista sobre muchas cosas como las que existían entre Jefferson y Madison, pero que lograron la unidad para decidir no seguir bajo el yugo británico. Es el día para rememorar esa unidad que hubo entre los Estados del Norte durante la Guerra Civil, que buscaban la unión frente a los secesionistas del sur, los confederados, que llevaron al país a una sangrienta guerra que al final perdieron.
Esa gran oportunidad de invocar a la unidad, frente un enemigo común e invisible como lo es el coronavirus, que ya enluta a más de 110 mil hogares en los Estados Unidos, ya para siempre la perdió Trump, este último 4 de julio.
En los hechos reales y con las debidas prudencias, algunos negocios han comenzado a abrir y algunas industrias a funcionar. La poca prudencia en los bares y otros locales, donde no se ha respetado el distanciamiento o usado las mascarillas, ha hecho que los contagios nuevamente se produzcan y vuelvan a cerrar. Es evidente que siguiendo el mal ejemplo del presidente y su intransigencia en el denial (la negación de la evidencia y la peligrosidad del contagio) al no tomar medidas de precaución, el contagio es muy difícil de evitar. Hay nuevos brotes por doquier y aún en los lugares donde se suponía las cosas estaban ya controladas, las infecciones resurgen.
Sobre este tema de la pandemia, el presidente Trump, ya no es percibido como parte de la solución, sino como parte del problema y es inevitable que la historia sea muy severa con él, cuando se evalúen las consecuencias de su inicial denial, sus marchas y contramarchas, su rechazo a un asesoramiento técnico riguroso y prudente, que hubiesen podido ahorrar sin duda decenas de miles de muertes inútiles. Además, politizando las cosas al máximo, ajeno a consensuar con los gobernadores para lograr tener una política común para enfrentar o por lo menos neutralizar la pandemia en sus aspectos más letales. En suma, Trump manejando con una improvisación digna del tercer mundo, a un país como los Estados Unidos, con la capacidad económica y el suficiente número de gente excepcionalmente capaz, para que algo tan grave no sea regulado en forma tan improvisada, ha hecho que el país termine entrando a un túnel sin salida, generando las predicciones más nefastas sobre el tema.
Trump y la segregación racial
Como si el problema de la pandemia fuera poco, sucesivos actos de violencia policiaca, dirigidos a la población afroamericana y con consecuencias letales, han puesto en el tapete el tema de la segregación en sus diferentes formas, muchas veces sutiles y casi invisibles a través de las cuales la segregación sigue existiendo en los Estados Unidos. Decimos, que más que racismo varios tipos de segregación, como aquella que hace que sea necesaria la aprobación de los vecinos de un edificio para que un afroamericano alquile un departamento en un edificio o una casa en un condominio. El prejuicio que existe, es que si un afroamericano se muda allí, bajará el standing de la vecindad, que vendrá con una gran cantidad de hijos, que habrá muchos visitantes o familiares que vendrán a cada rato y habrá fiestas bulliciosas los fines de semana. Este es un prejuicio que en realidad, los norteamericanos del mainstream (el norteamericano promedio) están dirigiendo más a los latinoamericanos que los afroamericanos, pero sería tapar el sol con un dedo negar que sigue existiendo hacia ellos. Más que racismo desembozado, hay una segregación sutil.
Donde sí el prejuicio racial toma tintes racistas y con consecuencias como lo hemos visto últimamente que son fatales, es en la actitud de la policía hacía el afroamericano. El prejuicio que el afroamericano, sea el culpable de algo, el potencial agresor o autor de cualquier otro crimen es algo que no se puede negar. Que la administración de justicia envíe a la cárcel a un afroamericano con más facilidad y con penas más severas que a un ciudadano blanco es también imposible de negar como tampoco los prejuicios en la administración de justicia sin los cuales, la desproporción de afroamericanos en las prisiones norteamericanas no sería tan grande en relación a los blancos u otros grupos étnicos. El acceso a la justicia en todos sus niveles, es frustrante para los afroamericanos. Su condición económica, no les permite defenderse debidamente en un juicio. No pueden pagar un buen abogado y deben limitarse a tener un abogado de oficio. No tienen a veces dinero para pagar la fianza por haber cometido un crimen menor y por lo mismo van a prisión. Para colmo, el afroamericano de a pie, tiene a veces que sufrir la segregación de sus propios hermanos de raza. Muchas de las muertes de delincuentes afroamericanos por excesos policiacos han sido realizados también por policías afroamericanos. Eso es muy doloroso de asumir por la comunidad afroamericana y hace el sentimiento de segregación más doloroso y frustrante aún. Una de las más penosas situaciones en los últimos días, cuando vemos los reportes periodísticos es cuando escuchamos en estos enfrentamientos y marchas de las últimas semanas, a un manifestante negro, que tiene a un policía negro frente a él y le grita a boca de jarro o le muestra una pancarta que dice “You kill your own brothers”, “Tu matas a tus propios hermanos”. Nada más doloroso para el policía negro que escuchar eso. Lamentablemente el universo de prejuicios en el cual se produce la formación de los policías, y el mismo ejercicio de la actividad policial, hace que haya una atmósfera tóxica, en la cual el grupo se inventa su tipología de eventuales sospechosos a los cuales hay que reprimir con mayor severidad. Es inevitable que quienes son minoría dentro de una institución terminen imitando lo que hace la mayoría. Por lo mismo el policía negro termina asumiendo muchos prejuicios de los policías blancos. En suma, a veces se vuelve más papista que el Papa como solemos decir los latinos.
Cuando los latinos observamos esas conflictivas relaciones entre blancos norteamericanos y afroamericanos, no tomamos parte de un lado ni el otro y usualmente navegamos con facilidad entre ambos bandos. La tradición católica en la cual la mayor parte de los latinos hemos crecido, ha jugado un rol positivo en la tolerancia racial. Nuestras segregaciones suelen ser más por diferencias de formación educativa o por estatus económico que por el color de la piel.
Testimonio personal
He podido ver estos últimos 50 años cómo evolucionan las relaciones del norteamericano promedio con los afroamericanos. Desde los años 60 en que pasé un semestre en el colegio en los Estados Unidos en Chicago y en sucesivos viajes con estadías cortas y largas en diferentes ciudades como New York y Filadelfia e invitaciones académicas tanto en Arizona como en California, me han permitido ver que las cosas han cambiado mucho, pero no tanto como se quisiese. Mucho polvo simplemente ha sido barrido bajo la alfombra. He visto cómo los latinos se han ido apropiando, de muchos espacios que los afroamericanos, habían ganado con lentas y dolorosas luchas, logrando una aceptación gradual de sus derechos civiles, por lo menos a nivel de la ley escrita. Los afroamericanos se sienten percibidos en su propia sociedad y en su propio país, que son los Estados Unidos y que es el único que tienen, a través de muchos prejuicios, pues el casi prefijo que significa la partícula “afro”, puede indicar un origen étnico lejano, pero no significa hoy en día una pertenencia precisa. Los afroamericanos son norteamericanos y punto.
Lo que me hizo comprender mucho la situación del afroamericano en los Estados Unidos, fuera de las estadías diversas que tuve, fueron cinco largos viajes ida y vuelta en los Estados Unidos de costa a costa, en los últimos 30 años. Viajando tres veces en tren en esos viajes que toman tres días y medio en un sentido y la misma cantidad en el otro, una vez por las rutas del ferrocarril de Amtrak por el norte, otra por el centro y otra por el sur. Esos largos trayectos en esos gigantescos trenes donde hay diversas salas y restaurantes e incluso zonas para observar el paisaje la ocasión de interrelacionarse es única. Es un lugar donde hay momentos que es inevitable entablar una conversación, pues uno está largas horas en una especie de prisión rodante. En el curso de esos viajes pude ya intuir que muchas heridas seguían abiertas. Después de una desconfianza inicial, la gente se soltaba y se volvía comunicativa y el diálogo a veces adquiría características de confesión. Es interesante para un psicólogo como yo, ver el tipo de relación que uno entabla con un compañero de viaje, sobre todo si uno es extranjero.
Uno ve ese encuentro fugaz, como algo pasajero e inofensivo. Hay poco que ocultar a esa persona que después de todo, quizás uno no vuelva a ver en la vida. Es como tener como testigo a alguien mientras me digo algo a mí mismo sobre mí mismo. Cuando los compañeros de viaje, lo son para gran parte del largo trayecto que dura tres días y medio podíamos compartir también momentos muy agradables en las majestuosas salas de espera para la conexión de tren como la de Chicago, Filadelfia y otras.
Sobre todo en estos viajes, escuchar a familias de afroamericanos de clase media contarme su percepción de todo tipo de cosas y sobre todo de las relaciones inter raciales en los Estados Unidos, era aprender algo que no hubiese aprendido en ninguna universidad, ni en Yale, ni en Harvard. Me parecía a veces estar organizando o ser parte de un focus group itinerante.
También al viajar dos veces de costa a costa en los buses de Greyhound, en las largas horas de espera en las estaciones de bus en las cuales había que hacer la conexión de bus para continuar la ruta, siempre me sorprendía la gran cantidad de afroamericanos que pasaban la noche allí. Por una razón muy simple: no tenían casa. No tenían a dónde ir. Muchos por su personalidad eran personas marginales, que hacía tiempo habían roto con su familia, otros que eran incapaces de pagarse un alojamiento por no tener una estabilidad laboral, otros que habían tenido estadías en prisión. Al inicio me hacían recordar a los clochards parisinos, que duermen bajo los puentes, pues no pueden quedarse a dormir en las estaciones de tren, ni tampoco estar en las salas de espera de las estaciones de tren de París, pues la policía los evacúa. Ellos son personajes que son parte del paisaje de la ciudad, con sus largas barbas y a veces una botella de vino en la mano, uno los encuentra siempre, muchas veces solos, solemnes y enigmáticos. Muchas veces son marginales por vocación pues bien podrían por edad, tener algún tipo de subsidio por parte del estado o conseguir alguna habitación de favor.
Su contraparte norteamericana, es el afroamericano pobre que pulula, en las estaciones de bus, allí dentro donde puede evadir el frío de la calle. Si estás fuera de la estación te piden un cigarro, si estás dentro, alguna moneda para comprar un café. No siempre era posible entablar conversación con ellos. Había, recuerdo, mucha impulsividad en los gestos de ellos, en su voz y en su lenguaje. A veces estaban allí pues no tenían dinero para tomar el bus e ir y pasar la noche en algún shelter (albergue) que acoge a la gente sin techo, para que se puedan bañar y pasen la noche, pero los vuelve a soltar a la calle a la mañana siguiente. Muchos ya viven en las estaciones de tren y tienen su espacio definido. Esos afroamericanos son parte de lo que sería la última rueda del coche. Es el pueblo invisible y marginal en medio de la sociedad de la opulencia. La pobreza es más dura cuando cohabitas con la riqueza. Una vez uno de ellos me decía que los mismos porteros, de cualquier lugar, al verlos pasar los miraban con desprecio. A diferencia de los clochards parisinos, con quienes puedes hablar de diversos temas, con estos huéspedes de la noche, de las estaciones de bus norteamericanas, apenas puedes intercambiar algunas frases. Muchas veces son individuos que abandonaron el colegio muy temprano y en muchos casos se ve, en su andar titubeante o sus manos temblorosas, los estragos causados por alguna adicción a drogas duras, el crack sobre todo. Desde mi primer viaje en bus de costa a costa hacia 1995 y el segundo en el 2015, con un intervalo de 20 años, noté que la “clientela” de la noche no había cambiado. Eran sin duda otros, pero las mismas apariencias, algunos habían agregado un par de audífonos a su atuendo, para matar las largas horas sentado en las estaciones de bus. La misma derrota en los rostros y la conciencia vaga de ser, los sujetos prescindibles de la sociedad de consumo. Lo que sí es evidente también, es que se nota en ellos una cólera contenida, como si quisieran preguntarte ¿por qué a ellos también el sistema no los incluyo y les dio una oportunidad?
El afroamericano es parte constitutiva de la historia de los Estados Unidos. Ellos lucharon en la Guerra Civil de hace unos 160 años. De los 180 mil que participaron, murieron no menos de 40,000. En la primera guerra mundial fueron parte del ejército y en la segunda guerra mundial fueron también parte del ejército norteamericano en las luchas frontales contra el nazismo hitleriano como también en la guerra de Vietnam defendiendo intereses más discutibles, con el pretexto de la lucha contra el comunismo. Por eso los afroamericanos, viven en forma tan dolorosa lo que está aconteciendo hoy en día y gritan su furia y cólera a lo largo y ancho de ese país. Sobre todo en las ciudades del sur, como Richmond en Virginia y en los estados que eran centro de la política que quería perennizar la esclavitud, les molesta y ofende que haya estatuas de los generales confederados, nombres de muchas calles e instituciones educativas. Que el general Robert E. Lee, jefe de los ejércitos confederados es parte de la historia nadie lo niega. Es parte de la historia, pero que en muchas partes hayan estatuas de Lee, para conmemorar un hecho histórico, es todavía algo aceptable, pero que estas estatuas sean espacios para congregarse y rendirle culto a alguien de quien se sabe, como lo afirman muchos historiadores, no solo defendió a capa y espada la esclavitud sino que era muy cruel con sus esclavos es algo intolerable para los afroamericanos. Eso sí los afroamericanos no se lo tragan. Para ellos estos son rezagos y emblemas de un racismo que todavía sobrevive.
El hecho que el presidente en las actuales circunstancias, se haya puesto del lado del bando de aquellos que defienden la perennización del estatus quo, pudiendo mantenerse a una distancia prudente o neutra por lo menos, ha contribuido a que se gane nuevos enemigos. En las marchas y acontecimientos ligados a derrumbamiento de estatuas de líderes confederados o de connotados esclavistas, se notó mucha presencia de blancos. Trump se ha ganado múltiples y nuevas enemistades y ese voto cargado de emotividad difícilmente cambiará de aquí al 3 de noviembre. Esperemos que así sea.
Su baja en las encuestas, en un margen considerable que le será muy difícil de remontar para igualar a su rival y dar pelea en los cortos 100 días de campaña que quedan va a ser muy dificil. No por el margen de diferencia que hay, pues una campaña bien llevada se puede subsanar en la recta final, sobre todo si su contendor comete algún error fatal. En este caso, el candidato Biden, prudentemente, ni siquiera campaña está haciendo por el momento. Sin duda bien asesorado, está esperando en la otra orilla que Trump se desmorone solo como consecuencia de su propia impulsividad. Como dice el proverbio chino, para qué luchar con un enemigo así, si puedes esperar tranquilo que el río te arroje el cadáver de tu enemigo de un momento a otro a tu orilla.
El verdadero enemigo de Trump, es su propia personalidad, imperiosa, intransigente e impulsiva que le ha creado una gran cantidad de frentes externos e internos a lo cual se ha mezclado una mezcla increíble de arrogancia y omnipotencia. Esto ha comenzado a inquietar a los republicanos más conservadores que ven que en las elecciones de noviembre perderán la mayoría que tienen en el Senado, pues en la Cámara de Representantes ya no tienen mayoría y difícilmente la recuperarán. Su manejo desastroso de la pandemia ya es difícil de arreglar en un lapso tan corto de tiempo y aunque apareciese la vacuna contra el coronavirus, ya es imposible que su nombre quede asociado a una lucha eficiente contra dicho mal. Por otro lado las brechas que él ha acentuado dividiendo en dos el país, enfrentando a los norteamericanos unos contra otros, ha creado una tensión que tomará todavía años, sino decenios en subsanar, aun en el caso de que sorpresivamente Trump ganase las elecciones. En lo económico, la situación es peor aún, pues por mucho dinero que inyecte Trump en la economía de los Estados Unidos en los próximos meses, eso además de crear un agujero enorme en la caja fiscal, no tendrá repercusiones positivas inmediatas, pues la economía no se recuperará, ni en tres meses, ni en seis, ni en un año. Esta vez los daños reales y colaterales en la economía son demasiado graves y la crisis económica es global.
Más que recuperación todos los economistas serios están de acuerdo, habrá una lenta resurrección, la resurrección de un Lázaro, que lo pensaría dos veces antes de salir de su tumba, para regresar a un mundo que encontraría con una economía destrozada, que tomará años en reponerse y con una humanidad psicoseada y de alguna manera continuará traumatizada todavía por un buen rato. No será que sus amigos, no quieran abrazar al Lázaro resucitado, sino más bien Lázaro va a tener temor de abrazar a sus amigos por miedo al contagio.
La idea de viajar en tren y bus a lo largo de los Estados Unidos, se me vino después de hacer, una visita al viejo y sabio maestro Luis Alberto Sánchez. Fui a verlo acompañado de su hijo de nombre también Luis Alberto. Yo acababa de regresar de un viaje a los Estados Unidos. Antes de irme, el maestro, que había sido el traductor del Ulises de Joyce al español, tuvo la gentileza de obsequiarme un libro denominado Un sudamericano en norteamérica que es un fascinante periplo que él hizo a lo largo y ancho de dicho país, durante casi un año entre 1941-1942, dando conferencias en varias universidades. Y sobre todo enseñando en la Universidad de Columbia en New York. Recuerdo que me dijo al entregarme el libro “Si vuelve por allá, viaje como lo hice yo. No hable mucho. Vea y escuche. No juzgue. Verá que con ese gran país, que es una gran suma de pueblos, hay más cosas que nos unen que las que nos dividen”. No lo volví a ver y cuánto me hubiese gustado compartir, la evaluación de mi primer viaje en tren de costa a costa en ese gigantesco país, con el sabio maestro Sánchez.
Mientras escribía esta larga crónica, me han venido a la memoria, dos brillantes libros que a la luz de los recientes acontecimientos adquieren su real significación. Uno de ellos lo releí y el otro prácticamente lo devoré en mi primer viaje en tren a comienzos de los años 90, en los Estados Unidos. Me refiero a las obras The closing of the American Mind, (El cierre de la mente americana) de Allan Bloom, que había aparecido en 1987 y The disuniting of America (La desunión de los Estados Unidos) de Arthur Schlesinger Jr. Esta última obra lleva por subtítulo Reflexiones sobre una sociedad multicultural. Eso es muy importante pues en mucho al hablar de dicho país, Schlesinger nos dice que lejos de tener una idea de nación, compartida homogéneamente, alberga en realidad varias naciones y nos habla de una sociedad multicultural, formada por diversas etnias y culturas.
Allan Bloom, cuyo libro apareció en 1987, hablando de su experiencia como profesor universitario, analizaba cómo el conformismo se estaba asentando en la mentalidad de sus alumnos, en muchos casos miembros de las élites destinadas a gobernar el país. Veía cómo se perdía la capacidad de pensamiento crítico y cómo la universidad, que debe ser un ágora donde se desarrolla no solo el pensamiento analítico, sino también la imaginación para proyectar nuevas formas y estrategias de hacer avanzar a la humanidad, se estaba convirtiendo en un lugar que más bien imitaba, la angurria de acumular tanto dinero como se pueda apenas se salía de las aulas. El ya vaticinaba el conformismo blando, de lo politically correct. El alumno que salía de las aulas a mediados de los años 80, era un robot preparado para darle continuidad al orden establecido. Por pereza mental los alumnos ya no innovaban y se había perdido, esa llama rebelde de los años 60, que en Estados Unidos y en Europa, exigía innovación en la enseñanza académica. Evidentemente para dicha generación que critica Bloom, cuestionar su propia historia no era algo que tenía propiedad en sus agendas.
Schlesinger con una finísima capacidad de observación, veía que 130 años después de la guerra civil (en 1992), Estados Unidos continuaba siendo una sociedad fragmentada, en la cual cohabitan un sinnúmero de comunidades étnicas. El postulaba que la dinámica social ha llevado a ese país a creer que todos son parte de una sola y misma nación, pero en realidad los lazos de pertenencia, a su propio grupo étnico suelen siendo muy fuertes. Estados Unidos sigue siendo todavía una nación en proceso de serlo y eso es lo que hace invalorable y original la experiencia americana. A lo largo y ancho de esa importante obra él se pregunta en varias formas: ¿En medio de un proyecto común no consolidado, en qué momento apareció la obsesión en los pueblos que conformaban los Estados Unidos de asumir su diferencia, basada en la etnia o el origen, y que comenzó a amenazar la idea de una nacionalidad propiamente americana, que vaya más allá de las diferencias? De tanto invocar el no olvidar las raíces, antes de que se consolide la idea compartida de pertenecer a una nación, se produjo el hecho de que la gente se centre en lo primero. Frente a la incertidumbre la gente se refugia en su etnia, que es lo familiar, que es lo real. La idea de una nación indivisible, a la luz de los más recientes hechos, es una idea que cada vez se les escapa más de las manos a los norteamericanos, es un sueño que cada vez se vuelve más inalcanzable, para los que lo quieran tener.
Estos días hemos visto evaporarse una a una, suposiciones que se consideraba tenían una base sólida. Los mismos norteamericanos han descubierto, casi de un porrazo, que muchas formas de inequidad, de posibilidades de acceso a la propiedad, a una economía y a un trabajo estable, acceso a la justicia, acceso a hacer escuchar su voz en los medios de comunicación y hasta ser protegidos y tratados por igual por la policía no eran tan evidentes como parecían. Todos esos derechos no eran iguales para todos. La sociedad había avanzado. Claro que sí. La economía había mejorado mucho a pesar de tener algunos bolsones de marginalidad y pobreza era evidente. Que el avance tecnológico, estaba haciendo que de más en más las mayorías tengan acceso a la información y al conocimiento, es algo muy cierto. ¿Entonces porqué este malestar de un momento a otro?
Lo paradójico es el hecho que el que no le hubiesen aceptado un billete de 20 dólares falso a George Floyd y eso hubiese sido la causa de su muerte haya llevado, a descubrir que debajo del barniz externo, debajo de una superficie pulida y reluciente, haya muchas fisuras, en una sociedad que tuvo siempre una gran capacidad de innovación y de reinventarse a sí misma. El que se hayan mantenido tanto tiempo, problemas no resueltos y que se haya vivido y avanzado como si estos ya lo hubiesen estado, e incluso a pesar de estos, es también una de las grandes paradojas de la vida americana. No dudamos que un país excepcional, como los Estados Unidos, al final saldrá adelante, pero por el momento vemos que la clase política de ninguno de los dos partidos parece capaz de proponer salidas que todos compartan y que aparezca un líder inspirador que pueda definitivamente unir a esta gran nación.
Definitivamente Trump no es ese líder, y nada indica que Biden, aunque salga elegido en noviembre sea el que lleve a ese país a una verdadera conciliación.
Por primera vez, a seis años de los 250 años de su independencia, los Estados Unidos se encuentran en una encrucijada existencial y esta vez sí, tendrán que repensar y procesar su problemático pasado, que es la mejor manera de enfrentar un futuro incierto a partir de una base sólida.
Todo lo que presagiaban Allan Bloom y Arthur Schlesinger es más actual que nunca. Parece que sin quererlo, hubiesen escrito el libreto de una película que se iba a rodar casi 30 años después.
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Estados Unidos: entre un pasado problemático y un futuro incierto

Estados Unidos: entre un pasado problemático y un futuro incierto
Las celebraciones por el día de la Independencia, este 4 de julio del 2020, no han sido nada felices para los norteamericanos. Con cifras que se acercan a los más de 110,000 fallecidos y más de 1 millón 900 mil infectados, la atmósfera no es la más propicia. Era imposible que lo sean, pues al margen de la pandemia que ya dura 4 meses, hay un ambiente de tensión, de conflicto y violencia por los problemas raciales y excesos de la policía, que ha durado en forma continua más tres semanas y que de diversas formas continúa todavía.
Los problemas raciales en realidad nunca estuvieron ausentes, pero que esta vez a causa de las violencias policiacas con sus consecuentes víctimas de afroamericanos, que tampoco nunca dejaron de haber, adquirieron una dimensión con consecuencias políticas inesperadas. Los norteamericanos de alguna manera se resignaron a vivir con este problema no resuelto, como alguien que no se acuerda que detrás de esa cicatriz, hubo alguna vez una herida.
A eso hay que agregarle la crisis económica, debido al paro laboral, que en muchos sectores continúa todavía, pues la recuperación será lenta y difícil y es muy arduo que todos los millones de norteamericanos que han perdido sus puestos de trabajo los vuelvan a recuperar. La situación de inestabilidad social y económica tiene para rato y en lo que se denomina “la nueva normalidad” difícilmente las cosas volverán a ser como antes y la recuperación del empleo que ya comenzaba a notarse hasta febrero, antes que se declarase la pandemia, dificultosamente se volverá a producir, ni tanto ni en la forma como se esperaba y definitivamente no en proporción a lo que se quisiese.
Para colmo los Estados Unidos se encuentran ad portas, a menos de 4 meses de una de las elecciones más cruciales en las últimas décadas. Con un presidente errático, cuya estrategia para combatir la pandemia ha sido poco exitosa, con una política exterior que hace agua en todos sus flancos, agudizando las tensiones con sus enemigos tradicionales, la China, Rusia e Irán sobre todo. Peor aun creándose enemistades con sus aliados de la Unión Europea sobre diversos temas ligados sobre todo al comercio y la defensa, pero también a la falta de consenso sobre el cambio climático. En algo que si ha habido consenso es en el apuro de encontrar una vacuna para la actual pandemia entre laboratorios norteamericanos y europeos, pero eso es algo demasiado puntual, aunque urgente, dentro de un mar de divergencias.
Lo que incluso ha ocurrido, y que es algo que otros años hubiese parecido impensable, es la decisión de la Unión Europea de negarle provisoriamente, la visa de entrada a los turistas norteamericanos, pues el desastroso manejo de la pandemia en los Estados Unidos hace temer que turistas norteamericanos que puedan tener contagio, invadan Europa como lo suelen hacer cada año los meses de julio y agosto todos los años.
Es increíble que el país que era durante décadas, el más envidiado por sus logros y nivel de vida, el que tenía la cantidad de turistas más codiciados por cualquier país, ahora esté prácticamente en una condición de paria. Los grotescos problemas raciales ocurridos en los Estados Unidos en las últimas semanas, sumados al crecimiento exorbitante de los contagios y muertes, han modificado para muchos que veían a los Estados Unidos con buenos ojos, la imagen de ese país. Las primeras encuestas que comienzan a aparecer nos dan una percepción inédita y hasta desconcertante. En un país como Francia, que fue socorrida en las dos guerras mundiales por los Estados Unidos y que desde la Guerra de Independencia norteamericana en 1776 y la Revolución Francesa de 1789 tiene lazos muy fuertes con dicho país, la imagen se ha deteriorado en casi 50 %.
Uno de cada dos franceses ahora observa dicho país con desconfianza. El caso es aún peor en Italia. Hoy en día solo 6% de los italianos considera que el gran país del norte es un país aliado. Italia fue uno de los países desde el cual llegaron la mayor cantidad de inmigrantes desde fines del siglo XIX y hasta entrado el siglo XX. La impronta de la inmigración italiana se observa y se siente mucho en las grandes ciudades sobre todo del Este de los Estados Unidos. En Nueva York por todos lados, pero también en Boston o en Filadelfia. Hay gente, zonas y barrios con inmigrantes de muchos países, pero los italianos se caracterizan por el hecho de que quizás son aquellos inmigrantes que mejor se asimilaron a lo que inicialmente ofrecía el sueño americano. ¿Qué cosa de grave ha podido pasar, para que hoy solo 6% de los italianos que viven en Italia confíen en los Estados Unidos? La respuesta a la causa de esto tiene un nombre y un apellido: Donald Trump.
Detrás del manejo desastroso de la pandemia y el exacerbamiento de la tensión racial que hay, está este exitoso hombre de negocios, que sin tener una trayectoria política anterior (sin haber sido congresista o senador o gobernador de un estado), llegó en una forma desconcertante a ser presidente de los Estados Unidos. Hombre instintivo e impulsivo, hábil negociador, pero también inescrupuloso manipulador, poseedor o poseído por un ego a prueba de balas, se ha caracterizado por una forma autoritaria de ejercer el poder, desde que llegó a él, por no querer confiar o considerar amigos sino a aquellos que aceptan la imposición de su voluntad.
La voluntad política, en el caso de Trump, es cualquier cosa que se le ocurra imponer de una forma heterodoxa, o sea a su manera. Puede ser incluso, el sacar un conejo bajo la manga como fue el acercamiento inicial con Corea del Norte o el acercamiento a los antiamericanos países musulmanes, a través de una aproximación política y comercial con los ricos países musulmanes del Golfo. Hasta allí llegaban o llegan las iniciativas desconcertantes pero válidas al fin y al cabo. En el caso de la guerra comercial con China, Trump acertó en muchas cosas y comenzó a consolidar su popularidad. A diferencia de los políticos tradicionales muy aferrados a la parsimonia diplomática y sus sofisticados y burocráticos rituales Trump optó por el enfrentamiento abierto con China, ganando parte de la batalla, lo cual parecía impensable. Logró equilibrar en mucho, por su habilidad de negociador el increíble balance de la política comercial que estaba en forma exorbitante a favor de China. Las negociaciones han tenido altibajos, pero todo indica que Trump por el momento salió airoso de ese enfrentamiento. A regañadientes los chinos aceptaron muchas de las exigencias de Trump. Varias veces estuvieron ambos países a punto de patear el tablero. El presidente de los Estados Unidos, hábilmente hacia coincidir sus avances en la negociación con China, para que esta también le diera réditos políticos en su agenda interna, sacándole provecho a esta negociación de tal manera que le sirviese para su reelección.
Pero los temas que han generado esa desconfianza hacia los Estados Unidos, no hacia el pueblo americano, no son tanto las marchas y contramarchas de Trump en su política exterior, que cada país lleva de alguna manera diferente, de acuerdo a sus intereses específicos, sino a la percepción que él tiene de la política interna en su propio país. Visto desde fuera y desde adentro, esta política encarnada por Trump, se caracteriza por el denial (el rechazo, el acantonarse a negar la evidencia), el rechazo a aceptar que hay cosas negativas que no se pueden hacer o defender y para probar las cuales, las evidencias son más que suficientes y tienen un peso contundente.
Primero fue el rechazo por parte de Trump, a lo que la comunidad internacional había ya logrado con los Estados Unidos en relación al cambio climático y en la firma de tratados promovidos por Naciones Unidas para disminuir el efecto invernadero. Sobre este tema la comunidad internacional, se resignó a aceptar que después de todo, un país, aún como los Estados Unidos que es uno de los primeros en producir emisión de gases que producen el efecto invernadero, tenía la libertad soberana de firmar los tratados sobre el tema o no, o renunciar a ellos.
Trump y la pandemia
Pero el denial más grande y que está generando el cambio de percepción que se tiene de dicho país es el denial de Trump, desde el inicio y de alguna manera hasta ahora, de la forma de tomar medidas preventivas contra la pandemia. El estaba más centrado en buscar culpables del origen de ésta, lo que en otras palabras significaba politizar el tema, acusando a China, refiriéndose al coronavirus muchas veces como “el virus chino”. Haciendo eso, más que apoyando el asesoramiento de los científicos sobre el manejo técnico del tratamiento debido y retardando el impulso de medidas para que el contagio no se propague. Hasta en las decisiones más banales para evitar el contagio como lo son el uso de mascarillas y el evitar el distanciamiento social, Trump ha tenido una actitud reticente y no colaborativa. Felizmente nunca dijo que no era necesario lavarse las manos. El resultado es la situación actual que se ha vuelto de alguna manera incontrolable. Recién hace unos días, después de los recientes rebrotes exorbitantes en Florida, Texas, Arizona y también California, el vicepresidente Pence y el General Surgeon (equivalente al ministro de Salud) han decidido pedirles a los norteamericanos que usen mascarillas y tomen en cuenta el distanciamiento social. El mismo Trump, hasta ahora rechaza usarla.
En su convocatoria el 3 de julio, a una ceremonia al pie del impresionante Monte Rushmore donde están talladas las gigantescas efigies de los rostros de Washington, Jefferson, Lincoln y Theodor Roosevelt, se veía que la mayoría de los asistentes no usaba mascarillas, ni ejecutaban el distanciamiento social pertinente, siguiendo el mal ejemplo del presidente. En vez de aprovechar en esa convocatoria, que era una gran oportunidad para hablar sobre la gravedad de la situación sanitaria, aunque eso hubiese sido opacar una ocasión celebratoria como esa, el presidente habló como siempre de lo mismo, auto felicitándose que todo iba bien, que la economía se estaba recuperando, denunciando a todos aquellos que se oponen a que los negocios abran, que la maquinaria económica no puede parar y que había un complot de una pandilla de izquierdistas y radicales que no quieren que las cosas mejoren, para sacar provecho de las contradicciones y montando mítines y marchas que crean contextos ideales para el saqueo y la violencia.
Un discurso divisionista, que en vez de suscitar, más bien obstaculizó los resortes de solidaridad, que en el fondo de sí tienen los norteamericanos. Discurso un poco autista, ajeno a la realidad, sin ningún sentido de las urgencias que aquejan en este momento a ese gran país. Un discurso buscando enemigos por doquier y teñido por la obsesión de volver a ganar las elecciones el próximo 3 de noviembre, metiendo más leña al fuego. Invocando a cada momento, temas que dividen a los norteamericanos, en días en que más que nunca la invocación a la unidad era requerida. Lo mismo ocurrió en las palabras que dirigió al día siguiente, el 4 de julio en Washington. Diferente escenario, palabras disímiles pero la misma, grotescamente ingenua y recurrente obsesión: nosotros somos los buenos y en el otro lado están los malvados que solo buscan hacer el mal a los Estados Unidos, desaprovechando así, otra vez, la invocación a la unidad que los norteamericanos republicanos y demócratas, blancos y negros, piden en este complicado momento de su historia a gritos: un líder que los ayude a curar antiguas heridas, que personifique un liderazgo constructivo en momentos de total incertidumbre, como lo fueron Lincoln y Roosevelt, los cuales después de circunstancias tan adversas como lo fueron la guerra civil para el uno y los remanentes de la depresión del 29 para el otro, con liderazgo y convicción generaron consensos y sacaron el país adelante.
Esa fórmula del ataque a rajatabla, no tocando los temas de una urgencia evidente, le pasó la factura al presidente Woodrow Wilson, al querer tapar el sol con un dedo al pretender decir que la gripe española de 1918 no tenía la gravedad que tenía, cuando la gente se estaba muriendo por millares y también lo mismo le ocurrió al presidente Hoover, al querer aminorar los estragos que estaba creando el desempleo, como producto de la crisis de 1929. Negar la evidencia y no sopesar la gravedad de los hechos y la urgencia de solucionarlos, por lo menos nombrándola, poniéndolos en el tapete e invocando consensos, en una actitud evasiva y para colmo enfrentándose a la prensa, lo cual nunca ha sido favorable electoralmente en los Estados Unidos. Creer que repitiendo día a día que su no reelección llevará al poder a radicales izquierdistas, repitiendo hasta el cansancio que sus rivales “lo único que quieren es destruir a los Estados Unidos”, es un error político fatal. Propiciando el miedo y el divisionismo en las actuales circunstancias, con un lenguaje trasnochado propio de la guerra fría de los años 50 ó 60, es simplemente garantizarse una derrota electoral.
Es increíble que un hombre por otro lado tan sagaz como Trump, esté pisando el palito, por su arrogancia de no escuchar a sus asesores, que evidentemente los tiene y que son muy buenos. Por temor de perder la preferencia de estar en el entorno del presidente Trump, muchos líderes del partido republicano no se lo dicen directamente al presidente, pero ya comienzan a entrar en trompo, están al borde del desmayo y hasta la desesperación, por la forma como el presidente está manejando la campaña. Tal como van las cosas no solamente parece que perderán la presidencia, sino el control de la cámara de Representantes y del Senado.
Nunca como ahora el pueblo de los Estados Unidos busca un líder que les proponga soluciones y consensos y no acentúe las brechas entre ellos, de quien puedan recibir una ayuda para sus problemas reales, en suma alguien en quien puedan confiar, en un mundo que definitivamente a causa de la pandemia ya no será como el de antes. Para los norteamericanos ya no será el escenario de un American dream como lo quisiesen, pero sueñan con un mundo que por lo menos quisieran que deje de ser una pesadilla, donde pandemia incontrolada y violencia racial no impidan una cotidianeidad tranquila, en la que uno pueda ir a trabajar y los niños al colegio sin mayores peligros y sobresaltos.
En el Independence Day, el 4 de julio, la idea es justamente celebrar esa unidad que tuvieron los Padres Fundadores, cada uno de ellos, con una talla excepcional para el liderazgo, con diferencia de puntos de vista sobre muchas cosas como las que existían entre Jefferson y Madison, pero que lograron la unidad para decidir no seguir bajo el yugo británico. Es el día para rememorar esa unidad que hubo entre los Estados del Norte durante la Guerra Civil, que buscaban la unión frente a los secesionistas del sur, los confederados, que llevaron al país a una sangrienta guerra que al final perdieron.
Esa gran oportunidad de invocar a la unidad, frente un enemigo común e invisible como lo es el coronavirus, que ya enluta a más de 110 mil hogares en los Estados Unidos, ya para siempre la perdió Trump, este último 4 de julio.
En los hechos reales y con las debidas prudencias, algunos negocios han comenzado a abrir y algunas industrias a funcionar. La poca prudencia en los bares y otros locales, donde no se ha respetado el distanciamiento o usado las mascarillas, ha hecho que los contagios nuevamente se produzcan y vuelvan a cerrar. Es evidente que siguiendo el mal ejemplo del presidente y su intransigencia en el denial (la negación de la evidencia y la peligrosidad del contagio) al no tomar medidas de precaución, el contagio es muy difícil de evitar. Hay nuevos brotes por doquier y aún en los lugares donde se suponía las cosas estaban ya controladas, las infecciones resurgen.
Sobre este tema de la pandemia, el presidente Trump, ya no es percibido como parte de la solución, sino como parte del problema y es inevitable que la historia sea muy severa con él, cuando se evalúen las consecuencias de su inicial denial, sus marchas y contramarchas, su rechazo a un asesoramiento técnico riguroso y prudente, que hubiesen podido ahorrar sin duda decenas de miles de muertes inútiles. Además, politizando las cosas al máximo, ajeno a consensuar con los gobernadores para lograr tener una política común para enfrentar o por lo menos neutralizar la pandemia en sus aspectos más letales. En suma, Trump manejando con una improvisación digna del tercer mundo, a un país como los Estados Unidos, con la capacidad económica y el suficiente número de gente excepcionalmente capaz, para que algo tan grave no sea regulado en forma tan improvisada, ha hecho que el país termine entrando a un túnel sin salida, generando las predicciones más nefastas sobre el tema.
Trump y la segregación racial
Como si el problema de la pandemia fuera poco, sucesivos actos de violencia policiaca, dirigidos a la población afroamericana y con consecuencias letales, han puesto en el tapete el tema de la segregación en sus diferentes formas, muchas veces sutiles y casi invisibles a través de las cuales la segregación sigue existiendo en los Estados Unidos. Decimos, que más que racismo varios tipos de segregación, como aquella que hace que sea necesaria la aprobación de los vecinos de un edificio para que un afroamericano alquile un departamento en un edificio o una casa en un condominio. El prejuicio que existe, es que si un afroamericano se muda allí, bajará el standing de la vecindad, que vendrá con una gran cantidad de hijos, que habrá muchos visitantes o familiares que vendrán a cada rato y habrá fiestas bulliciosas los fines de semana. Este es un prejuicio que en realidad, los norteamericanos del mainstream (el norteamericano promedio) están dirigiendo más a los latinoamericanos que los afroamericanos, pero sería tapar el sol con un dedo negar que sigue existiendo hacia ellos. Más que racismo desembozado, hay una segregación sutil.
Donde sí el prejuicio racial toma tintes racistas y con consecuencias como lo hemos visto últimamente que son fatales, es en la actitud de la policía hacía el afroamericano. El prejuicio que el afroamericano, sea el culpable de algo, el potencial agresor o autor de cualquier otro crimen es algo que no se puede negar. Que la administración de justicia envíe a la cárcel a un afroamericano con más facilidad y con penas más severas que a un ciudadano blanco es también imposible de negar como tampoco los prejuicios en la administración de justicia sin los cuales, la desproporción de afroamericanos en las prisiones norteamericanas no sería tan grande en relación a los blancos u otros grupos étnicos. El acceso a la justicia en todos sus niveles, es frustrante para los afroamericanos. Su condición económica, no les permite defenderse debidamente en un juicio. No pueden pagar un buen abogado y deben limitarse a tener un abogado de oficio. No tienen a veces dinero para pagar la fianza por haber cometido un crimen menor y por lo mismo van a prisión. Para colmo, el afroamericano de a pie, tiene a veces que sufrir la segregación de sus propios hermanos de raza. Muchas de las muertes de delincuentes afroamericanos por excesos policiacos han sido realizados también por policías afroamericanos. Eso es muy doloroso de asumir por la comunidad afroamericana y hace el sentimiento de segregación más doloroso y frustrante aún. Una de las más penosas situaciones en los últimos días, cuando vemos los reportes periodísticos es cuando escuchamos en estos enfrentamientos y marchas de las últimas semanas, a un manifestante negro, que tiene a un policía negro frente a él y le grita a boca de jarro o le muestra una pancarta que dice “You kill your own brothers”, “Tu matas a tus propios hermanos”. Nada más doloroso para el policía negro que escuchar eso. Lamentablemente el universo de prejuicios en el cual se produce la formación de los policías, y el mismo ejercicio de la actividad policial, hace que haya una atmósfera tóxica, en la cual el grupo se inventa su tipología de eventuales sospechosos a los cuales hay que reprimir con mayor severidad. Es inevitable que quienes son minoría dentro de una institución terminen imitando lo que hace la mayoría. Por lo mismo el policía negro termina asumiendo muchos prejuicios de los policías blancos. En suma, a veces se vuelve más papista que el Papa como solemos decir los latinos.
Cuando los latinos observamos esas conflictivas relaciones entre blancos norteamericanos y afroamericanos, no tomamos parte de un lado ni el otro y usualmente navegamos con facilidad entre ambos bandos. La tradición católica en la cual la mayor parte de los latinos hemos crecido, ha jugado un rol positivo en la tolerancia racial. Nuestras segregaciones suelen ser más por diferencias de formación educativa o por estatus económico que por el color de la piel.
Testimonio personal
He podido ver estos últimos 50 años cómo evolucionan las relaciones del norteamericano promedio con los afroamericanos. Desde los años 60 en que pasé un semestre en el colegio en los Estados Unidos en Chicago y en sucesivos viajes con estadías cortas y largas en diferentes ciudades como New York y Filadelfia e invitaciones académicas tanto en Arizona como en California, me han permitido ver que las cosas han cambiado mucho, pero no tanto como se quisiese. Mucho polvo simplemente ha sido barrido bajo la alfombra. He visto cómo los latinos se han ido apropiando, de muchos espacios que los afroamericanos, habían ganado con lentas y dolorosas luchas, logrando una aceptación gradual de sus derechos civiles, por lo menos a nivel de la ley escrita. Los afroamericanos se sienten percibidos en su propia sociedad y en su propio país, que son los Estados Unidos y que es el único que tienen, a través de muchos prejuicios, pues el casi prefijo que significa la partícula “afro”, puede indicar un origen étnico lejano, pero no significa hoy en día una pertenencia precisa. Los afroamericanos son norteamericanos y punto.
Lo que me hizo comprender mucho la situación del afroamericano en los Estados Unidos, fuera de las estadías diversas que tuve, fueron cinco largos viajes ida y vuelta en los Estados Unidos de costa a costa, en los últimos 30 años. Viajando tres veces en tren en esos viajes que toman tres días y medio en un sentido y la misma cantidad en el otro, una vez por las rutas del ferrocarril de Amtrak por el norte, otra por el centro y otra por el sur. Esos largos trayectos en esos gigantescos trenes donde hay diversas salas y restaurantes e incluso zonas para observar el paisaje la ocasión de interrelacionarse es única. Es un lugar donde hay momentos que es inevitable entablar una conversación, pues uno está largas horas en una especie de prisión rodante. En el curso de esos viajes pude ya intuir que muchas heridas seguían abiertas. Después de una desconfianza inicial, la gente se soltaba y se volvía comunicativa y el diálogo a veces adquiría características de confesión. Es interesante para un psicólogo como yo, ver el tipo de relación que uno entabla con un compañero de viaje, sobre todo si uno es extranjero.
Uno ve ese encuentro fugaz, como algo pasajero e inofensivo. Hay poco que ocultar a esa persona que después de todo, quizás uno no vuelva a ver en la vida. Es como tener como testigo a alguien mientras me digo algo a mí mismo sobre mí mismo. Cuando los compañeros de viaje, lo son para gran parte del largo trayecto que dura tres días y medio podíamos compartir también momentos muy agradables en las majestuosas salas de espera para la conexión de tren como la de Chicago, Filadelfia y otras.
Sobre todo en estos viajes, escuchar a familias de afroamericanos de clase media contarme su percepción de todo tipo de cosas y sobre todo de las relaciones inter raciales en los Estados Unidos, era aprender algo que no hubiese aprendido en ninguna universidad, ni en Yale, ni en Harvard. Me parecía a veces estar organizando o ser parte de un focus group itinerante.
También al viajar dos veces de costa a costa en los buses de Greyhound, en las largas horas de espera en las estaciones de bus en las cuales había que hacer la conexión de bus para continuar la ruta, siempre me sorprendía la gran cantidad de afroamericanos que pasaban la noche allí. Por una razón muy simple: no tenían casa. No tenían a dónde ir. Muchos por su personalidad eran personas marginales, que hacía tiempo habían roto con su familia, otros que eran incapaces de pagarse un alojamiento por no tener una estabilidad laboral, otros que habían tenido estadías en prisión. Al inicio me hacían recordar a los clochards parisinos, que duermen bajo los puentes, pues no pueden quedarse a dormir en las estaciones de tren, ni tampoco estar en las salas de espera de las estaciones de tren de París, pues la policía los evacúa. Ellos son personajes que son parte del paisaje de la ciudad, con sus largas barbas y a veces una botella de vino en la mano, uno los encuentra siempre, muchas veces solos, solemnes y enigmáticos. Muchas veces son marginales por vocación pues bien podrían por edad, tener algún tipo de subsidio por parte del estado o conseguir alguna habitación de favor.
Su contraparte norteamericana, es el afroamericano pobre que pulula, en las estaciones de bus, allí dentro donde puede evadir el frío de la calle. Si estás fuera de la estación te piden un cigarro, si estás dentro, alguna moneda para comprar un café. No siempre era posible entablar conversación con ellos. Había, recuerdo, mucha impulsividad en los gestos de ellos, en su voz y en su lenguaje. A veces estaban allí pues no tenían dinero para tomar el bus e ir y pasar la noche en algún shelter (albergue) que acoge a la gente sin techo, para que se puedan bañar y pasen la noche, pero los vuelve a soltar a la calle a la mañana siguiente. Muchos ya viven en las estaciones de tren y tienen su espacio definido. Esos afroamericanos son parte de lo que sería la última rueda del coche. Es el pueblo invisible y marginal en medio de la sociedad de la opulencia. La pobreza es más dura cuando cohabitas con la riqueza. Una vez uno de ellos me decía que los mismos porteros, de cualquier lugar, al verlos pasar los miraban con desprecio. A diferencia de los clochards parisinos, con quienes puedes hablar de diversos temas, con estos huéspedes de la noche, de las estaciones de bus norteamericanas, apenas puedes intercambiar algunas frases. Muchas veces son individuos que abandonaron el colegio muy temprano y en muchos casos se ve, en su andar titubeante o sus manos temblorosas, los estragos causados por alguna adicción a drogas duras, el crack sobre todo. Desde mi primer viaje en bus de costa a costa hacia 1995 y el segundo en el 2015, con un intervalo de 20 años, noté que la “clientela” de la noche no había cambiado. Eran sin duda otros, pero las mismas apariencias, algunos habían agregado un par de audífonos a su atuendo, para matar las largas horas sentado en las estaciones de bus. La misma derrota en los rostros y la conciencia vaga de ser, los sujetos prescindibles de la sociedad de consumo. Lo que sí es evidente también, es que se nota en ellos una cólera contenida, como si quisieran preguntarte ¿por qué a ellos también el sistema no los incluyo y les dio una oportunidad?
El afroamericano es parte constitutiva de la historia de los Estados Unidos. Ellos lucharon en la Guerra Civil de hace unos 160 años. De los 180 mil que participaron, murieron no menos de 40,000. En la primera guerra mundial fueron parte del ejército y en la segunda guerra mundial fueron también parte del ejército norteamericano en las luchas frontales contra el nazismo hitleriano como también en la guerra de Vietnam defendiendo intereses más discutibles, con el pretexto de la lucha contra el comunismo. Por eso los afroamericanos, viven en forma tan dolorosa lo que está aconteciendo hoy en día y gritan su furia y cólera a lo largo y ancho de ese país. Sobre todo en las ciudades del sur, como Richmond en Virginia y en los estados que eran centro de la política que quería perennizar la esclavitud, les molesta y ofende que haya estatuas de los generales confederados, nombres de muchas calles e instituciones educativas. Que el general Robert E. Lee, jefe de los ejércitos confederados es parte de la historia nadie lo niega. Es parte de la historia, pero que en muchas partes hayan estatuas de Lee, para conmemorar un hecho histórico, es todavía algo aceptable, pero que estas estatuas sean espacios para congregarse y rendirle culto a alguien de quien se sabe, como lo afirman muchos historiadores, no solo defendió a capa y espada la esclavitud sino que era muy cruel con sus esclavos es algo intolerable para los afroamericanos. Eso sí los afroamericanos no se lo tragan. Para ellos estos son rezagos y emblemas de un racismo que todavía sobrevive.
El hecho que el presidente en las actuales circunstancias, se haya puesto del lado del bando de aquellos que defienden la perennización del estatus quo, pudiendo mantenerse a una distancia prudente o neutra por lo menos, ha contribuido a que se gane nuevos enemigos. En las marchas y acontecimientos ligados a derrumbamiento de estatuas de líderes confederados o de connotados esclavistas, se notó mucha presencia de blancos. Trump se ha ganado múltiples y nuevas enemistades y ese voto cargado de emotividad difícilmente cambiará de aquí al 3 de noviembre. Esperemos que así sea.
Su baja en las encuestas, en un margen considerable que le será muy difícil de remontar para igualar a su rival y dar pelea en los cortos 100 días de campaña que quedan va a ser muy dificil. No por el margen de diferencia que hay, pues una campaña bien llevada se puede subsanar en la recta final, sobre todo si su contendor comete algún error fatal. En este caso, el candidato Biden, prudentemente, ni siquiera campaña está haciendo por el momento. Sin duda bien asesorado, está esperando en la otra orilla que Trump se desmorone solo como consecuencia de su propia impulsividad. Como dice el proverbio chino, para qué luchar con un enemigo así, si puedes esperar tranquilo que el río te arroje el cadáver de tu enemigo de un momento a otro a tu orilla.
El verdadero enemigo de Trump, es su propia personalidad, imperiosa, intransigente e impulsiva que le ha creado una gran cantidad de frentes externos e internos a lo cual se ha mezclado una mezcla increíble de arrogancia y omnipotencia. Esto ha comenzado a inquietar a los republicanos más conservadores que ven que en las elecciones de noviembre perderán la mayoría que tienen en el Senado, pues en la Cámara de Representantes ya no tienen mayoría y difícilmente la recuperarán. Su manejo desastroso de la pandemia ya es difícil de arreglar en un lapso tan corto de tiempo y aunque apareciese la vacuna contra el coronavirus, ya es imposible que su nombre quede asociado a una lucha eficiente contra dicho mal. Por otro lado las brechas que él ha acentuado dividiendo en dos el país, enfrentando a los norteamericanos unos contra otros, ha creado una tensión que tomará todavía años, sino decenios en subsanar, aun en el caso de que sorpresivamente Trump ganase las elecciones. En lo económico, la situación es peor aún, pues por mucho dinero que inyecte Trump en la economía de los Estados Unidos en los próximos meses, eso además de crear un agujero enorme en la caja fiscal, no tendrá repercusiones positivas inmediatas, pues la economía no se recuperará, ni en tres meses, ni en seis, ni en un año. Esta vez los daños reales y colaterales en la economía son demasiado graves y la crisis económica es global.
Más que recuperación todos los economistas serios están de acuerdo, habrá una lenta resurrección, la resurrección de un Lázaro, que lo pensaría dos veces antes de salir de su tumba, para regresar a un mundo que encontraría con una economía destrozada, que tomará años en reponerse y con una humanidad psicoseada y de alguna manera continuará traumatizada todavía por un buen rato. No será que sus amigos, no quieran abrazar al Lázaro resucitado, sino más bien Lázaro va a tener temor de abrazar a sus amigos por miedo al contagio.
La idea de viajar en tren y bus a lo largo de los Estados Unidos, se me vino después de hacer, una visita al viejo y sabio maestro Luis Alberto Sánchez. Fui a verlo acompañado de su hijo de nombre también Luis Alberto. Yo acababa de regresar de un viaje a los Estados Unidos. Antes de irme, el maestro, que había sido el traductor del Ulises de Joyce al español, tuvo la gentileza de obsequiarme un libro denominado Un sudamericano en norteamérica que es un fascinante periplo que él hizo a lo largo y ancho de dicho país, durante casi un año entre 1941-1942, dando conferencias en varias universidades. Y sobre todo enseñando en la Universidad de Columbia en New York. Recuerdo que me dijo al entregarme el libro “Si vuelve por allá, viaje como lo hice yo. No hable mucho. Vea y escuche. No juzgue. Verá que con ese gran país, que es una gran suma de pueblos, hay más cosas que nos unen que las que nos dividen”. No lo volví a ver y cuánto me hubiese gustado compartir, la evaluación de mi primer viaje en tren de costa a costa en ese gigantesco país, con el sabio maestro Sánchez.
Mientras escribía esta larga crónica, me han venido a la memoria, dos brillantes libros que a la luz de los recientes acontecimientos adquieren su real significación. Uno de ellos lo releí y el otro prácticamente lo devoré en mi primer viaje en tren a comienzos de los años 90, en los Estados Unidos. Me refiero a las obras The closing of the American Mind, (El cierre de la mente americana) de Allan Bloom, que había aparecido en 1987 y The disuniting of America (La desunión de los Estados Unidos) de Arthur Schlesinger Jr. Esta última obra lleva por subtítulo Reflexiones sobre una sociedad multicultural. Eso es muy importante pues en mucho al hablar de dicho país, Schlesinger nos dice que lejos de tener una idea de nación, compartida homogéneamente, alberga en realidad varias naciones y nos habla de una sociedad multicultural, formada por diversas etnias y culturas.
Allan Bloom, cuyo libro apareció en 1987, hablando de su experiencia como profesor universitario, analizaba cómo el conformismo se estaba asentando en la mentalidad de sus alumnos, en muchos casos miembros de las élites destinadas a gobernar el país. Veía cómo se perdía la capacidad de pensamiento crítico y cómo la universidad, que debe ser un ágora donde se desarrolla no solo el pensamiento analítico, sino también la imaginación para proyectar nuevas formas y estrategias de hacer avanzar a la humanidad, se estaba convirtiendo en un lugar que más bien imitaba, la angurria de acumular tanto dinero como se pueda apenas se salía de las aulas. El ya vaticinaba el conformismo blando, de lo politically correct. El alumno que salía de las aulas a mediados de los años 80, era un robot preparado para darle continuidad al orden establecido. Por pereza mental los alumnos ya no innovaban y se había perdido, esa llama rebelde de los años 60, que en Estados Unidos y en Europa, exigía innovación en la enseñanza académica. Evidentemente para dicha generación que critica Bloom, cuestionar su propia historia no era algo que tenía propiedad en sus agendas.
Schlesinger con una finísima capacidad de observación, veía que 130 años después de la guerra civil (en 1992), Estados Unidos continuaba siendo una sociedad fragmentada, en la cual cohabitan un sinnúmero de comunidades étnicas. El postulaba que la dinámica social ha llevado a ese país a creer que todos son parte de una sola y misma nación, pero en realidad los lazos de pertenencia, a su propio grupo étnico suelen siendo muy fuertes. Estados Unidos sigue siendo todavía una nación en proceso de serlo y eso es lo que hace invalorable y original la experiencia americana. A lo largo y ancho de esa importante obra él se pregunta en varias formas: ¿En medio de un proyecto común no consolidado, en qué momento apareció la obsesión en los pueblos que conformaban los Estados Unidos de asumir su diferencia, basada en la etnia o el origen, y que comenzó a amenazar la idea de una nacionalidad propiamente americana, que vaya más allá de las diferencias? De tanto invocar el no olvidar las raíces, antes de que se consolide la idea compartida de pertenecer a una nación, se produjo el hecho de que la gente se centre en lo primero. Frente a la incertidumbre la gente se refugia en su etnia, que es lo familiar, que es lo real. La idea de una nación indivisible, a la luz de los más recientes hechos, es una idea que cada vez se les escapa más de las manos a los norteamericanos, es un sueño que cada vez se vuelve más inalcanzable, para los que lo quieran tener.
Estos días hemos visto evaporarse una a una, suposiciones que se consideraba tenían una base sólida. Los mismos norteamericanos han descubierto, casi de un porrazo, que muchas formas de inequidad, de posibilidades de acceso a la propiedad, a una economía y a un trabajo estable, acceso a la justicia, acceso a hacer escuchar su voz en los medios de comunicación y hasta ser protegidos y tratados por igual por la policía no eran tan evidentes como parecían. Todos esos derechos no eran iguales para todos. La sociedad había avanzado. Claro que sí. La economía había mejorado mucho a pesar de tener algunos bolsones de marginalidad y pobreza era evidente. Que el avance tecnológico, estaba haciendo que de más en más las mayorías tengan acceso a la información y al conocimiento, es algo muy cierto. ¿Entonces porqué este malestar de un momento a otro?
Lo paradójico es el hecho que el que no le hubiesen aceptado un billete de 20 dólares falso a George Floyd y eso hubiese sido la causa de su muerte haya llevado, a descubrir que debajo del barniz externo, debajo de una superficie pulida y reluciente, haya muchas fisuras, en una sociedad que tuvo siempre una gran capacidad de innovación y de reinventarse a sí misma. El que se hayan mantenido tanto tiempo, problemas no resueltos y que se haya vivido y avanzado como si estos ya lo hubiesen estado, e incluso a pesar de estos, es también una de las grandes paradojas de la vida americana. No dudamos que un país excepcional, como los Estados Unidos, al final saldrá adelante, pero por el momento vemos que la clase política de ninguno de los dos partidos parece capaz de proponer salidas que todos compartan y que aparezca un líder inspirador que pueda definitivamente unir a esta gran nación.
Definitivamente Trump no es ese líder, y nada indica que Biden, aunque salga elegido en noviembre sea el que lleve a ese país a una verdadera conciliación.
Por primera vez, a seis años de los 250 años de su independencia, los Estados Unidos se encuentran en una encrucijada existencial y esta vez sí, tendrán que repensar y procesar su problemático pasado, que es la mejor manera de enfrentar un futuro incierto a partir de una base sólida.
Todo lo que presagiaban Allan Bloom y Arthur Schlesinger es más actual que nunca. Parece que sin quererlo, hubiesen escrito el libreto de una película que se iba a rodar casi 30 años después.