Educación y democracia
En este país como en muchos otros, nos gusta el engaño, nos encanta la simulación, nos agrada la irrealidad. Somos productos del engaño que generamos simulación y distribuimos irrealidad.
Así, nos pasamos la vida engañando, vivimos la cotidianidad simulando, caminamos predicando la irrealidad, y envejecemos desgañitándonos por prevalecer el volumen de todas nuestras apariencias, sin tener la menor idea de que no somos sino, la hechura de una mediana instrucción y el resultado de una democracia que no la hemos entendido en su verdadero significado, porque la escuela no nos lo enseñó. Sin embargo, creemos que somos educados y juramos que somos demócratas, porque así nos lo hicieron creer.
De modo que, sólo por fe somos educados y únicamente por creencia somos demócratas. Pues, desde el hogar nos inculcaron la fe para asistir a la escuela adocenadora. Y, así entramos a la misma escuela a la cual nuestros padres se matricularon buscando el saber, pero egresaron únicamente instruidos en la repetición mecánica. Consecuentemente, casi todos creemos que somos educados porque sabemos leer, escribir, navegar en la red, estar en Facebook, tener un móvil, correr en nuestro auto con radio a todo volumen y cerrar con un “okey” nuestra conversación.
Y, de igual modo, creemos que somos demócratas porque cada cinco años, obligados por la ley, acudimos a las urnas para elegir a un nuevo gobernante. Decidimos nuestros votos guiándonos por las encuestas y elegimos sin tener una idea clara del país que queremos. “¡Qué educados y demócratas que somos!”.
Si nuestras escuelas impartieran la exactitud del saber y la amplitud del conocimiento antes que la mediana instrucción y la inculcación de la fe, y si nuestros profesores supieran distinguir que educar es muy distinto de instruir, hoy seríamos ciudadanos sapientes, admirablemente memoriosos, envidiablemente dignos, rebosantes de autoestima, conocedores de nuestra historia, protagonistas en las decisiones del país, constructores de nuestro propio destino y defensores del planeta que nos alberga.
En síntesis, seríamos realmente civilizados y auténticamente demócratas, tanto por la rigurosa e inherente relación que existe entre la educación y la democracia, y cuanto por la consustancialidad de ellas de no estar jamás separadas una (educación) respecto de la otra (democracia).
Pero, en un país donde el espacio de la educación ha sido usurpado por una mediana instrucción, es difícil que aparezcan lúcidos ciudadanos ejercitando sus derechos democráticos, y es muy raro que surjan educados compatriotas pontificando sobre las ventajas de ese sistema. Puesto que la, democracia no es obra de los instruidos, ni la inspiración de los iletrados, tampoco brota del quejido de los tumultuarios. Pues, no.
La democracia es el marco general de igualdad de libertad para todos. Es la libertad para el cotidiano ejercicio de un ser educado que cumple sus deberes y ejerce sus derechos. Es el sistema que permite el libre desarrollo de los ciudadanos, la libre realización de hombres y mujeres, el libre progreso de todos aquellos que viven bajo sus normas. Pero, en ningún caso, la democracia es generadora de la mendicidad social, ni originadora de la caridad colectiva, tampoco perpetuadora de la dádiva generalizada. No es su naturaleza la asistencia sin límite, ni el socorro sin fin, menos el auxilio perenne.
En suma, la democracia no es promotora de la pobreza mental ni material, tampoco es su fin eternizar la distribución de la limosna estatal. Por esas razones, la democracia es el único sistema compatible con la esencia de la dignidad humana. He allí, su verdadero valor que sólo puede ser entendido y apreciado a la luz de la educación.
Desde luego, quienes no entienden la verdadera esencia del sistema, no sean sino seudodemócratas, deformadores de la democracia, embusteros u oclócratas, ya sea por nesciencia, conveniencia u oligofrenia. Ya que, como es sabido, la democracia es el poder del pueblo. Pero, para que esa facultad sea ejercida con acierto y éxito, requiere del imprescindible cumplimiento de un requisito que viene ser el demosaber, que significa el pueblo (demo) con sapiencia, la ciudadanía con saber, la comunidad con ilustración.
Precisamente por eso, la democracia es rigurosamente consustancial con la educación. Con esa educación que enseña a mantener su naturaleza, que impulsa a proteger su originalidad, que evita la deformación de su autenticidad y que vigila para que el filibusterismo de la oclocracia y la autocracia no terminen por deformar su esencia.
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Educación y democracia
En este país como en muchos otros, nos gusta el engaño, nos encanta la simulación, nos agrada la irrealidad. Somos productos del engaño que generamos simulación y distribuimos irrealidad.
Así, nos pasamos la vida engañando, vivimos la cotidianidad simulando, caminamos predicando la irrealidad, y envejecemos desgañitándonos por prevalecer el volumen de todas nuestras apariencias, sin tener la menor idea de que no somos sino, la hechura de una mediana instrucción y el resultado de una democracia que no la hemos entendido en su verdadero significado, porque la escuela no nos lo enseñó. Sin embargo, creemos que somos educados y juramos que somos demócratas, porque así nos lo hicieron creer.
De modo que, sólo por fe somos educados y únicamente por creencia somos demócratas. Pues, desde el hogar nos inculcaron la fe para asistir a la escuela adocenadora. Y, así entramos a la misma escuela a la cual nuestros padres se matricularon buscando el saber, pero egresaron únicamente instruidos en la repetición mecánica. Consecuentemente, casi todos creemos que somos educados porque sabemos leer, escribir, navegar en la red, estar en Facebook, tener un móvil, correr en nuestro auto con radio a todo volumen y cerrar con un “okey” nuestra conversación.
Y, de igual modo, creemos que somos demócratas porque cada cinco años, obligados por la ley, acudimos a las urnas para elegir a un nuevo gobernante. Decidimos nuestros votos guiándonos por las encuestas y elegimos sin tener una idea clara del país que queremos. “¡Qué educados y demócratas que somos!”.
Si nuestras escuelas impartieran la exactitud del saber y la amplitud del conocimiento antes que la mediana instrucción y la inculcación de la fe, y si nuestros profesores supieran distinguir que educar es muy distinto de instruir, hoy seríamos ciudadanos sapientes, admirablemente memoriosos, envidiablemente dignos, rebosantes de autoestima, conocedores de nuestra historia, protagonistas en las decisiones del país, constructores de nuestro propio destino y defensores del planeta que nos alberga.
En síntesis, seríamos realmente civilizados y auténticamente demócratas, tanto por la rigurosa e inherente relación que existe entre la educación y la democracia, y cuanto por la consustancialidad de ellas de no estar jamás separadas una (educación) respecto de la otra (democracia).
Pero, en un país donde el espacio de la educación ha sido usurpado por una mediana instrucción, es difícil que aparezcan lúcidos ciudadanos ejercitando sus derechos democráticos, y es muy raro que surjan educados compatriotas pontificando sobre las ventajas de ese sistema. Puesto que la, democracia no es obra de los instruidos, ni la inspiración de los iletrados, tampoco brota del quejido de los tumultuarios. Pues, no.
La democracia es el marco general de igualdad de libertad para todos. Es la libertad para el cotidiano ejercicio de un ser educado que cumple sus deberes y ejerce sus derechos. Es el sistema que permite el libre desarrollo de los ciudadanos, la libre realización de hombres y mujeres, el libre progreso de todos aquellos que viven bajo sus normas. Pero, en ningún caso, la democracia es generadora de la mendicidad social, ni originadora de la caridad colectiva, tampoco perpetuadora de la dádiva generalizada. No es su naturaleza la asistencia sin límite, ni el socorro sin fin, menos el auxilio perenne.
En suma, la democracia no es promotora de la pobreza mental ni material, tampoco es su fin eternizar la distribución de la limosna estatal. Por esas razones, la democracia es el único sistema compatible con la esencia de la dignidad humana. He allí, su verdadero valor que sólo puede ser entendido y apreciado a la luz de la educación.
Desde luego, quienes no entienden la verdadera esencia del sistema, no sean sino seudodemócratas, deformadores de la democracia, embusteros u oclócratas, ya sea por nesciencia, conveniencia u oligofrenia. Ya que, como es sabido, la democracia es el poder del pueblo. Pero, para que esa facultad sea ejercida con acierto y éxito, requiere del imprescindible cumplimiento de un requisito que viene ser el demosaber, que significa el pueblo (demo) con sapiencia, la ciudadanía con saber, la comunidad con ilustración.
Precisamente por eso, la democracia es rigurosamente consustancial con la educación. Con esa educación que enseña a mantener su naturaleza, que impulsa a proteger su originalidad, que evita la deformación de su autenticidad y que vigila para que el filibusterismo de la oclocracia y la autocracia no terminen por deformar su esencia.