Política

Djilas me alejó del comunismo

simberk025875@gmail.com
Djilas me alejó del comunismo
Djilas me alejó del comunismo
7 de julio del 2022

Djilas me alejó del comunismo

Era junio de 1981, Belaunde Terry estaba por cumplir el primer año de gobierno de su segundo mandato, y yo era un joven de 21 años cuando el libro La nueva clase del yugoslavo Milovan Djilas llegó a mis manos.

Empecé a leerlo cual fiel creyente con la conciencia intranquila que ojea a solas una pervertida publicación anticristiana. Recorrí por todas sus páginas: azorado, temblando, trepidando, suspirando de cuando en cuando, casi agitado, y con un nudo en la garganta. Me sentía un infame traidor de mí mismo, pensando que me estaba contaminando la mente leyendo una publicación que resultaba ser contraria a mis pensamientos por ser la antítesis de las ideas que desde mi adolescencia asilaba en mi universo.

Cuando terminé de leerlo, suspiré desde lo más profundo. No sabía si creer o no, lo que sostenía el libro. Las palabras: opresión, explotación, represión y oligarquía que abundaban en el análisis del sistema socialista, me dejaron casi atónito. Pues, como muchos jóvenes de mi generación, yo creía que los opresores, explotadores, represores y oligarcas eran propios del sistema capitalista pero no de la sociedad socialista. Y, precisamente por eso, quienes pensábamos cambiar un mundo de injusticia por uno de equidad o de igualdad, no sólo soñábamos con el socialismo, sino además, queríamos hacerlo realidad, puesto que ese sistema de igualdad y sin clases sociales, era nuestro ideal.

De modo que, ese anhelo que latía en lo más profundo de mi ser por ayudar a construir una sociedad justa y sin clases, hizo que me resistiera a aceptar lo que acababa de leer en La nueva clase. Rápidamente pensé que ese libro era una magistral obra de la burguesía para desacreditar al sistema socialista. Sospeché que era una perversa publicación destinada para engañar a los incautos. Por tanto, no dudé en decidir que debía de ser rebatido cada uno de sus argumentos. Y, con esa ilusa idea que estimulaba mi vehemencia y me agitaba el coraje, me puse a releerlo. Muy seguro de descubrir las falacias, con la convicción de detectar los paralogismos y confiado en encontrar las contradicciones, volví a recorrer por todas sus páginas.

Al final, me di cuenta que era imposible rebatir o contradecir todo lo que estaba escrito. La solidez de los argumentos, la contundencia de las explicaciones y la secuencia lógica construida para un conocimiento a priori, resultaban demasiadas para no ser cierto todo lo que estaba expuesto en La nueva clase.

En un último intento por rechazar lo que había leído, repasé varias veces el breve texto de la solapa del libro, y el autor empezó a crecer. Una vez más ojeé el prólogo, su imagen se agigantó. Entonces, descubrí que Milovan Djilas, había sido uno de esos pocos y extraordinarios seres humanos que pudiendo gozar de la comodidad que le ofrecía el poder socialista, había preferido apartarse. Se había dado cuenta de que ese nuevo sistema que había creado una nueva clase de pudientes y privilegiados, no era el mundo por el cual había luchado tanto. Pues, de joven, por ser organizador comunista y creer en una sociedad sin explotadores ni explotados, había sido torturado y encarcelado durante tres años, por el mismísimo gobierno monárquico de Yugoslavia. Luego, desde un simple militante comunista, no sólo había escalado hasta llegar al más alto de los peldaños de la escala jerárquica comunista, sino además, desde su condición de dirigente revolucionario, había ayudado a construir e instaurar la llamada sociedad socialista.
En el momento en que, exponiendo hasta su propia vida, decidió alejarse del partido comunista y del núcleo del poder del gobierno socialista, había sido vicepresidente de Yugoslavia, vocero principal del gobierno, y próximo sucesor del presidente Josip Broz Tito.

De manera que, luego de leer y releer este libro y quedar convencido de la admirable honestidad del autor, lo que hice fue expresarle mi gratitud al hombre que había hecho posible para que yo lo leyera. El era un traductor políglota autodidacta. Por esos años, yo trabajaba asistiéndole en sus labores de traducción. Un día, al notar mis inclinaciones socialistas, me había dicho que leyera The new class, pero como yo no sabía inglés, no había podido hacerlo. Entonces, algunos meses más tarde, en uno de sus viajes a Europa, trajo una edición española publicada en 1958, y me la obsequió. “Espero que después de leer este libro, queden desvendados tus ojos y dejes de tener ideas comunistas”, me dijo. Así, tuve la suerte de leer La nueva clase.

Cuando lo conocí, ese hombre ya era bastante mayor. Era culto y elocuente. Leía en inglés, alemán, francés, italiano y griego. Además, era irónico y de pulcro castellano. Por mi actitud disconforme y cuestionadora, me llamaba tovarisch, palabra rusa que significa camarada. Hablaba y traducía cinco idiomas. Su nombre era Alberto Castro Sánchez. Tenía una pequeña librería llamada Alca S.A. ubicada en el segundo piso de la Av. Nicolás de Piérola 981. Más tarde, en Jr. Ocoña, abrió dos de las primeras casas de cambio de moneda extranjera llamadas La pirámide y Castro money exchange.

Por este traductor, viajero y hombre de negocios leí La nueva clase y supe lo que en el fondo ocultaba la llamada sociedad socialista basada en el marxismo.

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7 de julio del 2022

Djilas me alejó del comunismo

Era junio de 1981, Belaunde Terry estaba por cumplir el primer año de gobierno de su segundo mandato, y yo era un joven de 21 años cuando el libro La nueva clase del yugoslavo Milovan Djilas llegó a mis manos.

Empecé a leerlo cual fiel creyente con la conciencia intranquila que ojea a solas una pervertida publicación anticristiana. Recorrí por todas sus páginas: azorado, temblando, trepidando, suspirando de cuando en cuando, casi agitado, y con un nudo en la garganta. Me sentía un infame traidor de mí mismo, pensando que me estaba contaminando la mente leyendo una publicación que resultaba ser contraria a mis pensamientos por ser la antítesis de las ideas que desde mi adolescencia asilaba en mi universo.

Cuando terminé de leerlo, suspiré desde lo más profundo. No sabía si creer o no, lo que sostenía el libro. Las palabras: opresión, explotación, represión y oligarquía que abundaban en el análisis del sistema socialista, me dejaron casi atónito. Pues, como muchos jóvenes de mi generación, yo creía que los opresores, explotadores, represores y oligarcas eran propios del sistema capitalista pero no de la sociedad socialista. Y, precisamente por eso, quienes pensábamos cambiar un mundo de injusticia por uno de equidad o de igualdad, no sólo soñábamos con el socialismo, sino además, queríamos hacerlo realidad, puesto que ese sistema de igualdad y sin clases sociales, era nuestro ideal.

De modo que, ese anhelo que latía en lo más profundo de mi ser por ayudar a construir una sociedad justa y sin clases, hizo que me resistiera a aceptar lo que acababa de leer en La nueva clase. Rápidamente pensé que ese libro era una magistral obra de la burguesía para desacreditar al sistema socialista. Sospeché que era una perversa publicación destinada para engañar a los incautos. Por tanto, no dudé en decidir que debía de ser rebatido cada uno de sus argumentos. Y, con esa ilusa idea que estimulaba mi vehemencia y me agitaba el coraje, me puse a releerlo. Muy seguro de descubrir las falacias, con la convicción de detectar los paralogismos y confiado en encontrar las contradicciones, volví a recorrer por todas sus páginas.

Al final, me di cuenta que era imposible rebatir o contradecir todo lo que estaba escrito. La solidez de los argumentos, la contundencia de las explicaciones y la secuencia lógica construida para un conocimiento a priori, resultaban demasiadas para no ser cierto todo lo que estaba expuesto en La nueva clase.

En un último intento por rechazar lo que había leído, repasé varias veces el breve texto de la solapa del libro, y el autor empezó a crecer. Una vez más ojeé el prólogo, su imagen se agigantó. Entonces, descubrí que Milovan Djilas, había sido uno de esos pocos y extraordinarios seres humanos que pudiendo gozar de la comodidad que le ofrecía el poder socialista, había preferido apartarse. Se había dado cuenta de que ese nuevo sistema que había creado una nueva clase de pudientes y privilegiados, no era el mundo por el cual había luchado tanto. Pues, de joven, por ser organizador comunista y creer en una sociedad sin explotadores ni explotados, había sido torturado y encarcelado durante tres años, por el mismísimo gobierno monárquico de Yugoslavia. Luego, desde un simple militante comunista, no sólo había escalado hasta llegar al más alto de los peldaños de la escala jerárquica comunista, sino además, desde su condición de dirigente revolucionario, había ayudado a construir e instaurar la llamada sociedad socialista.
En el momento en que, exponiendo hasta su propia vida, decidió alejarse del partido comunista y del núcleo del poder del gobierno socialista, había sido vicepresidente de Yugoslavia, vocero principal del gobierno, y próximo sucesor del presidente Josip Broz Tito.

De manera que, luego de leer y releer este libro y quedar convencido de la admirable honestidad del autor, lo que hice fue expresarle mi gratitud al hombre que había hecho posible para que yo lo leyera. El era un traductor políglota autodidacta. Por esos años, yo trabajaba asistiéndole en sus labores de traducción. Un día, al notar mis inclinaciones socialistas, me había dicho que leyera The new class, pero como yo no sabía inglés, no había podido hacerlo. Entonces, algunos meses más tarde, en uno de sus viajes a Europa, trajo una edición española publicada en 1958, y me la obsequió. “Espero que después de leer este libro, queden desvendados tus ojos y dejes de tener ideas comunistas”, me dijo. Así, tuve la suerte de leer La nueva clase.

Cuando lo conocí, ese hombre ya era bastante mayor. Era culto y elocuente. Leía en inglés, alemán, francés, italiano y griego. Además, era irónico y de pulcro castellano. Por mi actitud disconforme y cuestionadora, me llamaba tovarisch, palabra rusa que significa camarada. Hablaba y traducía cinco idiomas. Su nombre era Alberto Castro Sánchez. Tenía una pequeña librería llamada Alca S.A. ubicada en el segundo piso de la Av. Nicolás de Piérola 981. Más tarde, en Jr. Ocoña, abrió dos de las primeras casas de cambio de moneda extranjera llamadas La pirámide y Castro money exchange.

Por este traductor, viajero y hombre de negocios leí La nueva clase y supe lo que en el fondo ocultaba la llamada sociedad socialista basada en el marxismo.

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