
¿Cucufatería impedirá más contagios de covid19?
En Perú el fanatismo incurre en excesos de todo tipo y calibre. Hasta los más irracionales. En Europa se extreman medidas para evitar aglomeraciones, se decretan cuarentenas porque la propagación del covid19 habría entrado en una imparable tercera ola. Y aquí un grupo de ciudadanos afirma que no debe limitarse la libertad religiosa y eso, entre otras cosas, significa la asistencia a las iglesias y celebración de liturgias.
Si una vía –letal- de propagación del covid19 es el conjunto de personas reunidas en grupos numerosos ¿qué razón realista puede solicitar lo contrario, es decir que la gente asista a los templos y parroquias de las diferentes confesiones religiosas?
¿Es una limitación al ejercicio de fe o es una medida imprescindible de salud pública en estado de emergencia y con 50 mil muertos desde hace un año?
Nadie discute la adhesión de fe o su manojo de creencias. Perú es un Estado laico y hay un grupo mayoritario de católicos. Sabida es, también aunque se la niegue por cuestiones de “decoro”, la proverbial indisciplina ciudadana que usa mascarillas mal, a medio rostro o ¡simplemente! no las lleva.
Estas consideraciones inevitables en cualquier exégesis debieran llamar a reflexión a quienes no hesitan en usar políticamente las circunstancias de una campaña electoral gris, plena en mediocridades y que también tiene a un fanático ultramontano, lenguaraz que dice cualquier cosa.
He visto cómo, por el solo enunciado que Rafael López Aliaga “protege” a la familia –de la cual carece- o que está contra el aborto, desequilibrados hacen forward en las redes sociales y adhieren acríticamente a su candidatura. No importa que aquél hiciera su fortuna por medios muy discutibles y con favores polémicos; que considere a la Virgen María como ser terrenal y que castigue sus confesos deseos con un cilicio. Tampoco que haya sido denunciado por vicios vulgares y palurdos y que no sea más que un matoncito de quinta pero “con su billete”. La pobreza ideológica de los peruanos aterra y más que eso consterna.
El fanatismo religioso o cucufato sólo produce momentos fallidos en cualquier historia societal. Un ejemplo interesante: en mayo de 1923, los estudiantes –liderados por Víctor Raúl Haya de la Torre y los obreros, preludio del Frente Unico de Trabajadores Manuales e Intelectuales, salieron a protestar contra la maniobra leguiísta de consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús ¡precisamente! en nombre del libre pensamiento. Haya fue apresado y partió a un largo exilio, las bajas fueron 2 y empezó un capítulo creador en la historia del Perú. Hoy, entre los más “entusiastas” e ignaros adherentes de la candidatura hay no pocos apristas –o que se llaman como tales- y que muestran total indiferencia a la crónica de su propio grupo político.
Contrabandear la cucufatería con la campaña electoral, una postura conservadora y reaccionaria es un asunto que revive fuerte en estos días. No se trata de asuntos de fe, el acápite eleccionario trata sobre cómo manejar los destinos del gobierno del Perú. Y pretender mezclar una cosa con otra sólo produce el tradicional arroz con mango.
Tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es mojiganga, decía Manuel González Prada.
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¿Cucufatería impedirá más contagios de covid19?
En Perú el fanatismo incurre en excesos de todo tipo y calibre. Hasta los más irracionales. En Europa se extreman medidas para evitar aglomeraciones, se decretan cuarentenas porque la propagación del covid19 habría entrado en una imparable tercera ola. Y aquí un grupo de ciudadanos afirma que no debe limitarse la libertad religiosa y eso, entre otras cosas, significa la asistencia a las iglesias y celebración de liturgias.
Si una vía –letal- de propagación del covid19 es el conjunto de personas reunidas en grupos numerosos ¿qué razón realista puede solicitar lo contrario, es decir que la gente asista a los templos y parroquias de las diferentes confesiones religiosas?
¿Es una limitación al ejercicio de fe o es una medida imprescindible de salud pública en estado de emergencia y con 50 mil muertos desde hace un año?
Nadie discute la adhesión de fe o su manojo de creencias. Perú es un Estado laico y hay un grupo mayoritario de católicos. Sabida es, también aunque se la niegue por cuestiones de “decoro”, la proverbial indisciplina ciudadana que usa mascarillas mal, a medio rostro o ¡simplemente! no las lleva.
Estas consideraciones inevitables en cualquier exégesis debieran llamar a reflexión a quienes no hesitan en usar políticamente las circunstancias de una campaña electoral gris, plena en mediocridades y que también tiene a un fanático ultramontano, lenguaraz que dice cualquier cosa.
He visto cómo, por el solo enunciado que Rafael López Aliaga “protege” a la familia –de la cual carece- o que está contra el aborto, desequilibrados hacen forward en las redes sociales y adhieren acríticamente a su candidatura. No importa que aquél hiciera su fortuna por medios muy discutibles y con favores polémicos; que considere a la Virgen María como ser terrenal y que castigue sus confesos deseos con un cilicio. Tampoco que haya sido denunciado por vicios vulgares y palurdos y que no sea más que un matoncito de quinta pero “con su billete”. La pobreza ideológica de los peruanos aterra y más que eso consterna.
El fanatismo religioso o cucufato sólo produce momentos fallidos en cualquier historia societal. Un ejemplo interesante: en mayo de 1923, los estudiantes –liderados por Víctor Raúl Haya de la Torre y los obreros, preludio del Frente Unico de Trabajadores Manuales e Intelectuales, salieron a protestar contra la maniobra leguiísta de consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús ¡precisamente! en nombre del libre pensamiento. Haya fue apresado y partió a un largo exilio, las bajas fueron 2 y empezó un capítulo creador en la historia del Perú. Hoy, entre los más “entusiastas” e ignaros adherentes de la candidatura hay no pocos apristas –o que se llaman como tales- y que muestran total indiferencia a la crónica de su propio grupo político.
Contrabandear la cucufatería con la campaña electoral, una postura conservadora y reaccionaria es un asunto que revive fuerte en estos días. No se trata de asuntos de fe, el acápite eleccionario trata sobre cómo manejar los destinos del gobierno del Perú. Y pretender mezclar una cosa con otra sólo produce el tradicional arroz con mango.
Tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es mojiganga, decía Manuel González Prada.