
Alan García y Notre Dame
El lunes 15 de abril veíamos horrorizados cómo el fuego consumía el techo de Notre Dame y cómo caía la aguja que se levantaba sobre el mismo. Dos días después otro acontecimiento ha traumatizado, esta vez al Perú, y ha sido el suicidio del dos veces presidente del Perú Alan García Pérez. La catedral durante ocho siglos ha sido testigo del devenir histórico de Francia y ha sido no solo el símbolo de la fe católica y del arte gótico. Quizás por eso el gran poeta Rimbaud llamó a Francia “Hija mayor de la iglesia.” Por otro lado, Alan García en los últimos 40 años ha estado presente en el centro mismo de la vida política peruana y el impacto mismo de su muerte hará que lo siga siendo por muchos años más. Si hago la asociación entre Alan y Notre Dame es porque cuando Alan regreso al Perú a asumir el increíble destino político al que parecía estar destinado, su regreso fue desde París y cuando tuvo que pasar casi una decena de años de destierro que lo llevó a reflexionar y a cuestionar todo lo que hizo en su primer gobierno, después de una estadía en Bogotá, es en París donde se volvió a establecer.
La catedral de Notre Dame está en el centro de París, es el corazón mismo de la ciudad. En esa urbe muchos de nuestros expresidentes en algún momento pasaron parte de sus vidas, como lo fueron Fernando Belaunde, Juan Velasco, Ollanta Humala y Alan García. El expresidente Manuel Prado incluso murió allí. La esposa del expresidente Toledo, Eliane Karp, nació en París y recuerdo que en 1981 cuando después de haber perdido las elecciones presidenciales don Armando Villanueva vino a tomarse unas semanas de descanso en París, cuando visitamos la tumba de Napoleón en los Inválidos, el recordaba cuando con su padre mas de 60 años antes hacia 1920, lo había llevado a visitar, siendo el aún un niño, aquel lugar. Muchos de nuestros mas grandes poetas y escritores, comenzando por Vallejo, Vargas Llosa, Bryce como también Manuel Scorza, también se formaron, trabajaron y la ciudad con su magia y atractivo no solo fue el lugar de su producción sino incluso el escenario de muchas de sus obras.
La ciudad de la luces, tuvo siempre un atractivo especial y Alan también cayó bajo su hechizo, por eso en su memoria, voy a recordar algunos precisos episodios de mediados de los años 70, cuando Alan vino a establecerse en París. Aquel joven espigado a quien yo ya había conocido en Lima a fines de los 60, lo volví a ver en dicha ciudad. Yo ya vivía allí desde 1971 y me agradó reencontrarlo. No fue una relación fluida la que tuvimos pero fue siempre muy cordial, durante todo ese tiempo. Cada uno estaba en lo suyo, pero ya se notaba en la personalidad de Alan, en grandes líneas, el desconcertante destino que la vida le deparaba. Teníamos además varios amigos en común y sobre todo nos encontrábamos con el profesor Francois Bourricaud, el célebre sociólogo, titular de dicha cátedra en la Universidad de París. A Bourricaud yo lo había conocido en Lima antes de partir a París. Su libro “Poder y Sociedad en el Perú contemporáneo” nos había deslumbrado a ambos y cuando llegué a París, tuvo la gentileza de invitarme como oyente a sus clases.
La tres evocaciones que haré de Alan en esos años tienen que ver con Notre Dame, pues las tres fueron visitas a la catedral con la presencia de él. Una la hicimos a solas cuando recién lo volví a encontrar, la otra con el profesor Bourricaud en una visita matinal que después fue rematada con una vista al Louvre por insistencia de Alan y la otra con Armando Rojas, un dilecto amigo de ambos, con quien fuimos a la catedral después de visitar el Pantheon.
La primera visita a solas con él, fue un domingo, en ocasión de los conciertos de órgano que solían haber todos los domingos a las 5 de la tarde en Notre Dame. Era impresionante escuchar obras de órgano allí, la sonoridad era algo extraordinario. No era para menos pues ese impresionante órgano tiene 5 teclados y no menos de 8,000 tubos. Fuimos temprano para recorrer la catedral, antes de la copiosa llegada de turistas. A Alan le impresionaban todos los detalles arquitectónicos y escultóricos de Notre Dame y sobre todo el hecho que tan impresionante catedral cuya construcción duró casi 200 años fuese una obra anónima, hecha con las manos de los gremios de la ciudad de París. Le dije a Alan que me habían recomendado dos volúmenes del historiador Emile Male, sobre el arte religioso en Francia en los siglos XII y XIII y que allí podía encontrar una buena explicación sobre toda la simbología que había en esa y otras catedrales góticas. El me dijo también que había un inglés medio loco que había dedicado muchos años a estudiar la catedral de Chartres y sus visitas guiadas eran espectaculares. No llegamos a ir juntos, pero pude constatar el hecho cuando visité Chartres.
El concierto de órgano, impresionó a Alan, pero no lo subyugó. No tenía la música barroca para el órgano una predilección específica para él. Su verdadera vocación era por el canto lírico, la ópera sobre todo y de la ópera sobre todo Puccini y Verdi. Un día le dije que tenía un par de entradas para ver TOSCA de Puccini en la Opera de París y le dije si quería ir. ¿Eso debe costar un dineral? me dijo. No, le dije, indicándole que el día anterior de cada presentación a la 1.30 pm vendían un lote de entradas que no tenían visibilidad total del escenario, pero igual estabas adentro y en esos años las presentaciones en la Opera de París, tenían un nivel de calidad increíble. Se podía escuchar a los mejores cantantes del mundo por un precio que era una miseria. Una amiga a quien invité no podrá venir esta noche. Esta noche yo te invito, le dije a Alan. Y así fue, ese primer desembarque juntos en la ópera. Una decena de veces fuimos juntos a ver operas de Puccini y Verdi. Lo que me sorprendía es que Alan se conocía de memoria el texto de las arias que más le gustaban de ambos compositores. Tosca de Puccini, era la ópera que más le fascinaba, sobre todo por el personaje de Mario Cavaradossi y también Il Trovatore de Verdi. La Boheme de Puccini y también el Otello de Verdi le encantaban. Poco le gustaba la ópera alemana a diferencia de Haya de la Torre. Una vez le di a Alan a leer el texto de la tetralogía de Wagner y le fascinó, sobre todo La Valkiria. “Es hermoso el texto, pero la música no la aguanto” me dijo. Tres veces, las próximas veces, fue el quien fue a hacer la cola para comprar los tickets baratos. La cola podía comenzar horas antes. Una vez yo le di el alcance y al llegar, él estaba conversando apasionadamente con unos señores que hacían también la cola, fascinados por este espigado peruano que conocía de memoria muchas arias y sabía tanto de música. Alan tenía una simpatía natural, enganchaba con cualquier persona de cualquier condición y con ese joven de algo mas de 25 años ya se podía hablar literalmente de cualquier cosa.
Esa misma semana que escuchamos Tosca, hicimos la visita a Notre Dame con el profesor Bourricaud, antes de que fuésemos al Louvre. Cuando comenzamos a recorrer el interior de la catedral en sentido inverso al que habíamos hecho a solas con Alan, nos comenzó a dar explicaciones muy sesudas sobre la simbología de las esculturas, los altos y bajo relieves de Notre Dame. Ocurría que Alan se había leído los dos volúmenes del arte religioso en Francia de Male y con su prodigiosa memoria podía darnos una explicación precisa de los diferentes recovecos que visitábamos como el mejor guía profesional. Luego ya en el Louvre en la gran sala donde están las pinturas de Jacques Louis David, en formato gigante, ocurrió lo mismo que en Notre Dame. Uno de los cuadros era el del Coronamiento de Napoleón, que tuvo lugar justamente en Notre Dame. Alan se sabía muchos detalles precisos de los acontecimientos históricos que estaban reflejados en los gigantescos óleos de la gran sala del Louvre. El profesor Bourricaud, que como todo académico tenía una gran sensibilidad por el arte pictórico francés, por momentos lo escuchaba extasiado y sorprendido y en un momento dijo “Mi querido Alan, Ud conoce mejor el arte francés que muchos de mis colegas de la Sorbonne”.
La otra visita a Notre Dame fue con Armando Rojas, quién había desarrollado una obra editorial en Perú, escrito algunos poemarios y había venido a establecerse en Francia, inicialmente a Estrasburgo. Alan ya lo conocía y le encantaba lo versado que era Armando en literatura, en poesía peruana sobre todo. Armando conocía también muy bien la literatura francesa y era por así decirlo de una cultura exquisita. Durante años dirigió en París la revista Altaforte, que dio a conocer muchas obras poco conocidas de autores peruanos como Moro y Eielson, en limitadas pero espléndidas ediciones. Alan incluso al asumir su primer gobierno en el 85 lo nombró agregado cultural de Perú en París. Solo duro un año en el cargo pues una enfermedad al cerebro se lo llevó rápido. A Alan le dolió mucho esa pérdida. Yo lo iba a ver al hospital casi cada día y pude lograr que Alan se comunicase al teléfono con él dos días antes que Armando muriese.
Para ir al Pantheon, nos dimos cita al lado de la estatua de Dantón, que está a pocos metros del teatro Odeón. A Alan le fascinaba la figura de Dantón y fue quizás el personaje de la revolución francesa que más admiró. Le gustaba incluso la estatua de Dantón señalando la Bastilla. Recuerdo que una vez me dijo que mire la inscripción que decía en la estatua: “Para vencer a los enemigos de la patria, hay que tener audacia, mas audacia y siempre audacia”. Incluso le puso después el nombre de Federico Dantón a su segundo hijo. Dantón fue guillotinado a los 34 años. El era en realidad un hombre moderado que trataba de apaciguar las pugnas sangrientas entre girondinos y jacobinos, que sumieron los años después de la revolución en un caos. Dantón se enemistó con Robespierre y fue guillotinado después. Alan admiraba el coraje y las convicciones de ese hombre, que por casarse con una mujer de fortuna era un burgués acomodado. A Alan le gustaba que nos diésemos cita allí, bajo la sombra de Dantón, tanto para ir a comer al restaurant universitario Mabillon, que quedaba cerca, como algunas veces para ver alguna obra de teatro en el teatro Odeón o escuchar alguna conferencia en el College de France, donde también solíamos encontrarnos con el profesor Bourricaud. Con Armando fuimos luego al Pantheon a visitar las tumbas de Víctor Hugo, Zola, Rousseau y Voltaire entre otros. Como después nos íbamos a Notre Dame nos detuvimos un buen momento delante de la tumba de Víctor Hugo, a quien los franceses le tienen una reverencia ilimitada, y muchas de sus obras son leídas desde el colegio. Los mas instruidos aprecian sobre todo la poesía de Hugo y otros aprecian también el rol que jugó como personalidad pública. Alan y Armando conocían detalles bien específicos de la obra de Víctor Hugo que yo simplemente ignoraba y era un placer escuchar su diálogo, sobre todo hablando de uno de los íconos franceses no siendo franceses. Cuando nos detuvimos ante la tumba de Voltaire Alan nos habló de la correspondencia de Voltaire con muchos personajes de la época de lo mas diversos. Ya camino hacia Notre Dame nos detuvimos a comer algo y Alan prácticamente nos dio una conferencia sobre Voltaire, a quien le tenía menos simpatía que a Rousseau en esa época. Le encantaba la capacidad de ironía de Voltaire, su racionalidad percusiva, su mordacidad a veces cruel. Armando le preguntó a Alan a qué horas dormía. El respondió que simplemente le gustaba la lectura y cada vez que necesitaba un libro se lo pedía prestado al profesor Bourricaud, quien en vez de prestarle un libro, le pasaba los gruesos volúmenes de la Pleiade que tenían mas de mil páginas y que muchas veces tenían en pocos volúmenes la obra completa de un autor, sobre todo los clásicos franceses. Alan no solo leía la obra que quería leer sino que se soplaba todo el volumen. Cuando llegamos a Notre Dame, otra vez, Alan sacó a relucir todo lo que había extraído de la lectura de los dos volúmenes de Emile Male sobre el arte religioso, y la visita fue por lo mismo una experiencia única para mí y Armando. Hablamos también sobre muchos detalles de la célebre novela de Víctor Hugo sobre Notre Dame y Alan acotó el importante impacto que tuvo cuando se publicó en 1831, pues llamó la atención sobre el abandono en que se encontraban las catedrales góticas de Francia y particularmente Notre Dame. Incluso nos dijo que Hugo fue muy criticado por algunos sectores que decían que en vez de haber puesto énfasis en el símbolo espiritual que era Notre Dame para Francia, el poeta nacional hubiese puesto mas énfasis en la sensualidad de Esmeralda, en lo lujurioso del archidiácono Frollo, prendado también de Esmeralda y en el centrar la atención en un personaje conmovedor pero también grotesco como lo era Quasimodo. Para Alan la novela de Hugo era un homenaje a un lugar que el pueblo de París lo sentía como parte de uno mismo, la catedral fue el resultado del trabajo organizado de los gremios y Hugo era atinado de no vehicular en su novela virtudes que eran practicadas por solo una élite. El realismo de Balzac, como el de Hugo y Zola después, insistió en decirnos Alan, tiene el mérito de retratar a los parísinos, tal como son, por eso son los orfebres del realismo y no pretenden sus obras ser sermones literarios.
Ya uno podía darse cuenta en esos años, de como Alan con la soberbia organización mental que tenía, una memoria excepcional, su capacidad de procesar información de cualquier índole y una increíble capacidad de trabajo, era una personalidad que esperaba simplemente el detonador para que su vida tomase el curso que tomó cuando desde París regreso a Perú.
El último episodio que tiene relación con Alan y Notre Dame en París, no es por una visita en sí a la catedral, sino es el recuerdo del día siguiente de la noche que llegó a París, ya como presidente electo. Se notaba el entusiasmo de alguien que regresaba a la ciudad. Recuerdo que llegado al aeropuerto lo fuimos a recibir con Armando Villanueva y algunos amigos. Al día siguiente después de pasar la noche en el Hotel Intercontinental, Alan se mudó a un departamento en la Isla Saint Louis, la pequeña isla adjunta a la isla de la Cité donde está Notre Dame. Almorzamos con Don Armando, Héctor Delgado y dos amigos más. Mientras almorzábamos Alan no veía las horas de volver a caminar por las calles de París. Me pidió si era posible concertar una cita con el profesor Alain Touraine y prevenirle al profesor Bourricaud que su discípulo ya estaba en París. Bajamos del departamento y al llegar al puente que separa la Isla Saint Louis con la isla de la Cité nos separamos. “Tengo que ver a Julio Ramón Ribeiro en un café al lado de Notre Dame” nos dijo.
El se dirigió cruzando el Puente Saint Luis hacía el Muelle de las Flores mientras nosotros nos quedamos en el Muelle de Orleans. Desde esa parte del puente hay una magnifica vista de la parte trasera del techo de Notre Dame que se incendió el lunes pasado. A lo lejos, cruzando el puente vimos desaparecer la silueta de ese hombre que el miércoles 17 se nos fue para siempre.
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Alan García y Notre Dame
El lunes 15 de abril veíamos horrorizados cómo el fuego consumía el techo de Notre Dame y cómo caía la aguja que se levantaba sobre el mismo. Dos días después otro acontecimiento ha traumatizado, esta vez al Perú, y ha sido el suicidio del dos veces presidente del Perú Alan García Pérez. La catedral durante ocho siglos ha sido testigo del devenir histórico de Francia y ha sido no solo el símbolo de la fe católica y del arte gótico. Quizás por eso el gran poeta Rimbaud llamó a Francia “Hija mayor de la iglesia.” Por otro lado, Alan García en los últimos 40 años ha estado presente en el centro mismo de la vida política peruana y el impacto mismo de su muerte hará que lo siga siendo por muchos años más. Si hago la asociación entre Alan y Notre Dame es porque cuando Alan regreso al Perú a asumir el increíble destino político al que parecía estar destinado, su regreso fue desde París y cuando tuvo que pasar casi una decena de años de destierro que lo llevó a reflexionar y a cuestionar todo lo que hizo en su primer gobierno, después de una estadía en Bogotá, es en París donde se volvió a establecer.
La catedral de Notre Dame está en el centro de París, es el corazón mismo de la ciudad. En esa urbe muchos de nuestros expresidentes en algún momento pasaron parte de sus vidas, como lo fueron Fernando Belaunde, Juan Velasco, Ollanta Humala y Alan García. El expresidente Manuel Prado incluso murió allí. La esposa del expresidente Toledo, Eliane Karp, nació en París y recuerdo que en 1981 cuando después de haber perdido las elecciones presidenciales don Armando Villanueva vino a tomarse unas semanas de descanso en París, cuando visitamos la tumba de Napoleón en los Inválidos, el recordaba cuando con su padre mas de 60 años antes hacia 1920, lo había llevado a visitar, siendo el aún un niño, aquel lugar. Muchos de nuestros mas grandes poetas y escritores, comenzando por Vallejo, Vargas Llosa, Bryce como también Manuel Scorza, también se formaron, trabajaron y la ciudad con su magia y atractivo no solo fue el lugar de su producción sino incluso el escenario de muchas de sus obras.
La ciudad de la luces, tuvo siempre un atractivo especial y Alan también cayó bajo su hechizo, por eso en su memoria, voy a recordar algunos precisos episodios de mediados de los años 70, cuando Alan vino a establecerse en París. Aquel joven espigado a quien yo ya había conocido en Lima a fines de los 60, lo volví a ver en dicha ciudad. Yo ya vivía allí desde 1971 y me agradó reencontrarlo. No fue una relación fluida la que tuvimos pero fue siempre muy cordial, durante todo ese tiempo. Cada uno estaba en lo suyo, pero ya se notaba en la personalidad de Alan, en grandes líneas, el desconcertante destino que la vida le deparaba. Teníamos además varios amigos en común y sobre todo nos encontrábamos con el profesor Francois Bourricaud, el célebre sociólogo, titular de dicha cátedra en la Universidad de París. A Bourricaud yo lo había conocido en Lima antes de partir a París. Su libro “Poder y Sociedad en el Perú contemporáneo” nos había deslumbrado a ambos y cuando llegué a París, tuvo la gentileza de invitarme como oyente a sus clases.
La tres evocaciones que haré de Alan en esos años tienen que ver con Notre Dame, pues las tres fueron visitas a la catedral con la presencia de él. Una la hicimos a solas cuando recién lo volví a encontrar, la otra con el profesor Bourricaud en una visita matinal que después fue rematada con una vista al Louvre por insistencia de Alan y la otra con Armando Rojas, un dilecto amigo de ambos, con quien fuimos a la catedral después de visitar el Pantheon.
La primera visita a solas con él, fue un domingo, en ocasión de los conciertos de órgano que solían haber todos los domingos a las 5 de la tarde en Notre Dame. Era impresionante escuchar obras de órgano allí, la sonoridad era algo extraordinario. No era para menos pues ese impresionante órgano tiene 5 teclados y no menos de 8,000 tubos. Fuimos temprano para recorrer la catedral, antes de la copiosa llegada de turistas. A Alan le impresionaban todos los detalles arquitectónicos y escultóricos de Notre Dame y sobre todo el hecho que tan impresionante catedral cuya construcción duró casi 200 años fuese una obra anónima, hecha con las manos de los gremios de la ciudad de París. Le dije a Alan que me habían recomendado dos volúmenes del historiador Emile Male, sobre el arte religioso en Francia en los siglos XII y XIII y que allí podía encontrar una buena explicación sobre toda la simbología que había en esa y otras catedrales góticas. El me dijo también que había un inglés medio loco que había dedicado muchos años a estudiar la catedral de Chartres y sus visitas guiadas eran espectaculares. No llegamos a ir juntos, pero pude constatar el hecho cuando visité Chartres.
El concierto de órgano, impresionó a Alan, pero no lo subyugó. No tenía la música barroca para el órgano una predilección específica para él. Su verdadera vocación era por el canto lírico, la ópera sobre todo y de la ópera sobre todo Puccini y Verdi. Un día le dije que tenía un par de entradas para ver TOSCA de Puccini en la Opera de París y le dije si quería ir. ¿Eso debe costar un dineral? me dijo. No, le dije, indicándole que el día anterior de cada presentación a la 1.30 pm vendían un lote de entradas que no tenían visibilidad total del escenario, pero igual estabas adentro y en esos años las presentaciones en la Opera de París, tenían un nivel de calidad increíble. Se podía escuchar a los mejores cantantes del mundo por un precio que era una miseria. Una amiga a quien invité no podrá venir esta noche. Esta noche yo te invito, le dije a Alan. Y así fue, ese primer desembarque juntos en la ópera. Una decena de veces fuimos juntos a ver operas de Puccini y Verdi. Lo que me sorprendía es que Alan se conocía de memoria el texto de las arias que más le gustaban de ambos compositores. Tosca de Puccini, era la ópera que más le fascinaba, sobre todo por el personaje de Mario Cavaradossi y también Il Trovatore de Verdi. La Boheme de Puccini y también el Otello de Verdi le encantaban. Poco le gustaba la ópera alemana a diferencia de Haya de la Torre. Una vez le di a Alan a leer el texto de la tetralogía de Wagner y le fascinó, sobre todo La Valkiria. “Es hermoso el texto, pero la música no la aguanto” me dijo. Tres veces, las próximas veces, fue el quien fue a hacer la cola para comprar los tickets baratos. La cola podía comenzar horas antes. Una vez yo le di el alcance y al llegar, él estaba conversando apasionadamente con unos señores que hacían también la cola, fascinados por este espigado peruano que conocía de memoria muchas arias y sabía tanto de música. Alan tenía una simpatía natural, enganchaba con cualquier persona de cualquier condición y con ese joven de algo mas de 25 años ya se podía hablar literalmente de cualquier cosa.
Esa misma semana que escuchamos Tosca, hicimos la visita a Notre Dame con el profesor Bourricaud, antes de que fuésemos al Louvre. Cuando comenzamos a recorrer el interior de la catedral en sentido inverso al que habíamos hecho a solas con Alan, nos comenzó a dar explicaciones muy sesudas sobre la simbología de las esculturas, los altos y bajo relieves de Notre Dame. Ocurría que Alan se había leído los dos volúmenes del arte religioso en Francia de Male y con su prodigiosa memoria podía darnos una explicación precisa de los diferentes recovecos que visitábamos como el mejor guía profesional. Luego ya en el Louvre en la gran sala donde están las pinturas de Jacques Louis David, en formato gigante, ocurrió lo mismo que en Notre Dame. Uno de los cuadros era el del Coronamiento de Napoleón, que tuvo lugar justamente en Notre Dame. Alan se sabía muchos detalles precisos de los acontecimientos históricos que estaban reflejados en los gigantescos óleos de la gran sala del Louvre. El profesor Bourricaud, que como todo académico tenía una gran sensibilidad por el arte pictórico francés, por momentos lo escuchaba extasiado y sorprendido y en un momento dijo “Mi querido Alan, Ud conoce mejor el arte francés que muchos de mis colegas de la Sorbonne”.
La otra visita a Notre Dame fue con Armando Rojas, quién había desarrollado una obra editorial en Perú, escrito algunos poemarios y había venido a establecerse en Francia, inicialmente a Estrasburgo. Alan ya lo conocía y le encantaba lo versado que era Armando en literatura, en poesía peruana sobre todo. Armando conocía también muy bien la literatura francesa y era por así decirlo de una cultura exquisita. Durante años dirigió en París la revista Altaforte, que dio a conocer muchas obras poco conocidas de autores peruanos como Moro y Eielson, en limitadas pero espléndidas ediciones. Alan incluso al asumir su primer gobierno en el 85 lo nombró agregado cultural de Perú en París. Solo duro un año en el cargo pues una enfermedad al cerebro se lo llevó rápido. A Alan le dolió mucho esa pérdida. Yo lo iba a ver al hospital casi cada día y pude lograr que Alan se comunicase al teléfono con él dos días antes que Armando muriese.
Para ir al Pantheon, nos dimos cita al lado de la estatua de Dantón, que está a pocos metros del teatro Odeón. A Alan le fascinaba la figura de Dantón y fue quizás el personaje de la revolución francesa que más admiró. Le gustaba incluso la estatua de Dantón señalando la Bastilla. Recuerdo que una vez me dijo que mire la inscripción que decía en la estatua: “Para vencer a los enemigos de la patria, hay que tener audacia, mas audacia y siempre audacia”. Incluso le puso después el nombre de Federico Dantón a su segundo hijo. Dantón fue guillotinado a los 34 años. El era en realidad un hombre moderado que trataba de apaciguar las pugnas sangrientas entre girondinos y jacobinos, que sumieron los años después de la revolución en un caos. Dantón se enemistó con Robespierre y fue guillotinado después. Alan admiraba el coraje y las convicciones de ese hombre, que por casarse con una mujer de fortuna era un burgués acomodado. A Alan le gustaba que nos diésemos cita allí, bajo la sombra de Dantón, tanto para ir a comer al restaurant universitario Mabillon, que quedaba cerca, como algunas veces para ver alguna obra de teatro en el teatro Odeón o escuchar alguna conferencia en el College de France, donde también solíamos encontrarnos con el profesor Bourricaud. Con Armando fuimos luego al Pantheon a visitar las tumbas de Víctor Hugo, Zola, Rousseau y Voltaire entre otros. Como después nos íbamos a Notre Dame nos detuvimos un buen momento delante de la tumba de Víctor Hugo, a quien los franceses le tienen una reverencia ilimitada, y muchas de sus obras son leídas desde el colegio. Los mas instruidos aprecian sobre todo la poesía de Hugo y otros aprecian también el rol que jugó como personalidad pública. Alan y Armando conocían detalles bien específicos de la obra de Víctor Hugo que yo simplemente ignoraba y era un placer escuchar su diálogo, sobre todo hablando de uno de los íconos franceses no siendo franceses. Cuando nos detuvimos ante la tumba de Voltaire Alan nos habló de la correspondencia de Voltaire con muchos personajes de la época de lo mas diversos. Ya camino hacia Notre Dame nos detuvimos a comer algo y Alan prácticamente nos dio una conferencia sobre Voltaire, a quien le tenía menos simpatía que a Rousseau en esa época. Le encantaba la capacidad de ironía de Voltaire, su racionalidad percusiva, su mordacidad a veces cruel. Armando le preguntó a Alan a qué horas dormía. El respondió que simplemente le gustaba la lectura y cada vez que necesitaba un libro se lo pedía prestado al profesor Bourricaud, quien en vez de prestarle un libro, le pasaba los gruesos volúmenes de la Pleiade que tenían mas de mil páginas y que muchas veces tenían en pocos volúmenes la obra completa de un autor, sobre todo los clásicos franceses. Alan no solo leía la obra que quería leer sino que se soplaba todo el volumen. Cuando llegamos a Notre Dame, otra vez, Alan sacó a relucir todo lo que había extraído de la lectura de los dos volúmenes de Emile Male sobre el arte religioso, y la visita fue por lo mismo una experiencia única para mí y Armando. Hablamos también sobre muchos detalles de la célebre novela de Víctor Hugo sobre Notre Dame y Alan acotó el importante impacto que tuvo cuando se publicó en 1831, pues llamó la atención sobre el abandono en que se encontraban las catedrales góticas de Francia y particularmente Notre Dame. Incluso nos dijo que Hugo fue muy criticado por algunos sectores que decían que en vez de haber puesto énfasis en el símbolo espiritual que era Notre Dame para Francia, el poeta nacional hubiese puesto mas énfasis en la sensualidad de Esmeralda, en lo lujurioso del archidiácono Frollo, prendado también de Esmeralda y en el centrar la atención en un personaje conmovedor pero también grotesco como lo era Quasimodo. Para Alan la novela de Hugo era un homenaje a un lugar que el pueblo de París lo sentía como parte de uno mismo, la catedral fue el resultado del trabajo organizado de los gremios y Hugo era atinado de no vehicular en su novela virtudes que eran practicadas por solo una élite. El realismo de Balzac, como el de Hugo y Zola después, insistió en decirnos Alan, tiene el mérito de retratar a los parísinos, tal como son, por eso son los orfebres del realismo y no pretenden sus obras ser sermones literarios.
Ya uno podía darse cuenta en esos años, de como Alan con la soberbia organización mental que tenía, una memoria excepcional, su capacidad de procesar información de cualquier índole y una increíble capacidad de trabajo, era una personalidad que esperaba simplemente el detonador para que su vida tomase el curso que tomó cuando desde París regreso a Perú.
El último episodio que tiene relación con Alan y Notre Dame en París, no es por una visita en sí a la catedral, sino es el recuerdo del día siguiente de la noche que llegó a París, ya como presidente electo. Se notaba el entusiasmo de alguien que regresaba a la ciudad. Recuerdo que llegado al aeropuerto lo fuimos a recibir con Armando Villanueva y algunos amigos. Al día siguiente después de pasar la noche en el Hotel Intercontinental, Alan se mudó a un departamento en la Isla Saint Louis, la pequeña isla adjunta a la isla de la Cité donde está Notre Dame. Almorzamos con Don Armando, Héctor Delgado y dos amigos más. Mientras almorzábamos Alan no veía las horas de volver a caminar por las calles de París. Me pidió si era posible concertar una cita con el profesor Alain Touraine y prevenirle al profesor Bourricaud que su discípulo ya estaba en París. Bajamos del departamento y al llegar al puente que separa la Isla Saint Louis con la isla de la Cité nos separamos. “Tengo que ver a Julio Ramón Ribeiro en un café al lado de Notre Dame” nos dijo.
El se dirigió cruzando el Puente Saint Luis hacía el Muelle de las Flores mientras nosotros nos quedamos en el Muelle de Orleans. Desde esa parte del puente hay una magnifica vista de la parte trasera del techo de Notre Dame que se incendió el lunes pasado. A lo lejos, cruzando el puente vimos desaparecer la silueta de ese hombre que el miércoles 17 se nos fue para siempre.