Política

¡A Haya le decían “Viejo” desde los 36 años!

hcmujica@gmail.com
Screenshot
8 de noviembre del 2025

Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
9-11-2025

¡A Haya le decían “Viejo” desde los 36 años!

Fue Manuel Seoane, en febrero de 1946, quien en el célebre discurso Recado del corazón del pueblo, definió esta fraterna actitud hacia el líder trujillano:

“Todos le decimos “viejo” al referirnos a él, pero viejo porque lo identificamos con esa capacidad de experiencia y de bondad que a él le llegó tempranamente, dándose el lujo de ser “viejo” desde los 40 años, cuando todos los de esa edad aproximada seguimos siendo jóvenes”.

Recuérdese: Haya fue candidato en 1931 y había anticipado que “quien pierda va contra la pared”. La persecución de Sánchez Cerro y todas las fuerzas retardatarias fue un suceso que pasó por fusilamientos, prisiones, deportaciones.

Viejo se le decía porque veía más allá del horizonte pequeño o la ambición miope y materialista. A sus “sucesores” incomoda recordar que cobró de sueldo, desde la presidencia de la Asamblea Constituyente: S/ 1 (un sol) mensual.

Ciertamente ¡qué lejos de asaltos al presupuesto, con trucos en buenas pro y coimisiones con las que se hicieron ricos, pobres diablos pata al suelo y que luego ya no saludaban y caminaban con soberbia de patanes!

Hay, en estos tiempos de la llamada elección interna para escoger a los candidatos del Apra a diputados y senadores, una especie de conmiseración y piedad con los viejos. Los hay pícaros y ladrones y todos saben quiénes son, pero también, los hay en inmensa mayoría de gente que padeció encierro, destierro y al final entierro por razón de sus ideales y devociones insobornables.

Han pasado 46 años desde que Haya de la Torre se fuera un 2 de agosto hacia la historia. Para entonces su liderazgo superaba medio siglo de lucha fragorosa, de pugna a muerte contra la antipatria y no pocos fueron los que cayeron en el intento de hacer del Perú madre y no madrastra de sus hijos.

Al margen de opiniones, muy por encima de sesgos, Víctor Raúl fue un hombre decente, en un país de política infecta y sucia y murió en casa fraterna pero ajena.

De ímpetus y andanadas incontenibles, Víctor Raúl fue un maestro y un dínamo ambulante que agitaba conciencias, retaba con fundamento y amaba al Perú con querencia de hombre grande. Era esencialmente un hombre bueno. Y así lo entendieron las muchedumbres que le siguieron en su epopeya durante décadas.

¿Cómo puede entenderse sino, que al sólo conjuro de su voz o de su nombre, los héroes anónimos del pueblo, arriesgaran el pellejo en la cita clandestina o en el debate que muchas veces fue sellado con el balazo artero o el fusilamiento letal?

Como si fuera ayer, recuerdo que aquel 2 de agosto de 1979, en el Aula Magna, un viejo aprista, famoso por su rudeza, me dijo, vestido en insólito terno y embargado por lágrimas, mirando los restos del león caído: ¡es al único que respeto!

Para muchos de nosotros, muy jóvenes entonces, Víctor Raúl no fue sólo el legendario conductor de multitudes o el jefe del Partido a quien pocos contestaban por una mal entendida fraternidad que muchas veces era sumisión vasalla, fue también el agitador y el docente que enseñaba con el ejemplo. Su única riqueza la constituían sus libros, la arquitectura de un partido con mártires y líderes caídos y el profundo amor a una causa de justicia.

Citado por Haya, llegué una tarde fría a Villa Mercedes, donde por todo alimento, tomé una gaseosa que Jorge Idiáquez me convidó no sin dejar de advertir: ¡que no se dé cuenta el Jefe porque es suya!

¡Pero yo era un escolar literalmente muerto de hambre! Víctor Raúl discurrió por regaños de un encargo que no había podido cumplir y recomendaciones múltiples. Luego de algunas horas, me preguntó cómo me iba en el colegio y si había almorzado porque me notaba desfalleciente. Cuando le confesé que no, entonces, blasfemó de la “juventud desnutrida”, “descuidada” y obtuve una charla sobre los trujillanos adolescentes que habían combatido en Trujillo en 1932.

Otra vez, sin proponérmelo, tuve el atrevimiento de preguntarle por causa de qué Rómulo Betancourt sí había llegado al gobierno en Venezuela en los años 40 y él no. Eso significó siete o más días de “proscripción disciplinaria” porque el “Viejo” no quería hablar con un “bocón irrespetuoso”. Creo que fueron esas y otras calaveradas las que me ganaron su afecto discreto y fraterno.

Las nuevas promociones, apristas y no apristas, deben entender que la política no tiene que ser necesariamente sucia o repugnante si quienes están en ella, ostentan, como lo hiciera Haya de la Torre, genuina devoción por el Perú y su gente. Probablemente esa sea la lección inmarcesible y paradigmática legada por este hombre de imborrable recuerdo.

Le llamaban “Viejo” porque no fue un ladronzuelo vulgar que usaba a la gente para la cobertura de sus trapacerías. Hasta un terreno en Trujillo que donó para su partido, fue polémicamente vendido y se desconoce el real destino de fondos que debieron ser varias veces la miseria en que fue rematado. Y muchos responsables, están vivos y con dinero.

¿Qué puede haber ocurrido como para que hoy gruesos sectores ciudadanos llamen rateros y ladrones a los apristas? Bastaron dos períodos gubernamentales o más bien aventureros: 1985-1990 y 2006-2011 para que la imagen se deteriorara al punto que hoy el Apra no existe en las ánforas, menos en las protestas y su sola mención provoca gruesos denuestos.

Los que compiten hoy en el viejo movimiento, debieran entender que el peligro de disolución por el voto de castigo de sus propios afiliados, amenaza muy fuerte. Y no es menor el riesgo en la competencia nacional que acaso, sea el pitazo inicial de pompas fúnebres, sin pena ni gloria.

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¡A Haya le decían “Viejo” desde los 36 años!

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8 de noviembre del 2025

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Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
9-11-2025

¡A Haya le decían “Viejo” desde los 36 años!

Fue Manuel Seoane, en febrero de 1946, quien en el célebre discurso Recado del corazón del pueblo, definió esta fraterna actitud hacia el líder trujillano:

“Todos le decimos “viejo” al referirnos a él, pero viejo porque lo identificamos con esa capacidad de experiencia y de bondad que a él le llegó tempranamente, dándose el lujo de ser “viejo” desde los 40 años, cuando todos los de esa edad aproximada seguimos siendo jóvenes”.

Recuérdese: Haya fue candidato en 1931 y había anticipado que “quien pierda va contra la pared”. La persecución de Sánchez Cerro y todas las fuerzas retardatarias fue un suceso que pasó por fusilamientos, prisiones, deportaciones.

Viejo se le decía porque veía más allá del horizonte pequeño o la ambición miope y materialista. A sus “sucesores” incomoda recordar que cobró de sueldo, desde la presidencia de la Asamblea Constituyente: S/ 1 (un sol) mensual.

Ciertamente ¡qué lejos de asaltos al presupuesto, con trucos en buenas pro y coimisiones con las que se hicieron ricos, pobres diablos pata al suelo y que luego ya no saludaban y caminaban con soberbia de patanes!

Hay, en estos tiempos de la llamada elección interna para escoger a los candidatos del Apra a diputados y senadores, una especie de conmiseración y piedad con los viejos. Los hay pícaros y ladrones y todos saben quiénes son, pero también, los hay en inmensa mayoría de gente que padeció encierro, destierro y al final entierro por razón de sus ideales y devociones insobornables.

Han pasado 46 años desde que Haya de la Torre se fuera un 2 de agosto hacia la historia. Para entonces su liderazgo superaba medio siglo de lucha fragorosa, de pugna a muerte contra la antipatria y no pocos fueron los que cayeron en el intento de hacer del Perú madre y no madrastra de sus hijos.

Al margen de opiniones, muy por encima de sesgos, Víctor Raúl fue un hombre decente, en un país de política infecta y sucia y murió en casa fraterna pero ajena.

De ímpetus y andanadas incontenibles, Víctor Raúl fue un maestro y un dínamo ambulante que agitaba conciencias, retaba con fundamento y amaba al Perú con querencia de hombre grande. Era esencialmente un hombre bueno. Y así lo entendieron las muchedumbres que le siguieron en su epopeya durante décadas.

¿Cómo puede entenderse sino, que al sólo conjuro de su voz o de su nombre, los héroes anónimos del pueblo, arriesgaran el pellejo en la cita clandestina o en el debate que muchas veces fue sellado con el balazo artero o el fusilamiento letal?

Como si fuera ayer, recuerdo que aquel 2 de agosto de 1979, en el Aula Magna, un viejo aprista, famoso por su rudeza, me dijo, vestido en insólito terno y embargado por lágrimas, mirando los restos del león caído: ¡es al único que respeto!

Para muchos de nosotros, muy jóvenes entonces, Víctor Raúl no fue sólo el legendario conductor de multitudes o el jefe del Partido a quien pocos contestaban por una mal entendida fraternidad que muchas veces era sumisión vasalla, fue también el agitador y el docente que enseñaba con el ejemplo. Su única riqueza la constituían sus libros, la arquitectura de un partido con mártires y líderes caídos y el profundo amor a una causa de justicia.

Citado por Haya, llegué una tarde fría a Villa Mercedes, donde por todo alimento, tomé una gaseosa que Jorge Idiáquez me convidó no sin dejar de advertir: ¡que no se dé cuenta el Jefe porque es suya!

¡Pero yo era un escolar literalmente muerto de hambre! Víctor Raúl discurrió por regaños de un encargo que no había podido cumplir y recomendaciones múltiples. Luego de algunas horas, me preguntó cómo me iba en el colegio y si había almorzado porque me notaba desfalleciente. Cuando le confesé que no, entonces, blasfemó de la “juventud desnutrida”, “descuidada” y obtuve una charla sobre los trujillanos adolescentes que habían combatido en Trujillo en 1932.

Otra vez, sin proponérmelo, tuve el atrevimiento de preguntarle por causa de qué Rómulo Betancourt sí había llegado al gobierno en Venezuela en los años 40 y él no. Eso significó siete o más días de “proscripción disciplinaria” porque el “Viejo” no quería hablar con un “bocón irrespetuoso”. Creo que fueron esas y otras calaveradas las que me ganaron su afecto discreto y fraterno.

Las nuevas promociones, apristas y no apristas, deben entender que la política no tiene que ser necesariamente sucia o repugnante si quienes están en ella, ostentan, como lo hiciera Haya de la Torre, genuina devoción por el Perú y su gente. Probablemente esa sea la lección inmarcesible y paradigmática legada por este hombre de imborrable recuerdo.

Le llamaban “Viejo” porque no fue un ladronzuelo vulgar que usaba a la gente para la cobertura de sus trapacerías. Hasta un terreno en Trujillo que donó para su partido, fue polémicamente vendido y se desconoce el real destino de fondos que debieron ser varias veces la miseria en que fue rematado. Y muchos responsables, están vivos y con dinero.

¿Qué puede haber ocurrido como para que hoy gruesos sectores ciudadanos llamen rateros y ladrones a los apristas? Bastaron dos períodos gubernamentales o más bien aventureros: 1985-1990 y 2006-2011 para que la imagen se deteriorara al punto que hoy el Apra no existe en las ánforas, menos en las protestas y su sola mención provoca gruesos denuestos.

Los que compiten hoy en el viejo movimiento, debieran entender que el peligro de disolución por el voto de castigo de sus propios afiliados, amenaza muy fuerte. Y no es menor el riesgo en la competencia nacional que acaso, sea el pitazo inicial de pompas fúnebres, sin pena ni gloria.

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